Qué descomunales, atractivas, revulsivas, removedoras, inconfundibles y, finalmente, repetidas, pesadas y hasta empalagosas la figura y la obra de Salvador Dalí. El artista vuelve al fervor teledirigido de los museos, con toda su inacabable parafernalia, su portentosa creatividad, sus trucos, sus leyendas dolorosas y sus felonías apenas disimuladas. Todo convertido ya en objeto de esa devoción masiva que se adora a sí misma en el espejo de las multitudes. Qué genial. Qué aburrimiento. Qué déjà vue. Menos mal que ya estábamos sobreaviso.
Dalí, en mi infancia (escribiría «nuestra», pero cómo saberlo), allá por los años finales de los sesenta, era sobre todo un divertimento exótico que aparecía a menudo en la televisión única y blanquinegra parloteando de una forma rara, enfática, silabeadora. Un pasto fácil de imitadores de voces y caricatos: junto a Félix Rodríguez de la Fuente y el gran Alfonso Sánchez, que nos enseñó a ver cine, tal vez el personaje más imitado.
Era también un proveedor habitual de anécdotas risibles e ingeniosas, muchas de ellas con Picasso como punto de contradicción. Y, como supe finalmente, era un pintor prodigioso: el ejemplo más claro de lo que empezábamos a estudiar en los libros del bachillerato como surrealismo y que, entre otras virtualidades, tenía la de proporcionarmos nombres para sensaciones o ideas que sentíamos de forma brumosa, sin que cupieran dentro del orden del mundo asumido hasta entonces. Y que, en más de una ocasión, lo ponían patas arriba.
Dalí fue, en lo que consigo recordar, el payaso más divertido y deslumbrante del final de mi infancia y uno de los héroes de mi adolescencia, siempre ligado, en una y otra, a la presencia de un compañero de internado que lo admiraba como a un dios y, además, era capaz de imitar razonablemente sus delirios pictóricos, ese infinito bucle de imágenes capaces de alojar en su interior mundos que parecen surgidos de un planeta errante o de una mirada al interior del espejo, tal vez al fondo doblado de uno mismo, si uno pudiera mirarse así.
Muchos años después, ya con la juventud bien avanzada, descubrí al Dalí escritor, otro deslumbramiento, aunque de naturaleza menos ingenua. Pero con la fuerza suficiente para admirar, en la poliédrica personalidad de un artista superdotado, su indudable don poético. Una forma de escritura también llena de imágenes, aunque mucho más contenida, más concentrada, incluso más esencial. Creo que a veces se exagera contraponiendo al Dalí escritor con el pintor, para exaltar al primero en detrimento del segundo. Sin embargo, no es extraño que, pasada la edad en la que son comprensibles y hasta saludables los excesos, uno acabe prefiriendo la potencia de sus imágenes verbales a la fuerza algo hercúlea, exhibicionista, de sus cuadros.
Uno de los primeros poemas que escribí «en serio» (o eso creía entonces, hacia 1971), un soneto, tenía como tema el famoso Cristo de Dalí (Cristo de San Juan de la Cruz es su título exacto). Aún lo recuerdo de memoria. Dice así:
En la mueca de un sol despavorido
se recuesta tu pena de esperanza
y tu lecho de hollín busca alianza
entre sombras, papel, leño y olvido.
Cortas rectas de eje ennegrecido
por la curva del miembro que se alcanza.
Cuatro conos de carne son la lanza
que te inserta en el prisma derretido.
De jirones rebeldes y espesura
se corona tu pelo, sol oscuro
insipiente del cerco de la sierra.
Si tu reino se encuentra ya en la altura,
entre espejos de amor –triángulo puro–,
¿por qué inclinas tu rostro hacia la tierra?
6 comentarios:
Justo ayer por la noche estuve viendo un reportaje sobre Dalí (sí, yo veo los "documentales" de la dos). Curioso animal. Lo recuerdo muy vagamente de la tele de mi infancia "Y, como supe finalmente, era un pintor prodigioso..."
Conozco poco al escritor, pero me has abierto la puerta de las ganas. Siempre pensé que era una figura con muchas luces y muchas sombras, alguien que se creía genial (y posiblemente acertaba,-)
Se echan de menos figuras inspiradoras... y no es porque falte teatro.
También vi, parcialmente, ese documental (¡ya somos 2 en la 2!), que estaba dedicado principalmente a otra faceta daliniana: el cine; está bien que se le reconzca la paternidad del prodigioso ojo rasgado de Un chien andalou... Un ser proteico, sin duda; el artista más comercial y mediático del siglo xx, con mayores concreciones que Duchamp y muy adelantado a Warhol. El escritor, créeme, merece la pena, sobre todo la Vida secreta: una suerte de memorias alucinadas que contienen muchas verdad (literaria al menos).
"Mi" es más acertado, desde las tierras de Odín un pequeño duendecillo sigue pasándose por la Posada de cuando en cuando. He de decir que aquella noche del 20 de noviembre de 2012 me quedé clavado en la silla cuando, minuto a minuto, devoré la entrevista de "A fondo" que facilitó la Posada.
Y fue entonces cuando realmente conocí a Dalí.
¡Besos desde Estocolmo!
Hey, Ragngar Äventry (o "Mi", más acertado, "guel"), se ve que ya debe de haber llegado el sol de medianoche a esas latitudes...! Es un gustazo verte por la Posada, a ver cuándo nos sorprendes con otras de tus creaciones erásmicas geniales. Seguro que Odín y su cohorte de guerreros de plomo candente darán mucho juego, por Snorri!! ¡Muchos besos desde Madrid!
Pues éramos por lo menos tres... viendo ese documental ¡ya ves!
En fin! para mi, genial. Y dicen los que saben... que esa 'vena loca' la de la tramontana del Ampurdàn. Y digo yo, que hace toda una vida que convivo con ellos... que algo hay!
Por lo demás ¡genial! el divino.
Abrazos.
P.D.: ¿Interno? joer... más coincidencias...
No, si al final, lo del share va ser una macana, ¡todos vemos la 2! Me alegro de esa (y de las demás) coincidencias, Cristaliña; que tal vez sean, quién sabe, afinidades de vaga raíz celta, que si bien se mira puede que sea otra forma de viento ampurdanés, ¿no crees? Un bico, amiga.
(E bos folgos para esa aventura xacobea que tés nos miolos...)
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