Siguiendo la estela grande de su padre, pero cada vez con mayor presencia propia, Estrella Morente está alcanzando una madurez artística que no por esperada resulta menos asombrosa. La muchacha que encandilara con la originalidad de su voz a Peter Gabriel, a la que Pedro Almodóvar le encomendó el tema central de Volver, y a la que en Chico&Rita Trueba & Mariscal le rinden homenaje con un delicioso cameo animado, además de sonoro, junto a Bebo Valdés, es hoy una artista en plena eclosión, aunque intuyo que solo se encuentre al principio de un camino que habrá de llevarla a territorios aún inexplorados.
Heredera de unas facultades privilegiadas y también de un poderoso instinto innovador, y habitante del mismo laberinto mágico de culturas en que creciera García Lorca, de esta Estrella cabe esperar aún muchas formas de brillo diferentes. Tal vez en la línea de la fusión flamenco-fado que ya experimentara con Dulce Pontes. O, quién sabe, renovando su gran facilidad para darle una gracia especial a los ritmos cubanos.
Pero también, y sobre todo, siguiendo algún modo nuevo de ir hacia lo hondo, hacia el lugar donde la luz se vuelve energía pura, al pozo proverbial del que manan las aguas salvajes del flamenco y donde la luna se ríe de los viejos tópicos y es capaz de elevarse en pleno día mezclando lo disímil con lo idéntico, fundiendo hielo y fuego, rompiendo fronteras. Y todo ello, sin dejar de lado los nuevos fraseos de las viejas coplas, esa vía a la que tanto debe el actual resurgir del cante.
Lo acaba de demostrar en Madrid, donde ha obtenido un gran éxito en la Suma Flamenca. Y con esas expectativas llega (vuelve) a La Unión: es uno de los nombres fuertes del cartel del LI Festival Internacional de Cante de las Minas, que acaba de echarse a andar. El Cigala, Pitingo, Farruquito, Blanca del Rey y la guitarra de Tomatito también estarán presentes en la Catedral del Cante, el antiguo mercado modernista de la población murciana en el que se han escrito tantas páginas inolvidables en la historia reciente (y no tanto) del flamenco. El recuerdo de Enrique Morente, al que se le rendirá homenaje, estará en la mente de todos.
Fotografía de Estrella Morente tomada de Teleprensa
La publicidad, ese componente del aire que respiramos, a veces nos trae sorpresas como ésta...
Supongo que la campaña en televisión ya tiene su recorrido, pero yo acabo de (casi) descubrirla gracias a Internet. De todos modos, tampoco había que ser un lince para caer en la cuenta de la íntima asociación entre La Casera y el Caserón abierto en canal, salido del privilegiado cráneo de Francisco Ibáñez Talavera, y en el que varias generaciones de tebeoadictos nos hemos ido apiñando, como si se tratara de un refugio antiatómico... (y sin duda lo es). Pedazo invento!
Página tomada de esta web (donde además se ofrece información minuciosa sobre los inquilinos de cada piso. Intermediarios abstenese).
En Eburia, la noche es ya tan sólida como suele en verano.
Allá arriba, en la choza de piedra que se alza por encima
del desproporcionado rosetón
(un polifemo que fuera solo ojo y aun así bello),
la cigüeña,
esbelta y afilada,
distraída y atenta,
mira y mira,
sin cesar en su oficio.
Cuando la luna empieza a descubrirnos su lado más sinuoso,
comienza también ella, la cigüeña, a marcar el compás.
Le gusta la trompeta.
Se queda inmóvil al sonar el saxo.
La batería la anima.
Se diría que asiente a la melancolía grave de las cuerdas.
Y se estira mimética en los melismas audaces de la voz.
Paciente espectadora de su espacio invadido
pero a la vez ella también artista de la improvisación,
la cigüeña de la iglesia mayor de la ciudad
se acaba convirtiendo en la reina más alta de la fiesta,
el testigo imparcial
de todo lo que pasa allá abajo
y aún más abajo
y más allá
y más...
Poco a poco la música se ha ido volviendo noche.
Y la noche se ha ido deshojando en la música.
El cielo es una estampa lejana e irreal,
un gota de mercurio derretido
bajo el peso de una línea interminable.
Tras el concierto habrá charla de amigos,
la amable sucesión de gestos familiares
y la reiteración de las viejas leyendas de la tribu,
a las que siempre cabe añadir un episodio inédito,
la ardua precisión de un recuerdo que se vuelve borroso,
un nombre que convoca exclamaciones,
las peripecias de los recién llegados,
el vano esfuerzo por saber cuál fuera
el último verano de nuestra juventud...
y, por fin, unas risas.
Los hilos de la vida nos atan y desatan a su antojo.
Pero el ojo sencillo de los afectos simples,
con su música dulce,
nos ha vuelto a reunir
como una hoguera.
La plaza se ha quedado ya en silencio.
Sobre la piel del río, entre la bruma,
se alza una nueva y distinta raya de luz imaginable
dibujada por los viejos guardianes de la amistad
en la tierra de los sueños compartidos.
(Para C., A., B., A., L., P. & P. y los demás amigos de Eburia,