miércoles, 6 de diciembre de 2017

La ruta natural: de cine


(Visiones en voz alta, 📽21 - 12 noviembre 2017). Los caminos de la revelación son inescrutables y hasta peregrinos. Pero nos acaban encontrando. Anoche, leyendo ya de madrugada en «El País» una sentida necrológica del periodista Carles Pastor, me salió al paso la referencia de un cortometraje de su hijo Álex, titulado con un conocido palíndromo, La ruta natural (2004), lo que de inmediato me llevó a localizarlo en la Red. Y aquí está. Es una pieza notable, premiada en el Festival de Sundance en 2006, y en cierto modo un antecedente de pelis posteriores como El curioso caso de Benjamin Button, con el que coincide en la trama argumental, o El árbol de la vida, de similar impulso poético.
El corto de Álex Pastor no tiene como título una frase capicúa por mero capricho. De hecho, hay en él otros usos explícitos de este juego: en los nombres de los personajes (Arual, Divad...), en la escenografía, en el montaje. Y sobre todo en el desarrollo de la historia, que es en sí misma una ilustración de una de las intuiciones por las que estos juegos del lenguaje siempre me han seducido: su peculiar estructura son una analogía perfecta de lo que es la vida misma. Y el recorrido de su itinerario de ida y vuelta es, en cierto modo, una recreación anticipada de la forma en que algún día deberemos encontrar el camino de vuelta a casa. Este excelente cortometraje, en sus inspirados 11 capicúas minutos, ilustra con gran exactitud esa idea. Y ha sido una gran alegría dar con él.
Por otro lado y como dato complementario (que le brindo a mi amigo y maestro en las tareas periodísticas, Ángel Sánchez de la Fuente, del que Carles Pastor fue colega y amigo: aunque seguro que ya está al tanto), en la película aparece como figurante el periodista ahora fallecido y, lo que es aún más importante —y si no he leído mal los créditos—, suya es la voz en off que narra de forma magistral la historia. Lo que lo convierte en una suerte de oportuno, explícito y hermoso homenaje. Si vivo vivís.

El profeta

Richard Oelze, Die Erwartung (La expectación), 1935-1936. MoMA, NY.
Sus palabras eran como el universo: la mayor parte, materia oscura.
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martes, 5 de diciembre de 2017

Los robots y nosotros, sus bots

Black Mirror, una distopía cada vez más cercana.
(Notas Moderadamente Apocalípticas, 🐣🐥🦅). El problema de artículos como este, que reboto desde el muro de mi amigo Rubén Duro, es que muy poca gente los lee con atención suficiente hasta el final. Así que la información tan minuciosa y reveladora que estos esforzadas crónicas del lado más oscuro de nuestro mundo contienen apenas pueden competir con el runrún moderadamente apocalíptico que nos rodea por todas partes. Y ante el que más o menos asentimos, más deseosos de que no se nos complique más la vida, menos dispuestos a reflexionar de verdad y seriamente sobre lo que está pasando.
Y esa dificultad, qué duda cabe, y esas inercias, tan poderosas, son el mejor caldo de cultivo —sopa con exceso de nutrientes— para que la miserable condición en que las redes sociales están envolviendo la realidad sea no sólo inevitable sino creciente, y de forma exponencial, ya que su mareante carrusel imparable convierten en materia fecal, i.e. basura, todo cuanto toca. Incluido, naturalmente, este post.
E incluso, fíjese bien, el mero impulso ciberenredado que usted está sintiendo en este mismo instante, con toda su perplejidad. O su indiferencia. Qué cortitos, en sus distopías de apariencia pavorosa, se están quedando algunos episodios de Black Mirror.

lunes, 4 de diciembre de 2017

Sánchez Ferlosio, 90 años


Rafael Sánchez Ferlosio, lector infatigable. ©Alfredo J Ramos, 2016.
Hoy cumple 90 años el escritor Rafael Sánchez Ferlosio. He dicho alguna vez, y me reafirmo, que me parece el más digno candidato en todo el ámbito de la cultura hispana para recibir una distinción de la máxima categoría, por ejemplo, el Premio Nobel de Literatura. Aunque probablemente, como a Borges o a varios otros autores indiscutibles, nunca se lo den. Sea como fuere, su obra está ahí como uno de los grandes hitos de nuestra lengua, un acicate permanente para la inteligencia, el disfrute de los meandros del idioma, que él domina como nadie, y el puro placer lector.
La foto que publico (no sin alguna reserva) la tomé mientras ambos esperábamos, en compañía de otros vecinos, en una consulta de un centro sanitario del barrio de Prosperidad. Recuerdo que el doctor que nos atendería a los dos desconocía de quién se trataba y se mostró entre alertado y perplejo cuando se lo comenté. En una consulta posterior me agradeció que le hubiera puesto al corriente.
Don Rafael llegó apoyado en su bastón, jadeando un poco y con gesto un tanto ensimismado, aunque también de lejano mirar. Venía cargado de periódicos, que portaba en una bolsa, y con su lupa en ristre, entretuvo la espera escudriñando las noticias del día. Ya ha hablado él muchas veces de su condición de devorador de prensa. De vez en cuando levantaba la vista y permanecía unos segundos como absorto, aunque no tardaba en volver a sus papeles bajo la atenta mirada, como se ve, no sólo de quien se atrevió a robarle esta foto. Fue el 23 de septiembre del año pasado (2016). Nunca la he mostrado públicamente (de hecho, tengo algunas más). Me parece que la ocasión disculpa la osadía.
Coincidí con él también a la salida y me atreví a abordarle, como he hecho algunas otras veces, al encontrármelo por el barrio, y pude intercambiar con él unas pocas palabras. No siempre es fácil. Aunque siempre es amable. Recuerdo que le comenté alguna curiosidad en relación con lo que por fechas aún no lejanas había sido su debut en el ritual de firma de libros en la feria del Retiro (¡a sus 88 años y con su currículo!). Y recuerdo que le hizo gracia saber que se había batido en «un combate de colas» con Wismichu, El Rubius y otros famosos “youtubers”. Palabra esta última por cuyo significado me preguntó, aunque enseguida se hizo cargo de qué iba la cosa. Sonrió abiertamente cuando le dije que aquel había sido «todo un duelo en la Alta Feria» y que él no había salido derrotado. 
Guardo estas pequeñas anécdotas como un privilegio. Y es que, con Nobel o sin él, es un verdadero honor tener a Sánchez Ferlosio como vecino, sin duda el más egregio de La Prospe. Y todo una alegría y una suerte poder verlo caminar por la calle, sentado en la plaza del Mercado, hojeando libros en El Buscón o curioseando entre las atiborradas estanterías de La Nueva Ruta de la Seda, la tienda de chinos fronteriza con el bar El Universo donde a veces se reúne en tertulia con sus amigos. Y es, sobre todo, una permanente promesa de disfrute poder seguir leyéndolo. Felicidades.

El puente

Maurice de Vlaminck: Le Pont à Chatou, 1906.
Logró escapar del sueño pero la policía ya estaba allí.
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domingo, 3 de diciembre de 2017

La mirada

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Rembrandt: Autorretrato a la edad de 63 años, 1669. National Gallery, Londres.
Nada más verlo quiso ser como él.
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sábado, 2 de diciembre de 2017

viernes, 1 de diciembre de 2017

El reflejo

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La calle de aquí. © AJR, 2017.
No se explicaba cómo podía dolerle tanto aquella cicatriz en el asfalto.
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jueves, 30 de noviembre de 2017

Sombras

Esta colección de «selfisombras» proviene de mi muro de Facebook. Cada una fue publicada en la fecha que se indica. Que no suele coincidir, salvo algún caso, con la fecha en que las fotografías fueron tomadas. Indico también el lugar. En todos los casos, la sombra es mía (o eso creo). En alguna ocasión, me acompañan las de otras personas muy cercanas o amigos animales.

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Va por ustedes. (Buitrago de Lozoya 19 julio 2017)

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Pisando la estruendosa luz del día. (Madrid, 24 julio 2017)

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Picasso me esconde. (Buitagro de Lozoya, 25 julio 2017)

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A menudo la realidad se nos muestra como es. Pero, como es la realidad, no la creemos: nos limitamos a verla. Entre la fe y la razón se extiende el mar de la vida consciente. Con sus innumerables islas. (Talavera de la Reina, 28 julio 2017)

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Aprovecho que la temperatura ha bajado unos grados para dar un paseo nocturno por el barrio, hacia Torres Blancas y la Avenida de América. Noche agradable. Al menos, por fuera. La Luna parece repuesta del susto del eclipse y asciende, blanca y compacta, sobre los volúmenes cilíndricos del rascacielos de Sáenz de Oiza, bajo cuyos balcones circulares me he sentado a escribir estas líneas. Hace unos minutos, la primera ráfaga de un viento ligero y refrescante, que ahora ya sopla con cierta fuerza, puso a mis pies una hoja seca. No me atrevo a decir que sea el primer anuncio del otoño. Pero se le parece mucho. Al ir a capturarla, como a un Hamlet prosperitano cualquiera, se me apareció la Sombra. Tardé algunos segundos eternos en adivinar su identidad. (Madrid, 9 agosto 2017)

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Entre la noche, los desmontes urbanos y las rejas, me puse a mirar y se me apareció el centauro. Otro hijo de las sombras. (Madrid, 12 agosto 2017)

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Ombre, shadow, sombra. Sable, sand, arena. Chien, dog, can. Clown, payaso, moi-même. (Los Narejos, Con Cleo. 23 agosto 2017).

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Cuando paseas en buena compañía es como si caminaras sobre zancos. (Los Narejos, con Clara y Cleo. 26 agosto 2017).

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Hacia el otoño. O como se llame ahora. (Madrid,  2 septiembre 2017)

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Sobre los escaques de Eburia, con la efigie en sombra de mi amigo Fernando, en la alta madrugada. (Talavera de la Reina. 13 septiembre 2017)

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Mientras el otoño se abre paso trabajosamente al filo ya de octubre, atravieso la mañana del Parque de Berlín, y paso junto al busto del genial sordo de Bonn, que se diría olvidado por alguien sobre el piano de piedra. Desde 1981 nos hemos ido viendo. Y ambos, con ojos intercambiables, hemos visto cosas que vosotros no creeríais. Algunas porque son increíbles. Y otras, las más, porque la naturaleza de las ensoñaciones y la vida interior es todavía una frontera que la física no se atreve a traspasar. Aunque quizás no tengamos otra cosa. (Madrid, 28 septiembre 2017)

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Tríptico de la sombra con sus sombras. (Madrid, 18 octubre 2017)

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Paseando entre dinosaurios. (Madrid, Jardín Botánico, exterior, 6 noviembre 2017)

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«Share more. Consume less». (Madrid. calle Nieremberg, 15 noviembre 2017)

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Nunca te olvides de darle las gracias al Alumbrado Público. ¡Oh, Sol, yo te saludo!
(Madrid, Nieremberg/López de Hoyos, 21 noviembre 2017)

Elegía

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Lunch atop a skyscraper, fotografía anónima tomado en 1929 durante la construcción del
Empire State Building, en Nueva York.

Este noche he soñado con el club de los obreros muertos en los altos andamios de 

la City.
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miércoles, 29 de noviembre de 2017

Jugando con Esther Ferrer (para variar)


(Visiones de Museo, 1). «Todas las variaciones son válidas, incluida esta» es el título de la exposición antológica de Esther Ferrer que se muestra en el Palacio de Velázquez, en el parque del Retiro de Madrid, hasta el 25 de febrero. Por la espaciosa sala se distribuyen un buen número de obras conceptuales, algunas de grandes dimensiones —no sólo espaciales— y que, además de servir como una palanca o muelle para que se dispare (o no) la conciencia del espectador, tienen la virtud de sumergirnos en un atmósfera de cierto encantamiento muy a propósito para estas mañanas dudosas del otoño en los que cada día parece que va a superar al anterior en incertidumbre y villanía.

Pasamos un rato muy agradable el pasado día 25 de octubre, en la inauguración, rodeados de artistas que parecían estar al cabo de la calle de lo que allí se mostraba, aunque es verdad que nadie miraba a nadie con esos gestos de suficiencia, tan lábiles como rácanos y odiosos, entre los que discurren a menudo actos semejantes.



Había allí muchas cosas que ver y con las que jugar, pues este, el factor lúdico, me parece que es fundamental en la propuesta. Y por allí, yendo de un corro a otro, se movía la artista, menuda, ágil, vigorosa y claramente vasca, tan cercana y natural que más bien parecía una compañera de juegos enseñando sus tesoros al grupo de amigos. Que la miraban, eso sí, con mucha admiración. Devoción incluso. Me quedé con ganas de acercarme para plantearle una pregunta bumerán. Pero no me atreví a romper lo que en todo momento me pareció una sucesión de complicidades. Tal vez otro día sea el propicio.

De lo visto y disfrutado, me llamó mucho la atención, en un rinconcito aislado de la sala grande y diáfana (¡qué a propósito para instalar en ella un itinerario de ida y vuelta!), esta «Caverna de Leonardo», título que me parece oportuno darle al juguete de la artista que reproduce una de las máquinas inventadas por el genio Da Vinci para tratar de entender, asimilar y reproducir el vuelo de los pájaros.



El vídeo naturalmente juega a hacer arte, o así, y se acoge por completo al título de la exposición. Una variación más, pues, y en consecuencia, válida. Ojalá lo disfruten. Luces y sombras.

Hasta el 25 de febrero de 2018.

Cabeza borradora

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Jesús Navarro: Máquina de escribir con ventana. Tomado de aquí. 
Erase una vez y que no sea.
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martes, 28 de noviembre de 2017

A la duda dúdala

PAUL CÉZANNE: “Grandes bañistas”, 1906
Paul Cézanne, Les Grandes Baigneuses, 1906. Philadelphia Museum of Art.
¿NADAN Y NARRAN O NARRAN Y NADAN?
(Un soleil du Sud lie l'os nu.)

(AJR, 7:25 - Palíndromos ilustrados LXXVII)

La hora azul

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Oskar Kokoschka, Muchacha en la ventana (1907).
Se había acostumbrado a vivir en la sola espera y el estar a punto.
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domingo, 26 de noviembre de 2017

Crónica


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Marc Márquez
Novel as de una línea.
         (para Marc Márquez y «la juventud que sueña con las motos»).

sábado, 25 de noviembre de 2017

Una película de actor



Basada, o libremente inspirada, en El móvil, la novela corta que daba título al primer libro publicado por Javier Cercas, El autor ha llegado a las pantallas, tras su paso exitoso por el Festival de San Sebastián, para convertirse con toda probabilidad en la consagración definitiva –aunque no final– de Javier Gutiérrez como el gran actor que hace ya tiempo viene demostrando ser. Lo evidenció, y con mucha soltura, dando vida al detective Robles en La Isla mínima (2014), interpretación que le valió el Goya al mejor actor protagonista, aunque no habría sido injusto que lo hubiera compartido con Raúl Arévalo, que le daba la réplica en esa película, en un duelo interpretativo del que ambos salían reforzados. Ahora, en cambio, y aun estando bien acompañado por un reparto coral en el que hay algunas agradables sorpresas, el protagonismo del actor asturiano (Luanco, 1971) es absoluto. Hasta el punto de que no sería exagerado decir que El autor es él.

Él y una historia de sedicente-escritor-busca-historia-que-contar visualmente mostrada con gran eficacia, buen ritmo y no poco talento, por cuanto recurre a una forma minuciosa de narración que, sin salirse de los cánones tradicionales y de un planteamiento estrictamente lineal, incorpora con sabiduría técnicas dramáticas el teatro de sombras, por ejemplo, o el envoltorio agridulce de la comedia que sirven para darle a la historia no sólo credibilidad y atractivo, sino también intención y profundidad. Y hasta «unos elegantes lejos simbólicos» muy sugerentes, como podría decir el profesor Francisco Rico con un empleo sustantivo poco habitual de la palabra "lejos".

En sustancia, y sin destripamientos, El autor cuenta cómo Álvaro, un oscuro abogado que trabaja en una notaría, tras separarse de su mujer (Maria León), escritora de bestsellers, decide entregarse en cuerpo y alma al sueño de escribir una gran novela. Al sentirse carente de talento, y guiado por los consejos de un profesor de escritura (Antonio de la Torre), que le pide que ponga realidad, cercanía y valentía en sus escritos, se convierte en un auténtico voyeur de la vida de sus vecinos y trata de manipularlos a fin de poder crear una novela real como la vida misma. Y de escribirla, como le pide su profe, poniendo el ejemplo de Hemingway, «con dos cojones», lo que el aprendiz de escritor llegará a hacer literalmente. 

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El escritor enfrentado a la pantalla en blanco. 
Una curiosidad: alguien podría pensar que El móvil 
del título de la nouvelle de Cercas alude al aparatito 
que nos ha cambiado la vida y que tanto peso tiene 
en las pesquisas del protagonista. Pero no es así. 
De hecho, en la fecha en que se publicó por 
primera vez la obra, en 1987, esta tecnología 
aún estaba en pañales. El "móvil" de Cercas es, 
por tanto, el de la intencionalidad de la acción.

Realidad y ficción. La película podría haberse quedado sólo en una aproximación a las neuras de quienes, tal vez no contentos con que el mundo «sea ansí», se empeñan en buscarle tres pies al gato y están todo el día dándole vueltas a lo que, obviamente, no tiene más que un único recorrido y un final previsible. Quizás, elevando un poco el tiro de las intenciones, y sin perder de vista el universo feroz de cotilleo y vaciedad en que las redes sociales han convertido lo que antes se llamaba la vida social, pueda verse también como una parodia crítica de la actitud de quienes no dudan en alimentarse de la vida de los otros para construir con esos bocados un simulacro de realidad que sirva para tapar los huecos de su existencia. Bajo el apetecible envoltorio de una divertida historia trivial, El autor indaga en ese juego, peligroso donde los haya, que consiste en levantar con pericia de cirujano la piel de las apariencias para ver qué esconden. O, dicho en términos más generales, en explorar las consecuencias de vivir la ficción como si fuera real, aunque sin perder de vista que toda realidad es una forma de ficción.

Este juego de los límites, aunque aún nos pueda parece alambicado en su formulación paradójica el límite es también, y acaso antes que nada, una cuestión de lenguaje, es ya casi una obviedad desde al menos el Quijote, aunque entre nosotros la lección tardara varios siglos en aprenderse. Viene impregnando la mejor literatura y es el trasfondo común, con infinitas variantes, sobre el que se han construido las mejores novelas y, desde mediados del siglo XX para acá, casi toda la narrativa postexistencialistas, posmoderna y, finalmente, póstuma: ya es bien sabido que hace tiempo que la novela ha muerto, y por tanto nunca gozó de mejor salud.

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El taller de escritura, donde se cuecen a fuego lento 
las frustraciones del aspirante a novelista y toma cuerpo 
su proyecto narrativo.
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Hoy todo eso, más allá de la constancia de algunos lectores supervivientes y recalcitrantes, es pasto, más que nada, de talleres de escritura que tratan de enseñar a producir milagros, o a entretener la espera de la muerte que a todos nos atañe, con la práctica de una actividad noble, como es la escritura, que no resulta excesivamente cara ni, en principio, hace mal a nadie. Por eso es un gran hallazgo de la película, respecto a la novela, la incorporación de uno estos talleres literarios, encabezado por un algo estirado pero eficaz profesor, al que da vida con justeza e impulso propio el ubicuo Antonio de la Torre, con toda probabilidad el actor español más prolífico de la última década, y con papeles muy notables a su espalda. Además de para subrayar la actualidad del relato (situado en Sevilla en 2017), esa novedad sirve para darle a las imprescindibles formulaciones de teorías literarias una excusa pertinente y un contexto creíble.

Otros estímulos. Con estos mimbres, la historia de un novelista que, al ir escribiendo su novela, no duda en modificar la realidad, incluso de forma inmoral, para que favorezca sus intereses creativos, se va desvelando como una indagación en la escurridiza condición de las normas morales, cuando la vida nos cerca con sus insuficiencias, al tiempo que el desarrollo de una leve y bien medida trama policíaca, algo previsible pero con giros de interés creciente, nos sirve para que los espectadores permanezcamos atentos a la pantalla, no sólo preocupados por la salud mental del protagonista, sino por la nuestra propia como sujetos capaces de comprender los estímulos del mundo.  La pantalla es sólo una convención literaria más. Lo que en ella se cuenta nos concierne en primera persona. Al igual que ocurre respecto a todo texto creativo, su escenario natural es nuestra conciencia. De todo esto nos habla también en voz baja la película, mientras nos entretiene con situaciones muy divertidas, con llamativos momentos esperpénticos, muy bien filmadas, y a menudo llenas de un costumbrismo crítico y no poca ironía.

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Adelfa Calvo, una revelación de la inagotable cantera de 
actores de reparto con que cuenta nuestro cine.   
El reparto y una licencia. Junto al espléndido e inolvidable peso que Javier Gutiérrez tiene en esta película, es muy notable, en el papel coral del resto de los personajes, el regalo que supone la interpretación de una para mi inédita Adelfa Calvo, que da vida a una de las porteras más cabales y completas que hayamos visto en nuestras pantallas y que incluso tiene su perfecto «momento Almodóvar» con una emotiva interpretación de la pantojiana Se me enamora el alma (composición, al igual que el resto de la muy adecuada banda sonora de José Luis Perales, auxiliado por hijo). Una interpretación en la que pone de relieve su experiencia como cantante... y acaso también su condición de nieta de ahí es na la Niña de la Puebla. Revisando su filmografía, resulta que ya nos hemos cruzado con su trabajo en películas tan destacadas como Biutiful (2010) o la ya mencionada La isla mínima (2014), además de su al parecer reiterada participación en algunos seriales televisivos. Confieso que hasta ahora no había reparado en ella. No sería extraña su presencia en los Goya. Bueno, en realidad, lo extraño sería que El autor no figure entre las películas que dentro de unas semanas acumulen más candidaturas. Al tiempo.

¿Alguna pega? Alguna se me ocurre. Pero la principal es sólo un capricho de espectador al que también le gustaría poder modificar a veces aquello que ve, como hace un escritor con sus personajes. Si eso fuera posible, de muy buena gana me las hubiera apañado para, en un giro no inconsistente del guion, cargarme al cargante profe de escritura. Un tipo tan viscoso e interesado, tras su apariencia de monitor elocuente, que está pidiendo a gritos un machetazo. Claro que, a la vista de por dónde salen a veces los personajes y qué efectos tienen sus rebeliones, tal vez no fuera una buena idea.

Al salir de la sala, tan sorprendido como también anestesiado por lo previsible de un final perfecto, me asaltó la idea de que existe cierta simetría entre El autor y la última película de Jim Jarmusch, Paterson: lo que esta segunda supone de indagación en el territorio de la poesía es similar a lo que desarrolla en relación con la novela el quinto filme de Manuel Martín Cuenca, máximo responsable del filme y director por cuyo cine hasta ahora no había sentido mucho interés, si se exceptúa su adaptación de La flaqueza del bolchevique, que vi en la tele y no me convenció. En ambos casos, Paterson y El autor, el asunto de la literatura y su engarce con los hechos cotidianos están planteados desde el punto de vista de la «inocencia» del autor (aunque habría que señalar diferencias en la actitud de uno y otro personaje). O, por decirlo de otra forma, de alguien que se acerca al hecho creativo sin otro interés que el de buscar la felicidad y dejar testimonio de ello. No es poco.

Avanti

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Giuseppe Pellizza da Volpedo, Il Quarto Stato (1901). Museo del Novecento, Milán.

Hemos tenido sueños y pesadillas. Ahora luchamos por la puta realidad.
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