sábado, 31 de diciembre de 2022

SAN SILVESTRE Y El ÚLTIMO FÓSFORO

Camille Pissarro: Boulevard Montmartre, Effet de nuit, 1897.
National Gallery, Londres.

Venía corriendo perseguido por el cerco de la luna en fase gibosa creciente, el ruido de los contenedores de vidrio al ser alzados para su transporte, el parpadeo de los arcos de luces navideñas movidas por súbitas e intempestivas ráfagas de viento, el estruendo intermitente de los petardos más madrugadores y, más espaciados pero no menos perceptibles, los ensayos de afinado y puesta a punto de las campanadas en los muchos relojes de plaza o
de espadañas eclesiales con que se fue cruzando en su camino.., y pese a todo, llegó a tiempo de poner su vela en la mesa vecinal ya dispuesta para la celebración y lo hizo justo cuando también se incorporaba a la fiesta el antepenúltimo invitado: ‘Gédéon Spilett, que halló en su bolsillo un último fósforo’.

(LUN, 515 ~ «Perec al paso», 177)

LA RUTA NATURAL

—¿Y dice usted que por aquí voy bien?
—Depende de a dónde quiera ir.
—Ya me gustaría a mí saber eso.
—Pues ya somos dos.
—Tendrá claro al menos a dónde no quiere ir.
—Más o menos. Aunque…
—¿Tampoco en eso está usted libre de dudas?
—No me puedo librar de lo que soy.
—No insisto, pero ya veo que…
—No insista.
—Claro.
—Y previsto.
—Como decía el clásico.
—¿Cuál de ellos?
—El clásico clásico.
—Ah, el de “ver es prever”.
—¡Ese mismo!
—Algo, con todo, me guía.
—¿Tiene un perro lazarillo?
—Más o menos.
—¿Más o menos?
—Mitad can y mitad lázaro.
—No me venga usted con esas.
—Ladrar y resucitar.
—¿En ese orden?
—La inversa también me vale.
—Se diría que es incluso…
—… ¿la ruta más natural?
—Ese ‘más’ está demás.
—Suele ocurrir.
—Sabe qué…
—Ahora me dará un consejo.
—Consejo no, pero un lema…
—Diga, diga.
—Para las encrucijadas…
—Tan frecuentes.
—Y en las bifurcaciones…
—¡Y dónde no…!
—Suelo seguir un principio…
—Que dice…
—¡Siempre contra los tópicos!
—¡Menudo tópico es ese!
—¡Pues vayamos contra él!
—¿De consuno?
—¡Al alimón!
—¡Feliz 3202…
—… 2023 zileF!
—¡Ay, bumeránico amigo!
—Si yo le contara, sire…
—Pues no me voy a dejar.
—Hace usted requetebién.
—Además es que…
—¡Ya supongo!
—Presume acaso que…
—… que sé lo que va a decir?
—No tiene mérito alguno.
—¡Hombre, alguno sí que tiene!
—Es verdad: nunca como aquí es tan duro…
—… pero duro de verdad…
—… reducir el embeleco…
—… salir de la jerigonça…
—… parlarlo con claridad…
—… y saber, en la peonza,
—… cuál es la voz, cuál el eco.
—Agur, pues.
—Hasta la vista.
—Nos vemos.
—Ya se verá.
(LUN, 514 ~ «El retorno de los Merluzos»)
[Mientras estos dos hacen mutis por el forro, me permito inmiscuirme para desearles de verdad y sin intermediarios un venturoso y aventurero 2023. Lo hago, además, aprovechando la felicitación que me ha hecho llegar el pintor Servando Corrales, tan en sintonía con los tiempos que corren e inspiradora del texto adjunto. Lo dicho. Y lo no dicho. Y lo por decir].

viernes, 30 de diciembre de 2022

LA MUSA ETERNA

Egon Schiele: El abrazo (Amantes II), 1917. Oesterreichische Galerie-Belvedere, Viena.

Macías, compungido, tristón pero aún zumbante, vino y me dijo que el baile de las musas se le estaba olvidando. «Hombre de poca fe —le dije—, ¿pero no te das cuenta de que todo está en ese émbolo que permite que el aire circule entre tu cabeza y tu corazón; que es ahí donde viven y por siempre todos tus amores, vida mía, y ahí están por completo a salvo del deterioro de las servidumbres del tiempo, del ruinoso diente del orín, de los embelecos de los meapilas… y, muy especialmente, de la mirada beocia de quienes sólo creen en la racanería de lo que se explica o lo que se exhibe o lo que se demuestra, como si algo estuviera o pudiera quedar al margen del único reducto en que se cruza y se cocina todo: nuestras queridas circunvoluciones, la promesa sin tasa de las íntimas ondulaciones, la savia goteante de los centros sabios. Tú, antiguo muchacho, fíate de mí y vuelve a lo que no se olvida: la pulsión que a cada poco te lleva a madrugadas llenas de sensual asombro y al lento paladeo de tantas cosas buenas como recuerda el cuerpo, que es a fin de cuentas, y más aún en la cuenta final, la gran memoria». Eso le dije. Él me miró de soslayo, más que nada, presumo, por darse el gusto de mirar así. Y luego me pareció oírle farfullar que, decidido como estaba a ingresar sin más contemplaciones en la vejez, iba a entregarse sin ningún disimulo a la condición que lo estaba aguardando desde que comprendió que hasta que el cuerpo aguante, y acaso un poco más allá, la fiesta es invencible. Y que te quiten si alguien puede lo bailado, lo vivido, lo soñado… «Y ah —añadió cuando ya se iba—: mi pijama se llama Prodigy y se apellida Luxury Nightwear. Un respeto». Como se ve, aprende rápido y arde sin más. A ver si algún día de la nueva temporada regresa con los estimulantes cuentos de sus musas.

(LUN, 517 ~ «Las musas de Macías») 

DADOS (SÓLO MOSTRADOS) EN EL TABLERO DE FERLOSIO

Sello de correos emitido el 17 de julio 2020.


I
Sólo había el destierro como salida.
II
Soliloquio de una conciencia vocacionalmente enrarecida.
III
En un arcaico campo del honor.
IV
Sigue bramando ante un mausoleo abandonado.
V
Escapar del grotesco papel del literato.
VI
Dados en el tablero de RSF.

(Inspirados en la reseña de Jordi Amat del libro de Carlos Femenías Ferrà: «A propósito de Ferlosio. Ensayo de interpretación cultural», Alianza, 2022).
(LUN, 516 ~ «Amo idioma/dados»)

jueves, 29 de diciembre de 2022

Curiel por Europa

Exposición del ceramista Ángel Núñez.
(En voz alta). Con cierto retraso pero aún con toda la oportunidad, me hago eco de un nuevo texto del poeta Curiel en eldiario.es. Insisto en lo insólito de estas escrituras en lo que antes era el papel para envolver el pescado al día siguiente y ahora tal vez sea solo un trasiego imparable y efímero, a golpe de dedo y bajo el cristal: letras inertes en aguas estancadas.
El texto en cuestión, una suerte de largo poema en prosa sostenido con lírica épica, es un viaje de invierno y al corazón del invierno. Y aunque en ningún momento lo menciona entre los muchos nombres que se citan, me ha traído el sonido y el modo de caminar de un Peter Handke echado a los caminos del mundo en busca del secreto que un día lo alertó a la puerta de su casa o también al preguntar, en compañía de su padre, por un calle o un destino.
Es fascinante observar las circunvoluciones de un texto que se va construyendo a sí mismo como si desplegara desde el interior una espiral que “pasa por las cosas en círculos concéntricos”, una forma de andar por el mundo como si fuera una página llena de pliegues que hay que sondear, saberlos, o un lienzo a modo de banderola zen movida por el viento sobre su alta Stupa y con algunos grafismos que varían de forma y de sentido según ondeen en una u otra dirección, y que siempre es preciso aprender a deletrear, quizás también a desentrañar sus significados.

Páginas como estas, que uno lee hoy, 29 de diciembre, mientras se anuncia que la Santa Sede guarda silencio al pasar junto al lecho doliente del papa emérito (por poner un ejemplo), nos devuelven a quienes todavía mantenemos la costumbre de buscar el buen periodismo, incluso en papel, la esperanza de que aún es posible encontrar palabras vivas entre tanta prosa leprosa y tanto atasco. No se lo pierdan. 

Muere (es un decir) O Rei Pelé


(En voz alta). No por esperada es menos impactante la muerte de O Rei Pelé, un verdadero astro luminoso del fútbol (su nombre de pila, Edson, venía del inventor de la electricidad). Héroe sin par de nuestra infancia balompédica, para muchos es el indiscutible número 1. Desde luego, en mi memoria su nombre es sinónimo de leyenda, como lo son algunas de sus inverosímiles filigranas sobre el campo, aquellas jugadas que veíamos en blanco y negro en una pantalla granulosa y cuyo relato minucioso estaba a la altura de cualquier historia maravillosa. Me sorprende caer en la cuenta de que ha muerto a los 82 años, casi joven todavía. En el recuerdo forma parte de una categoría en la que están todos los grandes mitos, los héroes clásicos, las estrellas del cine. Figuras que, por definición, no pueden morir. Aunque transiten. Larga vida.

COMO SI FUERA A SER EL ÚLTIMO


Sometido el libro a la reducción bosquimana del cap&cua el resultado arroja un «A veces es siempre el camino», que sin duda contiene posibilidades, aunque queda muy lejos de poder insinuar siquiera todo lo que hay dentro de este volumen de apariencia ligera, de fácil lectura, de insólita cercanía en los tiempos que corren, de continuidad con otras ocho entregas precedentes y que, en su conjunto, componen una muy viva crónica íntima del pasajero de Brooklyn, paseante del Prospect Park y de Long Island, entre otros muchos lugares con leyenda; un hombre corriente nada común, que viaja en metro con el catalejo siempre a punto, va a la ópera con inquebrantable fidelidad, vive dentro de una sinfonía verbal, vuelve a menudo a sus predios de Infancia, allá por los extensos aledaños de Zocodover, trata con delicadeza a sus vecinos, acoge con proverbial hospitalidad a sus visitantes, cultivaba (hasta hace poco) en sus alumnos un entusiasmo que él sabe algo escéptico, mima sus libros, sus cuadros, sus objetos significativos (él los hace significativos) porque comprende que en su mirarlos bien estriba buena parte del gusto de vivir; y mientras vive y cuenta y dibuja interioridades minuciosas y cuerpos ciertos, aún encuentra tiempo para avivar sus hogueras de humo generoso —palabra apache capaz de viajar entre continentes—, para traducir a sus poetas con pericia notable y sintonía, hablar bien de sus amigos y disimular —a veces sin lograrlo— el horror ante las burricies o confusiones de sus enemigos. Y habita a fin de cuentas un espacio sagrado y corpóreo esculpido en su mente con palabras sacadas como agua de pozo de su propia vida y, sobre todo, del manantial nada cursi ni quimérico del amor, del rayo de luz interminable nacido de una fecha (un 7 de julio) y de la extraordinaria vitalidad que otorga el don de amar y ser amado, como, acaso ingenuamente, pero con total certeza, le escribe un anónimo corresponsal (pp. 109-110) agradecido por tanta tinta lúcida, tanta mirada sensible, tanto desvelo en poner sobre los raíles de los días un gramo de belleza que tal vez al final de la jornada nos salve. Y el que no, no sabe nada. También por eso sabemos que no va a ser el último. Hay hilos de luz —estrictas leyes físicas mediante— que no se acaban nunca.

(LUN, 520, «Otras voces», 1)