jueves, 31 de diciembre de 2020

Para escapar de 2020



 9 ´boludeces` y 1 lágrima para salir de 2020 de una buena vez...


«No me toques el bolo». He aquí un punto ancestral de partida que lo es también de eterno retorno de lo mismo.
¿Qué tienen en común, en principio, una ocurrencia episódica con una exclamación blasfema?
«Me cago en to’ lo que se menea», dijo Parménides.
No hace falta ser Heráclito para saber que no puedes bañarte dos veces en el río de tu infancia. Ya, ni una.
¿Cuál fue la última luz que viste, amigo?
Como mucho te queda de vida una eternidad.
El placer sexual, dijo Freud, no hay otra cosa. Y lo esnifaba.
La belleza es básicamente una estrecha concordancia entre contrarios: la experiencia instantánea de sentir que nada sobra, que no falta nada.
No arremolinen aforismos sin mascarillas.
Y que corra el aire.

lunes, 28 de diciembre de 2020

Erratas o falos


(En voz alta). Se diría la “inocentada” del día, pero sólo era una errata. Y no tardó en corregirse. Pude no obstante hacer un pantallazo de la página nada más leerla y aquí queda la muestra para la hipotética antología general de erratas, errores, deslices y otros trabucamientos. Dejo a la perspicacia y curiosidad del lector el hallazgo del fallo y quedo a la espera de sugerencias para hacerse cargo de las características de un instrumento capaz de tales afecciones. Cosas veredes.

Página


 Y...

Y ahora llega la hora del anclaje.
Hay palabras que hieren sin saberlo.
Otras son sólo voces. Hay que verlo
para creerlo. Incluso entre el ramaje
—selva selvática— de la más salvaje
barahúnda sin norte, el estraperlo
de un óleo puro da sentido al ferlo-
siano sentir: si nada hay en la ‘bella
página’ impar que pueda hacer que aquella
sombra interior sentida como un vuelo
se pose al fin en unos pocos nombres,
será porque el destino de los hombres
es la carencia, el resbalón de hielo
que desbarata el orden del viaje.
Pero así se consume y se consuma
la vida: un eco, luz entre la bruma.

sábado, 26 de diciembre de 2020

En torno a Santo Estevo


(
Al filo de los días). Hoy 26 de diciembre es San Esteban, el primer mártir, aún con el Niño recién nacido y los peces en el río. Es también Santo Estevo, al que por mi tierra familiar gallega tienen casi tanta devoción como a San Martiño, hasta el punto de poner bajo su advocación el más importante mosteiro de la Ribeira Sacra, una legendaria comarca que aspira a ser proclamada en el 2021 Patrimonio de la Humanidad, condición que por otra parte ya le corresponde por derecho ancestral y sentido común desde que el mundo es mundo o un poco antes. El singular retablo pétreo elegido para este “navidal” (me lo ha mandado
Carme Varela, de O sorriso de Daniel) puede verse en la iglesia de dicho monasterio, que es además la parroquial del pueblo de San Esteban y un lugar muy ligado a mi historia familiar (la conozco bien desde niño y dos de mis sobrinos se han casado en ella).

En este viejo y monumental cenobio, cuya historia y simbología heráldica está unida a la presencia simultánea en él de nueve obispos o santos varones, se centra además la interesante novela de María Oruña, El bosque de los cuatro vientos (O souto dos catro vientos), cuya lectura —en ambas versiones, gallega y castellana, no exactamente iguales— me ha brindado unas horas muy placenteras en noches recientes.
La novela de la escritora viguesa, bien conocida por sus exitosas obras policiales ambientadas en tierras cántabras, tiene como principal motivo la búsqueda de los anillos de estos obispos, objetos de poder considerados milagrosos en la comarca y cuya existencia siempre ha estado a caballo entre la realidad y la ficción... hasta su reciente y singular hallazgo en unas pesquisas realizadas entre objetos litúrgicos del lugar.
El retablo de piedra, una joya románica de admirable y cálida ejecución, apenas comparece en la novela. Pero sin duda tiene, por su propia historia singular y su extraordinaria belleza, un relato pendiente. Tal vez no tarde en llegar el momento de referirlo. O no. Que, como es sabido, de algunas realidades el secreto es su principal esencia.

jueves, 24 de diciembre de 2020

Feliz Navidad

Antoine Le Nain: Los jóvenes músicos, hacia 1640. Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid.
Foto: AJR, tomada a pie de obra (23.12.20).

Como vienen de un tiempo que está más allá del tiempo, no traen mascarilla. 
Y cantan y piden el aguinaldo como si no hubiera ayer. 
Criaturas de la imaginación y el arte, están dentro de nosotros... a poco que nos paremos a observar y abramos de verdad nuestros sentidos. 
Feliz Navidad.


 

miércoles, 23 de diciembre de 2020

Nuevo canal de RTVE en Youtube

 


(En voz alta). Es una muy buena noticia esta forma sencilla y ágil de acceder al gran archivo musical de la televisión pública. Promete horas de felicidad. Ahora, a ver si encontramos el banco de horas...

martes, 22 de diciembre de 2020

Pasos de tiempo

(Resonancias). Si hace sólo poco más de un año de esta reflexión, ¿por qué me parece de otra vida? E incluso ajena. Misterios del envejecimiento inverso de la memoria y de las sinapsis abolidas o transmutadas. ¡Queda aún tanto por saber del cerebro! Lo evidente —el imán— es que ayer el rey Felipe VI se trasladó a Barcino para entregarle al poeta Margarit el premio Cervantes, junto al mar. Seguro que se trajo alguna cita oportuna para ese problemático mensaje navideño que le están escribiendo al monarca con pies de plomo. Me compadezco de las mentes que ahora mismo se estén empleando en semejante menester. Ojalá encuentren el camino a su propia Casa de Misericordia.


(Al filo de los días). Me pilla la concesión del Cervantes a Joan Margarit Consarnau leyéndolo no sólo a él, su propia obra, sino a él como traductor, ese oficio de agente doble que, en el caso de los buenos poetas, es un muy privilegiado mirador para calibrar el alcance de ciertas cualidades. Y, además, no cualquier traducción: la del libro Stag’s Leap, «El salto del ciervo», de la estadounidense Sharon Olds (San Francisco, California, 1942), poemario que fue galardonado con el premio Pulitzer de 2013. Y que por muchos y complementarios motivos bien puede ser considerada una obra poética especial. Apareció en Igitur, en 2018, en traducción que, junto al poeta, firma también Eduard Lezcano Margarit. Estoy en medio de su fragor cotidiano y valiente, avanzando por su calendario vital de intensidad, lucidez y dolor, asombrado y tratando de seguir la recta vía. Y su lectura, la cercanía a una verdad tan honda como la que emerge de este libro, es un motivo de gran agradecimiento al “misericordioso” poeta ahora premiado. (14 noviembre 2019)