sábado, 22 de junio de 2019

El estío (diálogo interior)

Picasso: La serenata, Mougins, 1965.
«De todos los nombres y expresiones que convoca la estación que acaba de iniciarse —me dice el interlocutor, sin casi darse por aludido ni dejarse encasillar en una vida escasamente imaginaria— ninguno refleja, a mi entender, con más claridad su verdadera condición que el rotundo apóstrofe que suelo oírle a alguien muy cercano: “¡La virgen, qué bochorno!”». Y, una vez puestas en su sitio las dobles comillas teatrales, qué otra cosa puedo hacer más que asentir. Asentir y curarme en salud, entre la realidad y la ficción, tierras ambas muy duras y complejas: «¡Que dios nos pille confesados... y a ser posible cerquita de una sombra», le respondo mientras lo veo irse. Y cierro comillas.
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viernes, 21 de junio de 2019

Cabezabuque

Marcel Gromaire: La Guerre, 1925. Musée d’Art Moderne de la Ville de Paris.
El sargento primero Ramón, más conocido por la tropa como Cabezabuque, se pasó toda mi mili tratando de pillarme en un renuncio, especialmente en el trance de fumar algún porro, o algo más fuerte, y a ser posible en la oficina de la escuadrilla de instrucción, a la que yo como cabo furriel tenía acceso libre. Y es verdad que alguna vez no nos cazó, a mí comilitón el Charro y a mí, por muy poco. Lo más risible fue el día en que entró de golpe en la oficina y se puso a hurgar en los cajones de la mesa del brigada Marín, nuestro jefe inmediato. Había allí una pequeña caja con menudencias y basurillas varias, tornillos, arandelas, algún resto de cable..., y en medio de toda aquella barahúnda un buen trozo de masilla cristalera. Era digno de verse el gesto de sabueso de película con el que Cabezabuque olisqueaba aquello y la sibilina intención con la que nos miraba enarcando los ojos más de lo que ya de por sí le obligaba a hacerlo su menguado arco superciliar, que acabó convertido en poco más que el trazo de un dibujo animado cuando me lanzó una ojeada desafiante como diciendo: «A mí no me la das, periodista» —así se empeñaba en llamarme—, «que te tengo calao...» No sé cómo pudimos contener la risa, supongo que disimulando o fingiendo estar enfrascados en ultimar la lista de los servicios cuartelarios del fin de semana. Tampoco recuerdo cuál fue el desenlace de la escena. Me parece que desde entonces, además de por el nombre alusivo a su poderosa testuz, al sargento primero Ramón comenzamos a llamarlo Chusquero Masilla, aunque estoy casi seguro de que él nunca llegó a enterarse. Como sé que tampoco leerá estas líneas, aunque el mundo da a veces vueltas tan extrañas que nada es por completo descartable.
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jueves, 20 de junio de 2019

Negroponte vuelve


nicholas negroponte
(Lecturas en voz alta). Una buena forma de despedir la primavera y prepararse para el estío (¡ese tío!) es asomarse a esta entrevista con el viejo gurú Nicholas Negroponte, que tanto nos iluminó en los momentos del despegue cibernauta. Sus reflexiones, sin dejar de meter el dedo en algunas llagas, transpiran lucidez y optimismo, y contienen algunos subrayados muy gratificantes, como la importancia que concede a la conciencia —el verdadero tema de nuestro tiempo en días de secuestro permanente de la atención— o ese énfasis final en la importancia de las humanidades. De obligada lectura.

A nueve ve Una (2)



(Visiones en voz alta). No sé por qué, al ir a activar el teléfono, me salta este vídeo que, vagamente (todo ya empieza a ser así, incluso aquello a lo que me aplico con mayor diligencia), recuerdo haberlo utilizado en una ocasión para ilustrar un palíndromo. Una tranquila belleza de un tiempo y un lugar determinados, pero a la vez insólitos y por estrenar. Pasen. Vean.

Hablarle a Borges (21)

La imagen puede contener: una o varias personas y primer plano
Borges, de cara al infinito.

La imagen puede contener: una persona, sonriendo, sentada y de traje
Borges en el trance de que alguien le diga
que en un texto suyo (¿de quién?)
ha descubierto una errata.
(Hablarle a Borges, 71). Dicen que Borges dijo o escribió: «No sé si hay otra vida; si hay otra, espero que me esperen en su recinto los libros que he leído bajo la luna con las mismas cubiertas y las mismas ilustraciones, quizá con las mismas erratas».
Y, asintiendo, se me ocurre añadir: «Por sus erratas los conoceremos y tal vez, en esa conjetura del más allá, nos reconoceremos».

La imagen puede contener: una persona
¿En qué mano está? Los juegos de Borges.

(Hablarle a Borges, 72). Dicen que Borges dijo o escribió: «Siempre sentí que ser poseedor de un secreto me halagaba más que contarlo».

Y se me ocurre: «¡Sí, sí, dónde va a parar! Ser “el dueño del secreto” es uno de los más dignificantes papeles que pueden cumplirse en la vida social, tan dada al comadreo y la murmuración Aunque a veces también puede llegar a rozar lo heroico».



(Hablarle a Borges, 73). Dicen que Borges dijo o escribió: «Eso de que el plagio es la forma más sincera de la admiración, creo que es cierto».
Y nada más leerlo se me ocurre: «A mí también me lo parece. Nunca he entendido esos enfados monumentales de quienes han sido suplantados sin mayor menoscabo que el mero intercambio de nombres. Es más, intuyo que esas actitudes, con el ridículo egotismo que revelan, acaso demuestren un no estar a la altura del azar favorable».
Adenda: Hay, además, una definición del plagio en el Diccionario del Diablo, de Ambrose Bierce, que lo subraya: «Coincidencia literaria entre una prioridad carente de mérito y una posterioridad honorable». Y es que el plagio, como un directo homenaje, lo que muchas veces acaba fundando es el valor de la obra plagiada. El caso del Quijote, con la reacción que Cervantes tuvo ante el “agravio” de Avellaneda —y ahí sí que había, además de una probable querella y afrenta personal, un conflicto económico—, es paradigmático: sirvió para que Cervantes traspasara, por así decir, los límites de su propia obra llevando la escritura de ficción a un terreno inexplorado y radicalmente nuevo: la invención de la novela moderna. Confundir el arte con la propiedad y las segregaciones del ego es, como mínimo, un signo de profunda miopía.

Sin malicia

La imagen puede contener: una o varias personas, personas de pie, cielo, océano y exterior
William Heine: Recibimiento de Perry en Yokohama en 1854, litografía, h. 1855. Época Meiji.
Foto: Wikimedia Commons.
—Ahora me toca a mí —dijo Rosalinda.
—¡Dispara! —repuso Lamillo.
—En el puerto de Sanlúcar
hay tres barcos no chiquitos:
un crucero, un transatlántico
y el otro que ya te digo.
—¡A navegar!

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miércoles, 19 de junio de 2019

Itinerario

La imagen puede contener: exterior
Jenaro Pérez Villaamil: Manada de toros junto a un río, al pie de un castillo, 1837.
Museo del Prado, Madrid.
Me pides que te cuente la historia de la familia y no veo mejor forma de empezar que con un principio memorable: todas las familias felices se parecen, pero las desgracias lo son cada una a su manera. De Castro Sil a Eburia hay un largo camino y se puede ir por muchas partes...
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