sábado, 30 de abril de 2022

GRANDOLA VI LA MORENA

Maria José Aguiar: «S.T.», 1974 (óleo sobre lienzo).
Fundación Gulbenkian, Lisboa.
De los días pasados en Lisboa, justamente un año después de la Revoluçao —me dijo—, podría referir anécdotas deliciosas o brutales. Pero me quedaré solo con la vez aquella en que, en plena fiebre amorosa, mi novia de entonces y yo nos fuimos por vez primera a un verdadero cine porno, no a una de esas pelis S que empezaron a ponerse de moda un poco después en España, ni las emmanuelles o los tangos que se veían por Perpiñan, sino porno porno, duro, hardcore.
Recuerdo que al entrar en la sala, el primer plano de un enorme pene negro, tal vez mulato, sin duda moreno, siendo devorado por una boca de apariencia no menos gigantesca y absorbente, me produjo tal impresión que a punto estuve de caerme de espaldas sobre uno de los espectadores desperdigados por una sala que juraría que olía a una mezcla de zotal y engrudo, si bien es posible que aquí me deje llevar por la imaginaçao…
Aquel pene, en cuya descripción me podría demorar —continúa diciéndome— si tuviera interlocutores menos quisquillosos que tú, me tuvo intrigado varios días, más que nada porque me pareció que, justo en medio del gran glande, exhibía una a modo de pequeñísima perla de blanquísimo nácar que, como supe después, seguramente sería un piercing vibrador, un adelanto de una moda que aún tardaría mucho tiempo en generalizarse y cuyos efectos en rendimientos placenteros sobre el clítoris y ciertas terminaciones nerviosas de las paredes vaginales están muy documentados e incluso parecen haber sido el más claro modelo para el diseño de los últimos succionadores íntimos, una variante por cierto de la industria del disfrute sexual que, como es sabido, cuenta entre sus principales asesores áulicos nada menos que al melillense Fernando Arrabal, grandísimo cronopio y fama todo en uno.
No recuerdo apenas —continuó tras una larga pausa, punteada con algún suspiro no sé si de morriña o de saudade, pero de indudable raíz melancólica— nada más de la proyección, aunque tampoco sería difícil suponer las secuencias. Si sé que enseguida comencé a sentirme incómodo y de no ser porque ella, mi novia de entonces, parecía más curiosa o menos temerosa que yo ante aquel atracón de jadeantes placeres carnosos, hubiera abandonado la sala al poco. Tampoco debimos demorarnos mucho más, porque según me dijo después ella, su curiosidad y el morbo se veían suficientemente contrarrestados por el más bien penoso espectáculo del patio de butacas, más perceptible a medida que los ojos se iban acostumbrando a la penumbra y los hasta entonces sólo bultos se convertían en pulpos, y en algún caso de atrevidos y viscosos tentáculos.
La consecuencia más chusca del asunto, aunque no logro recordarlo con precisión, fue que estuvimos varios días como con indigestión y sin ser capaces de encontrar el camino que llevaba del cuerpo del uno al del otro, como solía ser habitual en aquellos días juveniles y como, por fortuna, volvió a serlo de nuevo cuando, tras cruzar el Alentejo en un par de tiradas de autoestop, llegamos a las playas de Faro y otras lugares del Algarve, bajo cuyo sol espléndido y de luz tan blanca las aguas del deseo volvieron a sus cauces y nuestros cuerpos de amantes enfervorecidos por las dilatadas tardes del verano siguieron encontrando motivos de gozo y extenso solaz.
Al fin y al cabo —concluye mientras me mira con ojos entre pícaros y exculpatorios— una indigestión la sufre cualquiera. Y si algo nos acaba enseñando el tiempo desde muy pronto es la importancia de las proporciones, los equilibrios, las justas equivalencias… y equidistancias, importan mucho las equidistancias.
(LUN, 760 ~ Las musas de Macías)

viernes, 29 de abril de 2022

Negro sobre blanco (lecturas)



































LAS COSAS DE NOSTRA

REENCUENTRO CON NOSTRA EN UN VIEJO TERRITORIO DE LEONES Y EN POS DE UNA PALABRA

Jacopo Tintoretto: Retrato del rey Segismundo II Augusto, hacia 1570.
Kunsthistorisches Museum, Viena.

«Hay palabras —me dijo Nostra, el profeta de La Prospe, en Territorio de Leones, al terminar el coloquio subsiguiente al convivio en el que casualmente coincidimos la otra tarde— que nos eligen. No te quepa duda la menor, chavalote. No sabemos por qué. Pero un buen día, quizá un poco talmente a deshora, más bien ya “de anochecida”, que diría Claudio, se nos aparecen, se aposentan y fundan lugar y tienda en nuestros gustos; o sea, Oseas, que se nos imponen como título o rótulo o datáfono o consigna de un grito, cagüendiez, incluso como santo y seña para ponerle nombre propio a alguna empresa o batalla por librar, esas quimeras con las que tan a menudo nos entretenemos y torramos y perseveramos, qué sé yo…. El caso es que, verás fierabrás, esas palabras se quedan a nuestro lado con un punto de familiaridad tal, que a veces llegan a confundirse con nuestros nombres más queridos, vaya grima». Dio un manotazo al aire, como si quisiera espantar a algún moscón, y prosiguió ya por completo ensoliquiado, dueño de todo el espacio sonoro y hasta icónico en muchas millas alrededor: «Incluso, fascinantes, hurgonas, hechiceras, esas palabras pueden provocarnos la ilusión de que son de nuestra propiedad, como si su existencia tuviera algo o mucho que ver con nuestra propia vida, si serán pendejas…». Aquí creo recordar que comenzó a embarullarse (‘embulleirarse’ dice él) más de lo habitual y no consigo recordar lo que pude haber entendido. Luego hizo una larga pausa y puede que, de pie y todo como estaba y sin inmutarse, incluso echara una cabezadita. Minutos después, tras un respiro hondo, tal si regresara de quién sabe dónde, juraría que por fin me vio de cerca y me miró, no sé si a los ojos, pero casi, y remató la cháchara: «Desde hace bastante tiempo, pongamos cuatro décadas, una de esas palabras para mí es “territorio”, a menudo con versal inicial, pero también sin ella. Ni que decir tiene que, tanto o más que en el aspecto físico o meramente geográfico, esa palabra se refiere al espacio en el que de verdad vivimos: el lenguaje, ¿capisci? Y, también, a renglón seguido, pero cómo si no, al lugar de la escritura: este ‘territorio de gestos fugitivos’ (aquí me guiñó ostensiblemente un ojo) con el que pretendemos descifrar el mundo. O, al menos, tratar de hacerlo menos salvaje e inhóspito. No sé si lo pillasssssss…». Silbó largamente al final de la última palabra y se quedó como en suspenso. Por esta vez ya no dijo más. Aunque sé bien que no tardará en volver a las andadas.
(LUN, 761 ~ Las cosas de Nostra, autofagias)

jueves, 28 de abril de 2022

Adíós al actor Juan Diego


Muere el actor Juan Diego. Se nos va otro de los grandes. Buen viaje, maestro. 

Su actuaciòn en Los santos inocentes, inolvidable, es uno de los grandes hitos interpretativos de nuestro cine. Hay en su trayectoria al menos media docena de papeles memorables. Y siempre una gran dignidad y compromiso, también artístico, en su trabajo.

Poco antes de la pandemia, en una actuación de Miguel Poveda en el
Price, me crucé con él en un pasillo y, en una breve y muy amable conversación, pude manifestarle mi admiración. Me dio un abrazo que recuerdo con gran cariño.
Muchos años antes, era un habitual de los saraos del Johnny, donde lo vi algunas veces.
Que tenga el tránsito que merece y su arte no se olvide.

LA PALABRA DEL DÍA: «TROGLODITA»

Pedro Figari: Fantasía, s.a. Óleo sobre cartón. Colección Museo Figari.

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(LUN, 762 ~ «La Palabra del Día»)

miércoles, 27 de abril de 2022

CORTINILLAS DE CONTINUIDAD

El Don Pasquale de Donizetti en el Palais Garnier, Ópera de París,
en junio de 2018.
De mi más alta consideración, señor o señora, madames, monsieurs, dos puntos: no me dirigiría a usted si no fuera absolutamente prescindible poner en su conocimiento, antes de que la ignorancia general nos afilie a todos bajo sus órdenes, que es necesario que usted en su consciencia se haga cargo de algunas criaturas de la imaginación (o no tanto: entre lo imaginario y lo real no es seguro que haya término medio), a saber: ‘El viejo industrial japonés magnate del reloj submarino’, ‘El diplomático que clamaba venganza para su mujer y su hijo’ y, para completar el trío del día o triduo PERECedero, ‘La señora que no pudo marcharse hasta el día siguiente y reclamó sus judías tiernas’. Es gracia que espera alcanzar aunque no sea fácil —la dirección se hace cargo— verle la gracia. Las cortinillas de continuidad es lo que tienen. No serán las últimas. Bien sure, sire!
(LUN, 763 ~ Perec al paso, 78-80)

martes, 26 de abril de 2022

EL GRAN DILEMA

Goya: «Asta su Abuelo», 1799.
Grabado número 39 de la serie «Los Caprichos»,
Museo del Prado, Madrid.
«Escribir o leer, he ahí el dilema». Me sorprendió la otra tarde mi amigo el actor plantándose ante mí con un tintero de cerámica de Talavera-El Puente en una mano y en la otra uno de esos librillos que se compran muy baratos en los chinos y que, ya desde su falsa apariencia moleskine, parecen estar diciendo «Es tu bebé, es tu bebé», como una clara invitación a la escritura. No me pareció baladí la propuesta escénica, aunque sé que mi amigo el actor es muy burlesco y no suele creerse ninguno de los papeles que representa. Pero en este caso me pareció advertir en su propuesta un claro sesgo de argumento ad hóminem; vamos, que me estaba criticando directamente, no sé bien si de pecar de presumir de lo primero o de empeñarme en parecer que tengo de lo segundo las gracias de carencia cervantina. Dicho de otro modo: de alardear de lector cuando lo único que de verdad me interesa es figurar, o fungir (sic) de escritor, siendo así que en realidad las más de las veces me limito a transcribir —traducir— y no siempre lo mejor que puedo aquello que logro asimilar de mis largas tardes y noches de lectura ensimismada, que las mañanas se me suelen ir en soñar y en pergeñar estas boludeces y otras parecidas. Pero el peculiar momento dramático llegó a su clímax cuando, en una pausa de silencio mutuo, mi amigo sacó de su portafolios —¿dónde lo llevaba?— una imagen con un conocido grabado de Goya y me lo puso delante con un gesto que aún estoy intentado interpretar. Tampoco voy a sorprender a nadie —colijo— si digo que mi amigo el actor en ocasiones me tiene hasta el asta con sus… ¿improvisaciones? Quién lo sabe.
(LUN 764 ~ Al pie de Goya)