Montaje con la figura de «El médico de la peste», una de las máscaras clave del Carnaval veneciano. |
Pensaba que se acababa la tinta, el amanuense.
Montaje con la figura de «El médico de la peste», una de las máscaras clave del Carnaval veneciano. |
Pensaba que se acababa la tinta, el amanuense.
(En voz alta). Por la precisa y sentida necrológica que en El paí’ le dedica Carmen Ruiz Bravo-Villasante, me entero de la muerte del profesor Pedro Martínez Montávez, reconocido arabista, catedrático y rector universitario, gran estudioso y divulgador del mundo árabe, así como uno de los más eficaces valedores de una perspectiva ecuánime y bien informada hacia el fenómeno del Islam, en sus distintas implicaciones políticas, culturales, sociales. El profesor Martínez Montávez fue también, a principios de los años 80, uno de los miembros más activos del Consejo Editorial de Aula Abierta Salvat y autor él mismo del número 49 de la Colección Temas Clave, dedicado al Islam. El trabajo de edición de este libro lo realizó, y con gran solvencia, Manuela Díez de Grado. La implicación del profesor con todo el proyecto fue tanta que no tardó en convertirse en un asesor imprescindible y generoso para cuanto tuviera que ver con el mundo islámico, comenzando por la a menudo dificultosa y polémica cuestión de las transcripciones de los nombres y términos árabes, un verdadero quebradero de cabeza en una época en que se estaban poniendo a punto, no sin grandes discusiones, los libros de estilo de los grandes medios de comunicación. Recuerdo bien el pragmatismo con que el profesor encaraba el asunto: «No te quiebres mucho la cabeza, Alfredo: cualquier alternativa que emplees tendrá pros y contras; elige una opción de las posibles y, eso sí, aplícala con uniformidad en todo el texto». Algo parecido recuerdo que nos volvió a decir, años después (hacia 1996), cuando coincidí de nuevo con él trabajando para la Gran Referencia Anaya, una obra en 23 volúmenes que fue una de las últimas grandes enciclopedias en español todavía concebidas para ser impresas en papel, antes de que Wikipedia ‘matara’ a estas queridas hijas de Gutenberg. Para esta obra escribió el profesor algunos de los extensos artículos de fondo sobre temas de su especialidad. Gran observador también de los asuntos relacionados con el impacto de las nuevas tecnologías, recuerdo haber tenido con él algunas amenas conversaciones al respecto, y muy especialmente el interés compartido por las culturas del Magreb, bien contextualizado por su gran conocimiento de las literaturas árabes modernas, y su especial sensibilidad hacia la poesía. Buen amigo de mi paisano el poeta Joaquín Benito de Lucas (qepd), más de una vez compartí con ellos encuentros y tertulias, incluida alguna visita a su casa de la calle Cañizares, ocasión también para visitar el patio de la cercana Casa Patas donde por entonces se escuchaba (y veía) el mejor flamenco de Madrid, otro de los intereses sobre los que también le oí pronunciarse al profesor. (Aunque de esto me consta que tiene información más precisa y sabrosa el amigo Nostra. A ver si algún día se decide a contarla). Descanse en paz el hombre culto y sensible, lúcido y generoso, al que le debemos la apertura de nuevos horizontes.El profesor Martinez Montávez.
(En voz alta). Los Fabelman, la película autobiográfica sobre la infancia y adolescencia de Steven Spielberg, es una delicia que ningún amante o sólo aficionado (esa palabra) del/al séptimo arte debería perderse. En el cine. Son dos horas y media que vuelan, en ocasiones muy alto, y a lo largo de las cuales, e inevitablemente, además de encarar algunos secretos de un gran director y un canto de amor al arte de mover imágenes en una pantalla, asistimos a nuestra propia biografía como espectadores y soñadores, hechizados por esa gracia que el cine tiene de hacernos creer a menudo que lo que ocurre en la pantalla de algún modo (de ese modo preciso) es nuestra propia vida. Al fin y al cabo, todos somos seres de fábula. Volveremos.
Ilustración de Javier Serrano. |
Como todo empezaba a tener un cariz vagamente bíblico, deduje que aquella mujer junto a la playa sería alguna de las heroínas que en las primeras horas del amanecer recogían los frutos del mar y bregaban con los restos de los naufragios nocturnos, las mismas que después pondrían en orden las restantes horas y nos traerían, al atardecer, el matacandelas, para que ya por nosotros mismos pudiéramos apagar las últimas luces y tener así la sensación de que también era una vida digna la vida en medio de las tierras raras y en el interior de la ballena.
(En voz alta). No es la primera vez que, leyendo declaraciones de Borges, me asalta la impresión de que pudiera ser uno, otro, de los heterónimos de Pessoa. Ocurrencia que no tarda en corregirse con otra fulguración: ¿Y si todo Pessoa con su “drama en gente” no fuera sino un invento de Borges? Es, en todo caso, una experiencia abisal sumergirse de nuevo en las palabras del maestro, en su pasmosa naturalidad para tocar fondo, en su lucidez sin fronteras. Curiosamente, si no leo
mal, el texto contiene una errata “gentilicia” (por así decir) muy sugerente y un desliz geográfico de cierto calado, eso suponiendo que, como tan a menudo ocurre con el escritor de nombre de origen portugués (!), no sea todo una confabulación de los entendimientos. Afile los suyos el lector atento y, si el juego le seduce, trate de encontrar ambas dos muescas. Y luego, si tiene tiempo y ganas, coméntelas. Al fin y al cabo todo es cuestión de turnos, de intercambio de voces y apariencias, de durar de algún modo resonante mientras duremos.