lunes, 13 de febrero de 2023

Spielberg se (y nos) autorretrata

(En voz alta). Los Fabelman, la película autobiográfica sobre la infancia y adolescencia de Steven Spielberg, es una delicia que ningún amante o sólo aficionado (esa palabra) del/al séptimo arte debería perderse. En el cine. Son dos horas y media que vuelan, en ocasiones muy alto, y a lo largo de las cuales, e inevitablemente, además de encarar algunos secretos de un gran director y un canto de amor al arte de mover imágenes en una pantalla, asistimos a nuestra propia biografía como espectadores y soñadores, hechizados por esa gracia que el cine tiene de hacernos creer a menudo que lo que ocurre en la pantalla de algún modo (de ese modo preciso) es nuestra propia vida. Al fin y al cabo, todos somos seres de fábula. Volveremos.



domingo, 12 de febrero de 2023

A LA VISTA DE LAS TIERRAS RARAS

Ilustración de Javier Serrano.

Como todo empezaba a tener un cariz vagamente bíblico, deduje que aquella mujer junto a la playa sería alguna de las heroínas que en las primeras horas del amanecer recogían los frutos del mar y bregaban con los restos de los naufragios nocturnos, las mismas que después pondrían en orden las restantes horas y nos traerían, al atardecer, el matacandelas, para que ya por nosotros mismos pudiéramos apagar las últimas luces y tener así la sensación de que también era una vida digna la vida en medio de las tierras raras y en el interior de la ballena.

(LUN, 473 ~ «Los figurantes de Javier Serrano», VI)

sábado, 11 de febrero de 2023

El hombre que fue Borges

(En voz alta). No es la primera vez que, leyendo declaraciones de Borges, me asalta la impresión de que pudiera ser uno, otro, de los heterónimos de Pessoa. Ocurrencia que no tarda en corregirse con otra fulguración: ¿Y si todo Pessoa con su “drama en gente” no fuera sino un invento de Borges? Es, en todo caso, una experiencia abisal sumergirse de nuevo en las palabras del maestro, en su pasmosa naturalidad para tocar fondo, en su lucidez sin fronteras. Curiosamente, si no leo

mal, el texto contiene una errata “gentilicia” (por así decir) muy sugerente y un desliz geográfico de cierto calado, eso suponiendo que, como tan a menudo ocurre con el escritor de nombre de origen portugués (!), no sea todo una confabulación de los entendimientos. Afile los suyos el lector atento y, si el juego le seduce, trate de encontrar ambas dos muescas. Y luego, si tiene tiempo y ganas, coméntelas. Al fin y al cabo todo es cuestión de turnos, de intercambio de voces y apariencias, de durar de algún modo resonante mientras duremos. 

ANIMAL DE FONDO

Detalle del panel de los leones de las cavernas, Cueva de Chauvet (Francia).
Nada es bello sin el azar
Es bello el azar sin nada.
Bello el sin nada azar es.
Sin azar nada es el bello.
El azar bello es sin nada.
Azar sin el nada es bello.

—De Artur Ramon.
(LUN, 474 ~ «Amo idioma / dados»)

viernes, 10 de febrero de 2023

Sostiene Angel Mosterín

 Del muro de Angel Mosterín: un cronista de lujo. Qué bueno hace el cuento:

^^Ya sé que hay muchas verdades, con lo que comenzar cualquier intervención apuntando que “la verdad es que…”, de inicio empobrece mucho la opinión que se pudiera tener de quien haya empezado reduciendo la realidad, hasta tal punto que se atreve a referirse a la verdad como si no hubiese más que una, y todas las demás en el mejor de los casos podrían tenerse por falsedades que al ser de buen corte podrían pasar por lo que no son, en determinadas ocasiones.
A mi entender es más práctico en cualquier circunstancia presentar las verdades y lo que no lo son, en una mezcla equilibrada dentro de lo posible, y ofrecer a la audiencia la opción de que combine unas y otras; o que si no le importa limitarse extremadamente, sólo admita verdades, o mentiras, eso lo dejo naturalmente a la elección de quien se vea en el caso, y construya el relato como mejor le plazca, o se deje llevar sin ir más allá de lo que parezca prudente.
- Dígame una cosa. Estas advertencias que está haciendo nada más empezar tienen alguna intención, ¿verdad?
- ¿Qué quiere que le diga? Realmente da igual que la tenga o no. Lo más probable es que no se tengan en cuenta, ¿no cree?
Ahora mismo me parece improbable que hubiera prestado atención a Laurence Sterne de no ser por un aviso indirecto de Enrique Vila Matas, que fue de quien recibí la llamada de atención. Pero también podría haber sido cosa de Alfredo J. Ramos con quien, como tengo más contacto que con Vila Matas, no hubiera sido nada extraordinario que en Talavera de la Reina, o en la escalinata de la Real Academia, viendo pasar turistas japonesas que cualquiera diría que han viajado desde Kioto o Nagoya con el propósito exclusivo de ver la exposición de Fernando Zóbel en El Prado, en algún momento, cuando ya hubiéramos hablado de todo lo demás, que es muchísimo, me hubiera dicho algo, lo que fuera, acerca Laurence Sterne, y a partir de ahí y ya llevado de una curiosidad que se apoderaría de mí, buscaría lo que fuese de Sterne con tal de no continuar en ese limbo literario donde flotan las almas ingenuas y sin malicia, como lo son en general las de las personas nacidas en Bilbao, a pesar de que por circunstancias que en este momento de la narración no vengan a cuento, hayan pasado por un buen número de lugares que ni siquiera debe darse por descontado que todos esos sitios se correspondan de manera comprobable con rincones de este mundo.
Para mí, sin que sepa dar detalle de por qué he llegado a esa conclusión, Vila Matas, Ramos, y Laurence Sterne son, los tres, personajes del siglo XVIII. Aunque hay otros, es posible que el rasgo que en ocasiones más me hace distinguir entre ellos, es la peculiaridad de que Sterne es el único que como complemento a su profesión principal, eligiera la de clérigo anglicano.
Tengo la impresión de que si a Enrique Vila Matas se le hubiese presentado la oportunidad de ser Julio Cortázar la hubiera aprovechado, y para que quienes sintiéramos interés por ver hasta dónde llegaba ese (su) caso de transustanciación, desaparecería con la Maga, a la que habría tomado de la mano, y tiraría de ella suavemente hasta salir del cuarto de un hotel de Montevideo a través de la puerta que encontrarían detrás de una armario del cuarto, y que no daría a ningún sitio, porque según se supo después, durante una reforma general del establecimiento, se cerró el punto por el que alguna vez el cuarto de Enrique y la Maga se comunicaba con el de al lado.
Al contrario de lo que me sucede con Vila Matas, de quien es fácil deducir que no me atrevo a tener certezas, porque ni él ni yo somos de ésos, y enseguida los demás se dan cuenta de que cualquier día nos van a comer nuestras inseguridades, Alfredo J. Ramos apuesto que no se cambiaría por nadie. Y hace bien, me parece.
- Es que me he acostumbrado a mí, ¿sabes?-, me dice Alfredo. – Eso no quita para que de tanto en tanto me apetezca manejar bólidos, como Max Verstappen, o hacer en el teatro un espectáculo como el de Antonio Banderas. Pero sería yo. Lo haría como ellos, pero sería yo, oye.
- Eso es lo que imaginaba: que tú quieres ser tú. Y no como me pasa a mí que ni pienso en lo de Verstappen, pero que ahora que he leído “Tus ojos sostienen el vuelo del pájaro”, me cambiaría, sin mirar, por Mónica Velasco. Y en Salamanca, cuando me vieran pasar, todo el mundo se volvería, y las gentes se dirían “… ahí va Mónica Velasco”, y me sentiría la reina del mambo.
Que Alfredo y yo, aunque sólo ocurra de pascuas a ramos, intercambiemos confidencias tampoco es algo que vaya muy allá. Pero con otras personas debiera portarme más comedidamente, y ajustarme a mi idea de que el pudor no sería tanto lo que sintiera si me vieran desnudo -igual que si fuese alemán, siendo ellos tan dados a mostrarse como son-, sino que el pudor se hiciera conmigo ante la posibilidad de que alguien leyera y entrara en ese cuarto oscuro de mi cerebro.
Tan del XVIII como en algunos aspectos vea yo a Vila Matas y a Alfredo Ramos, lo es, y más porque el vivió en parte de esos años, Laurence Sterne de quien por lo que sea, que algo habrá, no termino de decir lo que tenía pensado. Recomendaría, porque en cierto modo, era mi intención del principio, “The Life and Opinions of Tristram Shandy, Gentleman”, y que si se ponen a ello, lo hagan intentando situarse en las fechas convenientes. Lean en inglés preferentemente, pero sin agobiarse pensando si estarán entendiendo o no. Si eso, que le entendieran, le hubiera importado de verdad a Sterne, debiera haber sido él quien se aplicara con un castellano cuidado:
“I know there are readers in the world, as well as many other good people… lectores y otras muchas buenas gentes que no se encuentran cómodos hasta que les cuentas todos los secretos, del primero al último, sobre cada asunto de los que te preocupan…”.

Lo voy a considerar. Debiera dar un paso (más) y sincerarme/sincerrarme.  ^^



Saura: el cine que no olvidamos


(En voz alta). Aunque estaba descartada su presencia en la gala de los Goya, y si bien ya se le hizo entrega en su casa de la estatuilla, el destino no ha querido que el gran Carlos Saura reciba en vida el homenaje y reconocimiento que su importante obra fílmica merece. Este reportaje de la Cadena Ser repasa con amplitud y acierto su extensa y variopinta obra. Subrayaría con mayor grosor la importancia de Deprisa, deprisa (1981), su peculiar contribución no genérica al “cine quinqui” y uno de los más hermosos cantos a la libertad que se ha filmado en nuestro cine. Fue, además, la peli que, por así decir, evidenció la calidad artística de “Sí me das a elegir”, el ahora aclamado himno de Los Chunguitos, al que durante mucho tiempo no pocos sedicentes críticos y gurúes musicales le perdonaron la vida. Parodiando este tema, si me das a elegir entre el Saura serio y oscuro, el de los personajes atormentados y algo incomprensibles, y el cine de acción y emociones primarias retratadas entre vivo…, me quedo con los dos. Y con su gran instinto rítmico, otra de sus grandes bazas. Larga vida, maestro.

LA EVAPORACIÓN (6)

Picasso: La habitación azul o La tina, 1901.
The Phillips Collection, Washington D.C.
Soñé que era un lince boreal con el pelaje cubierto de copos de nieve y, mientras buscaba el lugar de mi caza o de mi fuga, aparecía también en mi sueño la dama venatoria, tal vez la misma que había visto merodeando por la sabana antes de que el primer rayo de la tormenta, con su acento casi sobrenatural, convirtiera aquel paisaje lejano en la habitación y la cama y la frazada donde estaba a punto de despertarme. De estas cosas solo conservo una memoria deslavazada y húmeda, quizás porque con la misma fuerza que obtengo de ellas por el mero hecho de nombrarlas debo rendirme una y otra vez a la evidencia de que de nada de esto quedará nada cuando se consuma la evaporación.
(LUN, 475 ~ «Picasso azul»)