jueves, 29 de diciembre de 2022

Curiel por Europa

Exposición del ceramista Ángel Núñez.
(En voz alta). Con cierto retraso pero aún con toda la oportunidad, me hago eco de un nuevo texto del poeta Curiel en eldiario.es. Insisto en lo insólito de estas escrituras en lo que antes era el papel para envolver el pescado al día siguiente y ahora tal vez sea solo un trasiego imparable y efímero, a golpe de dedo y bajo el cristal: letras inertes en aguas estancadas.
El texto en cuestión, una suerte de largo poema en prosa sostenido con lírica épica, es un viaje de invierno y al corazón del invierno. Y aunque en ningún momento lo menciona entre los muchos nombres que se citan, me ha traído el sonido y el modo de caminar de un Peter Handke echado a los caminos del mundo en busca del secreto que un día lo alertó a la puerta de su casa o también al preguntar, en compañía de su padre, por un calle o un destino.
Es fascinante observar las circunvoluciones de un texto que se va construyendo a sí mismo como si desplegara desde el interior una espiral que “pasa por las cosas en círculos concéntricos”, una forma de andar por el mundo como si fuera una página llena de pliegues que hay que sondear, saberlos, o un lienzo a modo de banderola zen movida por el viento sobre su alta Stupa y con algunos grafismos que varían de forma y de sentido según ondeen en una u otra dirección, y que siempre es preciso aprender a deletrear, quizás también a desentrañar sus significados.

Páginas como estas, que uno lee hoy, 29 de diciembre, mientras se anuncia que la Santa Sede guarda silencio al pasar junto al lecho doliente del papa emérito (por poner un ejemplo), nos devuelven a quienes todavía mantenemos la costumbre de buscar el buen periodismo, incluso en papel, la esperanza de que aún es posible encontrar palabras vivas entre tanta prosa leprosa y tanto atasco. No se lo pierdan. 

Muere (es un decir) O Rei Pelé


(En voz alta). No por esperada es menos impactante la muerte de O Rei Pelé, un verdadero astro luminoso del fútbol (su nombre de pila, Edson, venía del inventor de la electricidad). Héroe sin par de nuestra infancia balompédica, para muchos es el indiscutible número 1. Desde luego, en mi memoria su nombre es sinónimo de leyenda, como lo son algunas de sus inverosímiles filigranas sobre el campo, aquellas jugadas que veíamos en blanco y negro en una pantalla granulosa y cuyo relato minucioso estaba a la altura de cualquier historia maravillosa. Me sorprende caer en la cuenta de que ha muerto a los 82 años, casi joven todavía. En el recuerdo forma parte de una categoría en la que están todos los grandes mitos, los héroes clásicos, las estrellas del cine. Figuras que, por definición, no pueden morir. Aunque transiten. Larga vida.

COMO SI FUERA A SER EL ÚLTIMO


Sometido el libro a la reducción bosquimana del cap&cua el resultado arroja un «A veces es siempre el camino», que sin duda contiene posibilidades, aunque queda muy lejos de poder insinuar siquiera todo lo que hay dentro de este volumen de apariencia ligera, de fácil lectura, de insólita cercanía en los tiempos que corren, de continuidad con otras ocho entregas precedentes y que, en su conjunto, componen una muy viva crónica íntima del pasajero de Brooklyn, paseante del Prospect Park y de Long Island, entre otros muchos lugares con leyenda; un hombre corriente nada común, que viaja en metro con el catalejo siempre a punto, va a la ópera con inquebrantable fidelidad, vive dentro de una sinfonía verbal, vuelve a menudo a sus predios de Infancia, allá por los extensos aledaños de Zocodover, trata con delicadeza a sus vecinos, acoge con proverbial hospitalidad a sus visitantes, cultivaba (hasta hace poco) en sus alumnos un entusiasmo que él sabe algo escéptico, mima sus libros, sus cuadros, sus objetos significativos (él los hace significativos) porque comprende que en su mirarlos bien estriba buena parte del gusto de vivir; y mientras vive y cuenta y dibuja interioridades minuciosas y cuerpos ciertos, aún encuentra tiempo para avivar sus hogueras de humo generoso —palabra apache capaz de viajar entre continentes—, para traducir a sus poetas con pericia notable y sintonía, hablar bien de sus amigos y disimular —a veces sin lograrlo— el horror ante las burricies o confusiones de sus enemigos. Y habita a fin de cuentas un espacio sagrado y corpóreo esculpido en su mente con palabras sacadas como agua de pozo de su propia vida y, sobre todo, del manantial nada cursi ni quimérico del amor, del rayo de luz interminable nacido de una fecha (un 7 de julio) y de la extraordinaria vitalidad que otorga el don de amar y ser amado, como, acaso ingenuamente, pero con total certeza, le escribe un anónimo corresponsal (pp. 109-110) agradecido por tanta tinta lúcida, tanta mirada sensible, tanto desvelo en poner sobre los raíles de los días un gramo de belleza que tal vez al final de la jornada nos salve. Y el que no, no sabe nada. También por eso sabemos que no va a ser el último. Hay hilos de luz —estrictas leyes físicas mediante— que no se acaban nunca.

(LUN, 520, «Otras voces», 1)

LA REALIDAD Y EL PASEO

John Henry Twachtman: El puente blanco, 1890. Art Institue of Chicago.

Mientras veía la sierpe de plata del río más grande de su aldea reflejada en el río sin plata más largo de sus sueños, y uno y otro mezcladas sus aguas y sus puentes y entrelazadas sus vistas y sus ánimas, en momentos vespertinos así sentía cerca la mano que todo lo acaricia, la misma que recoge las arenas y las va deslizando sin premura con la velocidad de los astros que parecen fijos en el cielo y cuya contemplación, sobrevenida cuando menos lo piensas, no cesa de ponernos delante de la vista lo que viene a ser ya toda la realidad: un paseo por el amor y la suerte, y que sabemos bien cómo termina.

(LUN, 519~ «Clásicos profanados»)

miércoles, 28 de diciembre de 2022

ESCALAS SETNECONI




🎶😇🤡🎵
—Dola.
—Dola.
—¡Fa sol!
—Si, fa.
—¡Fa resol!
—Resol, resol.
—¡La resolfa!
—¿Resolfa?
—¡Si!
—¿Do la mido?
—Do resido.
—¿Do mi resol la redore?
—Do mi fado.
—¿Do la mido la mi Mila?
—Si la Misi la remila…
—Mire, sire: mido lado.
—¿Lado solfa?
—Lado lado.
—¿Lado sirela?
—Fasido.
—¡Remire!
—Faré la Sol la mi Remi
—¿Sol resollado?
—Sol sido.
—Redore do la remire.
—Faré soldo la mi fala.
—¡Fala, fala, relamido!
—¿Relamido? Mire do miré falado.
—Do mi solfa la remido.
—Dofafa 🎶 sollafa 🎶 do la…
—Lasidosilasisol🎶
🎶Solfasolasol…
—Dore mi lado sí mi lado mido.
—Sol dore soldo do dorela fala.
—La fala solfa la remire Lala.
—Mi lare remi la resolla sido.
—Sol la farela la resolfa mire.
—Mire redore si mi refasido.
—Refala solla do la fala mido.
—Fare la solfa si la mido, sire.
—Fa sol fasido mi sol redolado.
—Fa sol solfado si la mila fare.
—La redola mila la fare dosol.
—Si la dola mila dola la mi fado.
—Si la solfamila dola la milare.
—Mírela la fala do fala mi sol.
—La miré, la remiré…
—Si la soldo, la doré.
—La mi fala, do resolla, me la soldó mi famila.
—¿La famila? Si la fala fala Mila, Mila fala solfafado.
—Remire: si solfafado mi doremi remisolla remilasoldofaré do mi fasolla resídola…
—Fala lala, fala solla. Mi sol si do mi relafa ladoremi miredola refalare…
—Solfadoremisiredo mi doremisolfalado do dala la faladofa, do solla la solfarefa.
—Dosido doré mi refa.
—La soldó la mi Mirela.
—¿Mirela la miladore?
—Sí, mi lamido la domila.
—La lamí, la relamí.
—La miré, la remiré.
—¿La soldó, la resoldó?
—Si la solla, la resolla.
—La fasila la silafa.
—Dola, dola, sol refala la misila.
—Si la mido, relamido, la sollala domisila…
—Mirela, remilarela.
—¡Mire, mire!
—¡Mido, mido!
—¿Lala?
—Resido sol, si sol dore.
—¡Sol!
—Mila Mirela
—La, sire, Mila solfala.
—¡Mi Refasol, mi Resolfa!
—Si, si, si…
—Relafaré mi lamido.
—¿Do la solla?
—Lamí, lamí.
—¿Mídola?
—¡Dola!
—¡Redola!
—Lare, lare.
—Dola, dodo.
—Resol, resi.
—Mido, mire, Mila, Misi.
—Fado faré la mi fala.
—¡Fálala, sollamiredo!
—Mido sol, mire mi lado.
—Sol miré, sol faresido.
—Solla.
—Lado.
—Sido, sire, sila.
—Dorela.
—¿Do?
—Do resido.
—Refaré la mi soldofa.
—Dola, do la do la Mila.
—Mi dodo refala lafa.
—¿Do…?
—Remi.
—¿Fa?
—Sol.
—La…
—¡Sí!
—Do…
—¡La mi fala!
—Sí, sí, sí, si sol falado.
–Falado re…
—Resolsido.
—¡Dola!
—¡Lado!
—Dodo.
—Sido.
—¡Lala!
—¡Lala!
(LUN, 522 ~ «El retorno de los Merluzos... con soneto emascarado»)

OTRA RES/PUESTA Y OTRO MONIGOTE


Cuadro de autor no identificado.

Si supiéramos decir lo que decir no podemos y no podemos decir sin decirlo, aunque supiéramos que al decirlo no sabríamos decirlo, ni aunque supiéramos no poder decirlo cuando, al decirlo, no podemos dejar de decirlo en cuanto decimos, que si supiéramos que poder decirlo es sólo la forma en que no podemos dejar de decirlo y no, por no decirlo, podemos saber lo que no podríamos decir aun si supiéramos… Por este galimatías, como vaca sin cencerro, rumiante, va mi mente de uno a otro desconcierto: ramonea y muge libre, vaca sola en el ‘lameiro’ de las vacas de mi infancia y en el contiguo barbecho que este año de descanso ve crecer, como a destiempo, mil florecillas liliáceas… y algún que otro pensamiento. (Si hasta acá llegaste, incauto lector, compadre y despierto, déjame posar mi mano sobre tu espalda: está hecho).
(LUN, 521 ~ «Soneto enmascarado» _ma non troppo)

martes, 27 de diciembre de 2022

EL GRAN ESPECTÁCULO DEL MUNDO

Georges-Pierre Seurat: Le Cirque, 1891. Musée d'Orsay, París.

«Esto se acaba», le oí decir al portero del inmueble donde habíamos pasado tantas horas divertidas y mixtas, a mitad de camino entre la pura diversión y el asombro. «El juego de la vida —continuó por su cuenta y riesgo, como suele decirse— se parece a esta casa: hay inquilinos para todos los gustos y no es extraño que ocurran las cosas más inesperadas». Y como para hacerme una antepenúltima demostración de la verosimilitud de sus palabras me invitó a fijarme con detalle en ‘Los melanesios que hacían gimnasia con un disco de Haendel’, artistas en verdad azombrosos, aunque según pude saber después por boca de ellos mismos, gentes tan sensibles como humildes, todas sus posibles virtudes escénicas las daban por bien empleadas por el disfrute del inmenso honor que les suponía ser los teloneros de un artista tan genial como ‘El joven acróbata que no quiso dejar nunca más su trapecio’. «En el juego de la vida —concluyó el portero— no hay mayor virtud que la de saber en cada momento cuál es la vaina de uno y a qué carta quedarse». A estas alturas, yo ya tenía claro que estaba asistiendo al mayor espectáculo del Núñ Fu, que es como mi vigilante IA suele llamar al mundo en que vivimos.

(LUN, 523, «Perec al paso», 175-176)