lunes, 2 de mayo de 2022

BANCO DE SANGRE

Otto Dix: Retrato de Paul F. Schmidt, 1921.
En el hospital, el avaro se empeña en que le hagan una transferencia de sangre. No se conforma con una simple transfusión. Lo que no sabe es que el doctor Dracul está al tanto de su hematocrito. Y que se va a encargar, personalmente, de su caso. Con todo el interés.
(LUN, 758)

domingo, 1 de mayo de 2022

Altozano con Rosalía: una lección

(En voz alta). Confieso que, como suele decirse, "no he entendido de la misa la media" (bueno, dejémoslo en cuarto y mitad), pero me lo he pasado muy bien viendo de madrugada este análisis del Motomami de Rosalía bajo la sabia y muy didáctica batuta de Jaime Altozano. Mientras avanzaba la grabación, fantaseaba con someter a un análisis similar algún libro reciente de poemas o alguna novela. Seguro que los resultados serían sorprendentes. Y por lo menos tan divertidos o más. Dice Altozano: “he aprendido mucho analizando Motomami”. Le creo. Tengo además la impresión de que las lecciones de fondo de su minucioso análisis, contrastado con la propia creadora, tiene aplicaciones útiles para muchos campos. Que nadie se prive. Ni se desmaye.



Día de la madre

 


Nai só hai unha. Sílvia sábeo ben.

ORIGEN OPUSO: SUPONE GIRO

Ilustración de Eduardo Ramón Trejo.
Acompaña una reseña de Juan Pablo Anaya sobre el libro Mil mesetas,
de Deleuze y Guattari (Valencia, Pre-textos, 2010).
Publicada en Tierra Adentro, revista de cultura del Gobierno de México.
Al volver sobre sus pasos, desde el estrado, el Gran Simio pensó que no le gustaría tener que volver a dirimir una cuestión de principios tan viscosa como la de los orígenes. «¡Y qué más dará —dijo— haber nacido en un sitio o en otro, sobre todo cuando estás dispuesto a sentirte orgulloso de cualquier lugar que te hubiera correspondido, e incluso de haber sido originario de un hipotético No Lugar ubicado en un punto remoto inaprensible por cualquier tipo de geolocalizador por muy avanzado que fuese. El día que tal sentido de la ubicación pueda tener carta de naturaleza entre nosotros, no les quepa a ustedes la menor duda de que se habrá producido un giro decisivo en la historia de esta especie esencialmente predadora y prensil». Concluida su exposición, el Gran Simio miró a los miembros de la Academia y, sin más, procedió a un minucioso rascado de sus partes bajas, un gesto ancestral convertido por la tribu en máxima muestra de respeto y reconocimiento y fidelidad a las viejas y ya universales normas de la cortesía.
(LUN, 759 ~ Micródromos)

sábado, 30 de abril de 2022

GRANDOLA VI LA MORENA

Maria José Aguiar: «S.T.», 1974 (óleo sobre lienzo).
Fundación Gulbenkian, Lisboa.
De los días pasados en Lisboa, justamente un año después de la Revoluçao —me dijo—, podría referir anécdotas deliciosas o brutales. Pero me quedaré solo con la vez aquella en que, en plena fiebre amorosa, mi novia de entonces y yo nos fuimos por vez primera a un verdadero cine porno, no a una de esas pelis S que empezaron a ponerse de moda un poco después en España, ni las emmanuelles o los tangos que se veían por Perpiñan, sino porno porno, duro, hardcore.
Recuerdo que al entrar en la sala, el primer plano de un enorme pene negro, tal vez mulato, sin duda moreno, siendo devorado por una boca de apariencia no menos gigantesca y absorbente, me produjo tal impresión que a punto estuve de caerme de espaldas sobre uno de los espectadores desperdigados por una sala que juraría que olía a una mezcla de zotal y engrudo, si bien es posible que aquí me deje llevar por la imaginaçao…
Aquel pene, en cuya descripción me podría demorar —continúa diciéndome— si tuviera interlocutores menos quisquillosos que tú, me tuvo intrigado varios días, más que nada porque me pareció que, justo en medio del gran glande, exhibía una a modo de pequeñísima perla de blanquísimo nácar que, como supe después, seguramente sería un piercing vibrador, un adelanto de una moda que aún tardaría mucho tiempo en generalizarse y cuyos efectos en rendimientos placenteros sobre el clítoris y ciertas terminaciones nerviosas de las paredes vaginales están muy documentados e incluso parecen haber sido el más claro modelo para el diseño de los últimos succionadores íntimos, una variante por cierto de la industria del disfrute sexual que, como es sabido, cuenta entre sus principales asesores áulicos nada menos que al melillense Fernando Arrabal, grandísimo cronopio y fama todo en uno.
No recuerdo apenas —continuó tras una larga pausa, punteada con algún suspiro no sé si de morriña o de saudade, pero de indudable raíz melancólica— nada más de la proyección, aunque tampoco sería difícil suponer las secuencias. Si sé que enseguida comencé a sentirme incómodo y de no ser porque ella, mi novia de entonces, parecía más curiosa o menos temerosa que yo ante aquel atracón de jadeantes placeres carnosos, hubiera abandonado la sala al poco. Tampoco debimos demorarnos mucho más, porque según me dijo después ella, su curiosidad y el morbo se veían suficientemente contrarrestados por el más bien penoso espectáculo del patio de butacas, más perceptible a medida que los ojos se iban acostumbrando a la penumbra y los hasta entonces sólo bultos se convertían en pulpos, y en algún caso de atrevidos y viscosos tentáculos.
La consecuencia más chusca del asunto, aunque no logro recordarlo con precisión, fue que estuvimos varios días como con indigestión y sin ser capaces de encontrar el camino que llevaba del cuerpo del uno al del otro, como solía ser habitual en aquellos días juveniles y como, por fortuna, volvió a serlo de nuevo cuando, tras cruzar el Alentejo en un par de tiradas de autoestop, llegamos a las playas de Faro y otras lugares del Algarve, bajo cuyo sol espléndido y de luz tan blanca las aguas del deseo volvieron a sus cauces y nuestros cuerpos de amantes enfervorecidos por las dilatadas tardes del verano siguieron encontrando motivos de gozo y extenso solaz.
Al fin y al cabo —concluye mientras me mira con ojos entre pícaros y exculpatorios— una indigestión la sufre cualquiera. Y si algo nos acaba enseñando el tiempo desde muy pronto es la importancia de las proporciones, los equilibrios, las justas equivalencias… y equidistancias, importan mucho las equidistancias.
(LUN, 760 ~ Las musas de Macías)

viernes, 29 de abril de 2022

Negro sobre blanco (lecturas)



































LAS COSAS DE NOSTRA

REENCUENTRO CON NOSTRA EN UN VIEJO TERRITORIO DE LEONES Y EN POS DE UNA PALABRA

Jacopo Tintoretto: Retrato del rey Segismundo II Augusto, hacia 1570.
Kunsthistorisches Museum, Viena.

«Hay palabras —me dijo Nostra, el profeta de La Prospe, en Territorio de Leones, al terminar el coloquio subsiguiente al convivio en el que casualmente coincidimos la otra tarde— que nos eligen. No te quepa duda la menor, chavalote. No sabemos por qué. Pero un buen día, quizá un poco talmente a deshora, más bien ya “de anochecida”, que diría Claudio, se nos aparecen, se aposentan y fundan lugar y tienda en nuestros gustos; o sea, Oseas, que se nos imponen como título o rótulo o datáfono o consigna de un grito, cagüendiez, incluso como santo y seña para ponerle nombre propio a alguna empresa o batalla por librar, esas quimeras con las que tan a menudo nos entretenemos y torramos y perseveramos, qué sé yo…. El caso es que, verás fierabrás, esas palabras se quedan a nuestro lado con un punto de familiaridad tal, que a veces llegan a confundirse con nuestros nombres más queridos, vaya grima». Dio un manotazo al aire, como si quisiera espantar a algún moscón, y prosiguió ya por completo ensoliquiado, dueño de todo el espacio sonoro y hasta icónico en muchas millas alrededor: «Incluso, fascinantes, hurgonas, hechiceras, esas palabras pueden provocarnos la ilusión de que son de nuestra propiedad, como si su existencia tuviera algo o mucho que ver con nuestra propia vida, si serán pendejas…». Aquí creo recordar que comenzó a embarullarse (‘embulleirarse’ dice él) más de lo habitual y no consigo recordar lo que pude haber entendido. Luego hizo una larga pausa y puede que, de pie y todo como estaba y sin inmutarse, incluso echara una cabezadita. Minutos después, tras un respiro hondo, tal si regresara de quién sabe dónde, juraría que por fin me vio de cerca y me miró, no sé si a los ojos, pero casi, y remató la cháchara: «Desde hace bastante tiempo, pongamos cuatro décadas, una de esas palabras para mí es “territorio”, a menudo con versal inicial, pero también sin ella. Ni que decir tiene que, tanto o más que en el aspecto físico o meramente geográfico, esa palabra se refiere al espacio en el que de verdad vivimos: el lenguaje, ¿capisci? Y, también, a renglón seguido, pero cómo si no, al lugar de la escritura: este ‘territorio de gestos fugitivos’ (aquí me guiñó ostensiblemente un ojo) con el que pretendemos descifrar el mundo. O, al menos, tratar de hacerlo menos salvaje e inhóspito. No sé si lo pillasssssss…». Silbó largamente al final de la última palabra y se quedó como en suspenso. Por esta vez ya no dijo más. Aunque sé bien que no tardará en volver a las andadas.
(LUN, 761 ~ Las cosas de Nostra, autofagias)