domingo, 10 de abril de 2022

LOS RAMOS DEL DOMINGO

Antonio Medina Serrano: Domingo de Ramos, 1940.
Galería Durán.

"ES RAMOS AL ASOMARSE"

«Que pasen los niños», le oyó decir desde el fondo del calendario cuando se disponía a volver sobre sus pasos y, de hecho, ya sacaba media cabeza fuera. Era la señal inequívoca de que había llegado el domingo que inaugura el tramo más luminoso del año. Y, como siempre, desde hacía ya un tiempo de talla LX, se aprestó a recibirlo con batir de palmas y cantos gozosos. «Ini, mira: es Ramos al asomarse a Rímini», añadió alguien. Lo que no sabemos es si Ini miró.
(LUN, 780 ~ Micródromos. Para Sylvia Tichauer, maestra ludoverbal, por tantos regalos).

sábado, 9 de abril de 2022

EL CUENTO DE...

EL CUENTO DE NUNCA ACABAR NI MUCHO TIEMPO DESPUÉS

Anónimo francés del XVI: Calle del viejo París, s.a.,
Musée Marmottan, París.

Viene a cuento, y no sólo por asuntos de actualidad, darle la oportunidad de comparecer, en estas últimas novelas pegadas a la fauna de “le grand père” Perec, a ‘El montador de la calefacción central que regulaba la combustión del gasóleo’, sobre todo si se tiene en cuenta que era vecino y hasta un poco amigo, pese a la engañosas apariencias, de ‘El rico aficionado que legó a la biblioteca su catálogo musical’. Qué envidia. En cambio, ‘El niño que clasificaba su colección de secantes’ nunca llegó a trabar contacto (¿trabar contacto?) con ‘El cocinero actor contratado por una riquísima americana’ y mucho menos con ‘La antigua jugadora de garito convertida en una mujer tímida’, si bien es posible que esta última o alguna amiga suya comparecieran —ahora que lo pienso— en aquella novela de José Antonio Gabriel y Galán tan olvidada como inolvidable: una radiografía muy valiente y hasta un poco insoportable del trágico ludópata que, aún muy joven pero ya atrevido, se había dado cuenta de que Descartes mentía.
(LUN, 781~ Perec al paso, 66-70)

viernes, 8 de abril de 2022

LA DANZA DEL SÉPTIMO SELLO

Fotograma de El séptimo sello (1957), de Ingmar Bergman.

Descubriste en un zapeo televisivo de media madrugada que en un canal estaban poniendo (echando, pasando, dando: proyectando), El séptimo sello, el clásico de Ingmar Bergman al que tan reconfortante te resulta siempre volver, aunque a medida que pasa y te pesa el tiempo, y más allá del placer estético y sentimental, sus imágenes te sean también más acuciantes, inquietantes y hasta gravosas. Pues sabes que nunca es fácil seguir asumiendo lo que desde muy chiquitos nos venimos diciendo que hay que asumir, o sea: lo finito y la cosa esa lacerante de “la muerte sin fin”, que dijo Gorostiza, el gran vate mexicano con nombre de artillero-futbolero vasco. Pillaste la proyección ya bien avanzada, en el penúltimo encuentro entre el Caballero y la Muerte frente a los escaques de escaqueo imposible, a piques de producirse la horrorosa tormenta y cuando ya se va perfilando que la única opción de salvación, y el horizonte todo de esperanza, va a recaer en la Sagrada Familia que, en su prodigioso carromato, logrará sobreponerse a los fantasmas y las asechanzas del mal, los desastres y las enfermedades, hasta encontrar una mañana de horizonte despejado, mientras por sobre la colina la muerte enreda en su danza a poderosos, ociosos, onerosos y gente de muy diversa condición, una vez que se han abierto y enunciado, con retórica palaciega, barroca y apocalíptica, los sellos del destino de la humanidad doliente y confesa por no se sabe qué pecado mortal de origen, pero sin duda necesario para que hubiera redención y todo el negocio anexo a la escasa luz que nuestra consciencia nos acerca para comprender la inmensidad del universo y el más complicado de todos los misterios: el hecho de que seamos capaces de imaginar que tal vez algún día podremos hacernos cargo de él (el universo, el solo verso) e incluso comprehenderlo. “Gran cine”, te dices: “nos da vuelo y afán y sensación de trascendencia”. Y sigues cavilando que, en el fondo y sobre todo en la forma, la peli es una ilustración muy bien trabada de las viejas danzas de la muerte medievales, aquellos textos que estudiaste en el antiquísimo y nunca bien ponderado bachillerato, e incluso representasteis como ejercicio escolar y para gozo de familiares, pías autoridades y colegas, en el escenario del colegio-seminario, en días de mucho ceremonial y grandes emociones. Lo milagroso a estas alturas es que las imágenes sigan vivas en tu memoria, y acudan a tu boca, casi “sin tropezarse”, las estancias de un texto que vas susurrando muy suavemente —hay gente durmiendo en la casa— mientras la pantalla se llena con los títulos de crédito de la obra maestra:
E porque el santo padre es muy alto señor,
que en todo el mundo non hay su par,
de esta mi dança será guiador,
desnude su capa, comience a sotar;
non es ya tiempo de perdones dar
nin de celebrar en grande aparato,
que yo vos daré en breve mal rato:
dançad, padre santo, sin más de tardar…
Y así, desgranando versos versus el olvido, y sonriendo cuando llega lo de “con mis perrochianas quiero ir folgar, / ca ellas me dan pollos e lechones…”, es decir, el parlamento del cura de aldea, tan intencionadamente transmutado en vuestros ensayos, objeto de risas y picardías, así, ya digo, cantinela adelante, vas encontrando el camino de despedir la intensa y viajera jornada y de hallar la ruta hacia el plácido lecho conyugal, tras las convenientes y ya algo adormiladas últimas abluciones y mientras las viejas palabras van haciendo su trabajo lenitivo y te predisponen para que tu mente se pueda ir olvidando del cuerpo y sus renqueantes rincones hasta adentrarse en los territorios del sueño y su sabio y, ay, irremediable aprendizaje.
(LUN, 782 ~ De la vida misma)

jueves, 7 de abril de 2022

En la muerte de Javier Goñi

(En voz alta). Por una escueta esquela en El País me entero de la muerte de Javier Goñi, periodista, crítico literario de reconocida solvencia y hombre de letras, además de vecino del barrio de la Prospe. Hay alguna lejana historia que unió nuestros caminos, aunque nunca hablé con él. Pero sí admiraba su trabajo y, en lo posible, estuve al tanto de su trayectoria. Extrañamente —o no tanto— he sentido su pérdida, a los 69 años, como “un golpe bajo”. Descanse en paz.

DADO DE PENA PÚNICA

J.M.W. Turner: Dido building Carthage, 1815. National Gallery, Londres.


Cartago se parece a mi tristeza.
Se parece tristeza a mi Cartago.
Parece se a Cartago mi tristeza.
A tristeza se parece mi Cartago.
Mi Cartago a tristeza se parece.
Tristeza se parece mi a Cartago.
[J. E. Cirlot]
(LUN, 783 ~ Dados)

miércoles, 6 de abril de 2022

DODGE CITY

Cartel de Dodge City, la ciudad sin ley (1939), de Michael Curtiz.

Nos fuimos alejando por un rumbo que, pantalla adelante, nos sumía en una estrecha, peligrosa, diaria forma muy cruel de ir, tumbo a tumbo, a tumba abierta y de camino a un bochornoso mundo de ira. Y a porfía, fuimos viendo que, en calles donde había orden, ahora era todo un chumbo y amargo fruto de la peor ralea: bandoleros, secuaces, mala gente, súbditos vergonzantes de un mal rey, prestos siempre a sumirse en la pelea… ¡Brutal humanidad, tan indecentemente afincada en la ciudad sin ley!

(LUN, 784 ~ Sonetos enmascarados)

martes, 5 de abril de 2022

CLARA LUZ DE ABRIL

John Lavery: Retrato romántico.

… «Y justo era entonces cuando la luz empezaba a vestir su ropa más clara».

(LUN, 785, Imágenes que dan pie)