jueves, 24 de marzo de 2022

EL PARAGUAS

Día de lluvia en una calle de San Petersburgo.
Fotografía de Eduard Gordeev. Editada.

«Sin diéresis, sin-diéresis», oigo que me recomienda mi psiquiatra desde la ventana al despedirnos. Cada día está más loco. Ya no sabe cómo llevarme por el camino del pensamiento recto. Menos mal que le tengo calado. «¡Adiós, maeztro!», le respondo agitando una mano mientras salgo del portal. Pero él no me quita ojo y me sigue gritando mientras, ya en la calle, trato denodadamente de abrir el paragüas.

(LUN, 797 ~ Cuentos absurdos)

miércoles, 23 de marzo de 2022

ZU/ECOS

Vincent van Gogh: Ein Paar Holzschuhe (Un par de zuecos), 1888.
Van Gogh Museum, Ámsterdam.

Sus pasos resonaban en mis sueños.
Sus sueños resonaban en mis pasos.
En sus pasos resonaban mis sueños.
En sus sueños resonaban mis pasos.
Resonaban mis pasos en sus sueños.
En mis sueños sus pasos resonaban.
(LUN, 798 ~ Dados de la Posada)

martes, 22 de marzo de 2022

UN PASEO CON NOSTRA BAJO LA LLUVIA

Gustave Caillebotte: Calle de París en un día de lluvia (detalle), 1877.
Art Institute of Chicago.

Hoy, bajo la lluvia primaveral, he vuelto a cruzarme con Nostra, el profeta de la Prospe. Iba solo, sin paraguas, paseando lentamente con aire reconcentrado y en aparente silencio. Como yo llevaba mi parasol tridentino de tres plazas, le he invitado a cobijarse. Y, no sin un gesto de sorpresa, ha aceptado, aunque dudo que me haya reconocido. Bueno, tampoco es que tenga que saber quién soy, por más que hable de él a menudo y lo considere uno de los vecinos egregios del barrio; incluso griegos, en el sentido clásico del término. Nada de esto le dije, en parte porque enseguida empezó a hablar él. O quizás sería más apropiado decir que se puso a verbalizar sus pensamientos, no digo que ignorándome —de vez en cuando apretaba mí antebrazo para subrayar algún término—, pero sí yendo claramente, por así decir, a su bola y por completo arrimado al calor de sus propias cavilaciones.
«El mundo —iba diciendo mientras paseamos por la acera del Auditorio en dirección a la plaza de Cataluña— se nos está convirtiendo en una pura correa de transmisión de la desgracia. Un frenético giro de cangilones que no cesan de desaguar, en sus imparables círculos de derviches, turbiedad y congoja, barro y opresión, pestilencia y pesar. Es casi imposible sustraerse al dolor permanente, a las infinitas formas de tragedia que nos cercan por todas partes. No podemos dejar de ser conscientes. Pero tampoco, qué carajo, es posible vivir a la intemperie sin descanso».
Seguimos andando un buen rato en silencio. Al llegar junto al bosquete de olivos próximo a Pradillo, Nostra se paró en seco, sin importarle la lluvia que arreciaba, y plantándose frente mí recuperó de pronto todo su énfasis de orador, hasta el punto de que de no ser por lo destemplado de la orilla y la brevedad de su discurso sin duda se habría hecho corro. «”Dame una salida” —dijo—, solían gritar los héroes, o víctimas, de “Matrix”, cuando todavía había cabinas telefónicas. Ahora venimos aquí, a esta especie de alma portátil que creemos compartida, y lo contamos. Pensamos en voz alta. Peroramos. Seguimos sin saber bien (ni mal) por qué. Las palabras nos acunan. Son un mar que nos salva, al menos mientras duran, del vacío». Y tras una pausa y una mirada inquisitiva en derredor, dio una rápida vuelta sobre sí mismo y concluyó: «Y luego, ¿qué, eh? ¡Si te he visto, Merimée! ¡Nos ha jodío!».
Confieso que me quedé en estupor de facto. No tanto porque ignorara que Nostra fuera amante del cine como por cómo dijo las últimas frases, al tiempo que blandía en sus manos un teléfono móvil que sacó de su faltriquera y que, por su tamaño, bien pudiera considerarse un hermano gemelo de aquel mítico zapatófono que el agente Maxwell Smart (¿Smartphone?) exhibía en los muy divertidos capítulos de aquel, también profético, “Superagente 86” que tantos buenos ratos nos proporcionó a los niños, y supongo que también a las niñas, de finales de los sesenta. Que ya ha llovido.

(LUN, 799 ~ Las cosas de Nostra) 

lunes, 21 de marzo de 2022

Entrevista en Ahora CLM.com

 

Una conversación con Lidia Yanel. En el llamado “día de la poesía”, que vuelve (ojalá) a ser hoy.

EL DON CREADOR IRREFUTABLE Y SUS PROTAGONISTAS

EL DON CREADOR IRREFUTABLE QUE SURGE DE LA MERA EXPOSICIÓN DE LOS HECHOS SUJETOS POR LA ACCIÓN DE SUS PROTAGONISTAS

Representación de la batalla de los Campos Cataláunicos, o de Chalons,
en el año 451. Un conglomerado de tropas de diversa procedencia
mandadas por Aecio consiguió, para el ya casi exhausto Imperio Romano,
una última victoria, frente a los hunos de Atila.
Veinticinco años después (476) se produjo la caída de Roma.


Tiene a menudo la escritura literaria un valor fundacional tan afilado que por su sola fuerza y precisión instaura una forma perfecta de realidad. Es verdad que no hay modo de contrastar el peso objetivo de los cuerpos que así vienen al mundo, y que tampoco resulta posible encomendarse a semejante pulsión emisora como si fuera ella la única fuente de nuestra felicidad —aunque la tentación nos sobrevuela a menudo. Pero tampoco somos tan estúpidos —al menos no todavía— como para despreciar el don creador irrefutable que surge de la estricta exposición de los hechos sujetos por la acción de sus protagonistas, verbigracia la fascinante rueda de posibilidades que se abren en este tiempo ácido con la sola mención, vía Perec, de un grupo nada fantasmal compuesto por ‘El abuelo liberal que halló su inspiración en una novela’, acompañado de ‘El calígrafo que copió una azora del Corán en la Medina’, en la cercanía de aquel ‘Orfanik que solicitó el aria de Angélica en el Orlando de Arconati’, junto a ‘El actor que tramó su propia muerte con la ayuda de su hermano de leche’, ‘La joven japonesa que blandía la antorcha olímpica’ y, cerrando la marcha, concentrado en su propio paso pero sin descuidar la atención del ritmo de los demás, el singular ‘Aecio que detuvo las hordas de Atila en los Campos Cataláunicos’. Hagan juego.
(LUN, 800 ~ Perec al paso, 55-60)

domingo, 20 de marzo de 2022

Erratas errátiles y otros roedores

(En voz alta). La imparable proliferación erratil, tan errátil ella, hace ya hace tiempo que firma parte de guerra permanente en el mundo que nos rodea, e incluso se convierte en una palanca creativa nada desdeñosa, yate digo, cuando es sólo modesta nave o incluso barquichicuela, o cosas así. En fin, bromas aparte: no dejen de leer este interesante artículo sobre “el mal de nuestro tiempo” en lo tocante a la comunicación escrita y, especialmente, en todo lo que tiene que ver con la edición, en cualquiera de sus formatos. La verdad es que hace ya mucho que uno de los asuntos recurrentes de conversación con mis queridos colegas del mundo editorial es el creciente desprecio hacia la corrección de errores, erratas incluidas, hasta el punto de que solemos coincidir en contarnos experiencias de cómo, una vez evidenciada y con pruebas palpables la mala calidad de esta o aquella publicación, la respuesta suele ser la indiferencia o incluso el desprecio. Y, como consecuencia, la inacción: y así las criaturas erróneas se multiplican como roedores. Y eso incluso entre personas consideradas cultas (profesores, periodistas, poetas…), que a menudo fruncen el ceño cuando se subrayan estas evidencias y no cesan de ofrecer una de las pruebas más claras de que el mal ha calado muy hondo.

OTRO SUEÑO ROTO

Francisco de Goya: El sueño de la razón produce monstruos, 1799.
Grabado de la serie ‘Los Caprichos’.

Estaba en lo mejor de mi sueño de felino, cuando me despertó aquel estruendo de aleteos, un horrísono piar desacordado envuelto entre frenéticos golpeos de garras, picos y membranas agitadas en el aire. Levanté la cabeza y vi que mi amo se había quedado profundamente dormido sobre lo escrito y que, acaso trastornado por lo que ya no podía soportar más, estaba dando rienda suelta a todos sus demonios interiores. Era el caso que la habitación se había llenado de un aire mefítico tan espeso y pestilente que se me volvía del todo imposible seguir dormitando en mi rincón favorito, donde sólo unos pocos logran darse cuenta de que estoy allí y de que, pese a la pastosa confusión, la falta de memoria y, más aún, el olvido, mi asombro vibra.

(LUN, 801 ~ Al pie de Goya)