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Pon la nada de Adán junto al vuelo de Eva
y descansa un momento tu fatiga de siglos,
tu sigilo de alondra que inventó la mañana,
ave del paraíso, para qué te escapaste.
Ese viaje es ahora la mitad de tu vida,
el cantil que contemplas y la sombra que huye,
junto al río, ahí abajo, la ciudad fragmentada
sobre un mapa de arena que cae sin cesar.
Para nada dejaste que volaran tus sueños
con sus fardos de harapos y las manos vendadas,
el museo de cera más antiguo que el ojo.
Pero el ave lo sabe: con sus signos te muestra
cómo viene la luz de la noche borrando
esa línea aún visible que se ve que se va.
Una línea invisible detrás del horizonte
deja ver que la luz de la noche se acerca
con los signos que el ave desvela en su volar.
Misterio más antiguo se prolonga en tus ojos,
fondeados de dudas y de momias desnudas,
largos lienzos pintados de animales y sueños.
En un mapa de arena, casi desmoronado
sobre el cauce del río, la ciudad se refleja
con desgana, a la sombra de los hombres que pasan,
encorvados de viento, sobre la tarde gris.
Ave del paraíso, te fuiste y nos dejaste
perdidos a las puertas del alba que no llega.
Sin tu canto, la noche es todo el territorio
y no hay nada ni nadie que nos salve en su vuelo.