Pieter Bruegel: «Meando contra la luna», de la serie Doce proverbios flamencos, 1558. Museo Mayer van den Bergh, Antwerp (Bélgica). |
Hacía tiempo que el cuentista sabía que su empeño era por completo inútil. Nunca conseguiría acompasar la micción de sus relatos con el sonido lunar de las noches, el desconcierto de las maniquíes o la destreza manifiesta de los pudibundos fabricantes de cachirulos onomatopéyicos. Pero insistía: la to’zudez, cultivada en las áreas más feraces de su dilatada heredad, era su única virtud. Tal vez incluso ya su única muestra real de vida. Y a ella se aplicaba como si no hubiera ayer.