viernes, 7 de mayo de 2021

AstraZeneca in progress

 


(Al filo de los días). La que me quiere bien, que es la misma que ha tomado la instantánea, me la envía con este comentario a modo de pie: «Saliendo victorioso de la vacuna». De momento (la imagen es del pasado domingo 2) así ha sido: ni la menor secuela de la primera dosis de AstraZeneca, pinchada en mi brazo izquierdo en el transcurso de un proceso casi estabular pero eficacísimo, en el ahora llamado Wizink Center, entre vagos recuerdos de canciones de Cohen, Aute o Supertramp, y con el número de orden 5665. Una muesca en el volver de la vida. Iremos viendo.




jueves, 6 de mayo de 2021

Cantares de Ise y otros cantos

(Al filo de los días). Una mañana peristáltica de preparativos, notablemente incómoda, a la que ha venido a aliviar, por mero azar favorable, esta vieja edición (1979: lleva la firma de compra de S. Pinto con fecha 29.5.1983) de un clásico japonés. No diré que lo tenía completamen-té olvidado porque ya no hay verdades casuales de largo alcance (ni forma alguna de poder contrastarlas), pero sí puedo dar fe y carta de creencia de la alegría y entusiasmo que su recuperación me produce, además del inmediato partido que espero poder sacarle para llevar a buen puerto algo que traigo entre manos.

En estas últimas semanas he hablado con varios amigos y amigas sobre una de las grandes diferencias que percibimos respecto a las nuevas generaciones: la muy diferente valoración de los libros. Para los jóvenes, o incluso adolescentes, que fuimos hubo un tiempo en que hacerse con una biblioteca personal equivalía a algo así como a construirse el alma, y desde entonces venimos arrastrando esa ‘condena’, que verdaderamente lo fue cuando caímos en la cuenta (hace ya mucho) de que, si bien el saber puede que no ocupe lugar, los libros en papel tienen una imparable tendencia a ocuparlo todo y eso acaba siendo una realidad si no del todo incómoda sí difícilmente gobernable.
Pero de una y otra cosa (la querencia y sus inconvenientes, y disculpen los desvíos) quedamos reconfortados y a salvo cuando ocurren este tipo de reencuentros, tan felices y prometedores: a uno le gustaría mucho que pudieran ser posibles con amigos de carne y hueso (aunque algunos, ay, ya sean sólo polvo), pero también comprendemos y nos consuela saber que entre las páginas de un libro que regresa hay algo más que letras o, como es el caso, delicados grabados.
A estas alturas, nuestras almas puede que ya tengan tatuados sus verdaderos y más sentidos afectos con una siempre revisitable secuencia de tipos móviles. Y tinta viva. Y puede que esa circunstancia sea nuestro mayor consuelo. O uno de ellos. Que tampoco hay que exagerar.

lunes, 3 de mayo de 2021

El día Jawlensky


(En voz alta).
Mientras los puntos neurálgicos de la ciudad estaban siendo ocupados por desfiles de guardarropía y ceremonias más o menos alcanfóricas, era muy grato caminar por sus calles soleadas para llegar hasta uno de esos sus muy numerosos museos en los que tipos muy diversos de arte ofrecen islas de belleza y acicates para resistir y seguir disfrutando frente a tantas plagas y agresiones. Ayer, fiesta de la Comunidad, y día señalado para la imprescindible cita con la vacuna, fue también el día Jawlensky, merced a la visita —aplazada varias veces y ya casi en tiempo de descuento— a las salas de la Fundación Mapfre en su palacete de Recoletos. Fue todo un descubrimiento el recorrido por la excelente y amplísima exposición de obras de este autor ruso cuya vida y arte estuvieron marcadas por la honda emoción que de niño le produjo el desvelamiento de un icono. Dispuesta de manera admirable y con todas las cautelas que impone la peste, la hora y media larga que pasamos entre esta singular muestra fue todo un estimulante y conmovedor itinerario a través de una vida consagrada a la exaltación de la vida interior y la afinación de los sentidos. Una experiencia que, una vez más, nos reafirma en la profunda convicción de que con Madrid, con lo que la ciudad es verdaderamente, más allá de tópicos y simplezas, no va a poder nadie. Desengáñense, está ciudad está hechizada. Y su duende es inmortal.

lunes, 26 de abril de 2021

En la muerte del poeta Pedro Tenorio

El poeta Pedro Tenorio (1953-2021).
Foto tomada de Cuadernos del Laberinto

(Al filo de los días).  Em la tarde del domingo 25 de abril (2021) falleció, a causa de la Covid-19 y tras largos meses de hospitalización, nuestro gran amigo el poeta madrileño Pedro Tenorio (1953). Afincado desde hace años en Talavera de la Reina, su muerte, a los 68 años, ha causado una gran tristeza y conmoción en la ciudad donde pasó la mayor parte de su vida y entre quienes, allí y en otros escenarios, a lo largo de casi cuatro décadas compartimos con él horas, ilusiones, pasiones, luchas y palabras.

Pedro, que llevaba en su nombre y apellido una estela patronímica muy notable de la historia de España —asunto sobre el que a menudo bromeábamos y que fue incluso acicate de un proyecto narrativo suyo— ha sido sobre todo un hombre de palabra, seducido por la poesía, profesor y estudioso de la literatura y su didáctica, amante del arte y persona con una gran conciencia civil. Su labor como divulgador e incitador cultural, tanto desde su puesto de profesor de literatura como desde muchas otras actividades, es bien conocida y valorada en la ciudad del Tajo. Como poeta, su nombre trascendió las fronteras locales y logró, a través de sus publicaciones y premios, ciertos reconocimientos valiosos.

Su primer libro de poemas, Muertos para una exposición (1983), que obtuvo un accésit en el premio Rafael Morales, es una obra exigente y original, una indagación en las posibilidades de la palabra poética como recreadora del mundo, de un modo similar al que permiten la pintura, sus técnicas y principios. Junto a una suerte de tratado minimalista de estética y metapoética, también aporta un acercamiento filosófico a las “figuraciones” del lenguaje; es decir, a su efectivo poder de “crear realidad”.  «Los versos más antiguos / empiezan en el monte de heno helado / donde se desnudaban las muchachas», dice uno de sus poemas (cito de memoria).

Ese libro fue ocasión de que nos conociéramos e iniciáramos un diálogo que, con intermitencias y meandros, hemos mantenido hasta no hace mucho, cuando la enfermedad lo golpeó con dureza. Fue especialmente intenso nuestro trato con ocasión de la escritura y publicación de la que probablemente sea su obra más singular, La luz se calla (2013), un poemario dedicado al joven hijo muerto por propia voluntad, tragedia que marcó la vida del poeta y de la que, como han hecho a menudo los grandes creadores, Tenorio consiguió extraer la dolorosa belleza de una elegía llena de lucidez e imágenes inolvidables. Fue un honor escribir el prólogo y participar en la presentación de ese libro, y fue un privilegio hablar repetidas veces con el poeta o intercambiar amplia correspondencia en torno a un núcleo fundamental de su concepción de la poesía, transformada en este caso en una verdadera tabla de salvación.

Hay en su currículo otras varias obras poéticas, también muy exigentes: recuerdo en especial el ciclo de Evila, que tuvo diversas encarnaciones; los poemas de denuncia de la barbaridad bélica contenidos en Los castigos y las hostilidades (2010, premio Gil de Biedma de Nava de la Asunción) o el recorrido por diversos registros amoroso a ritmo de jazz de La piel del agua (2017). Hay que añadir varios manuales y otros materiales didácticos y diversos artículos e investigaciones emprendidas con gran entusiasmo y pericia.

Pedro era un hombre tierno, inteligente, culto, gran hablador, meditativo a la hora de buscar la palabra exacta, polemista que nunca perdía la afabilidad, aunque tampoco daba fácilmente su brazo a torcer, gran amigo y creador de círculos de amistad. Recuerdo, entre otras muchos momentos compartidos, algunas veladas en el patio de la casa de Las Herencias, allí donde el Tajo se convierte en un río casi italiano y atraviesa un paisaje con ondulaciones toscanas. O noches de francachela en el Madrid de la Alegre Transición, en reuniones o “movidas” de amigos; o con ocasión de su memorable actuación en la Sala Clamores, otras veces al hilo de la presentación de alguno de sus libros. También estuvimos alguna vez juntos en Hoyo del Manzanares, solar familiar, o en actos reivindicativos de Talavera en Toledo. Son momentos que se atesoran en la memoria y de los que siempre emerge la mirada intencionada, llena de humor e inteligencia, a veces también algo desvalida, de un amigo que nos tenía ganadas, a partes iguales, la admiración y el afecto.

Muchas de estas últimas ocasiones contaron con la complicidad de Prado Garvín, la encantadora mujer que llegó a la vida de nuestro amigo en momentos difíciles y que fue desde entonces, y hasta ayer mismo, la gran cómplice de alma fuerte. Para ella, junto a la madre (91 años), los hermanos y el resto de la familia de nuestro querido Pedro, va un gran abrazo. Al amigo, cuya muerte ha acentuado el agobio y la tristeza de estos tiempos de pérdidas tan dolorosas, lo recordaremos a menudo.

Que la tierra te sea leve, querido cronopio. Para que vuelvas a sonreír allí desde donde nos mires, volveré a llamarte «moderno émulo de Pleberio, el del gran planto», al tiempo que, con mis ojos puestos en las altas Torres Albarranas de la vieja Eburia, te deseo un buen viaje. Hasta siempre, amigo.

domingo, 25 de abril de 2021

Amancio Prada con Leo Ferré

(En voz alta). Es un gran placer compartir esta delicadeza de Amancio Prada, con la doble o triple historia de amor que contiene. Recuerdo bien la tarde en que oí al artista gallego-berciano presentar, a través de una entrevista radiofónica, esta obra de homenaje a Leo Ferré y, en general, a toda una valiente y laboriosa cultura francesa que tanto peso tuvo en la formación sentimental y artística de varias generaciones. Aunque lo más decisivo de esa influencia ya forma parte de la cultura general, no es menos cierto que también el descrédito y el olvido han sepultado muchas de aquellas sugerencias. Ahora mismo, con todo, lo asombroso es que hayan pasado casi quince años de una ocasión que en sí misma ya era una añoranza. El doble o triple fondo del baúl del tiempo no deja de asombrarnos. Y que lo siga haciendo.

jueves, 22 de abril de 2021

Flores para Gabriel Celaya

Placa de homenaje a Gabriel Celaya en el portal de su casa madrileña 
(Nieremberg, 23).

(Al filo de los días). Aún están frescas las flores que alguien puso en la placa de la casa donde vivió Gabriel Celaya, en el barrio de La Prospe, hasta el 18 de abril de 1991. El pasado domingo se cumplieron 30 años de su muerte. Juraría que desde entonces no ha habido ningún aniversario sin estos memoriosos y cálidos homenajes.

Dados robados

 


(En voz alta). Como el que lanza la caña a los albures (signifique lo que signifique, que ya sé) y saca, no sólo el mítico zapato hambriento de la viñeta del chiste sin palabras, o fotograma en blanco y negro, sino y también toda una bien ensamblada sugerencia sobre el azar en sus diversos envites y, de forma especial, textos dados sobre dados que dan mucho de sí. Y todo ello prendido del hilo de seda de un nombre y de una hora vespertina bien acompañada en una nueva, añosa y espaciosa librería del centro de Madrid. Cómo no hacerse eco. Sea. A navegar.

(A propósito de una entrada leída en el muro de César Nicolás, ilustrada con la foto superior)