jueves, 23 de julio de 2020

Trikiklos (18)

El actor Manuel Galiana. Foto de Ana Jiménez.

El terror puro
fue Manuel Galiana:
«La zarpa». ¡Tétrica!

El gran Narciso
Ibáñez Serrador,
su director.

Y eran «Historias
para no dormir», para
estremecerse.

También fue allí
donde muchos supimos
de E. A. Poe.

miércoles, 22 de julio de 2020

El profesor Adrados, un clásico

Lectura del discurso de ingreso de Francisco Rodríguez Adrados, el 28 de abril de 1991. Fototeca de la RAE.
El profesor Adradaos, en una imagen de la fototeca de la RAE
(En voz alta). Morir a los 98 años, que es lo que acaba de ocurrirle al gran filólogo y académico Francisco Rodríguez Adrados, no debería computar como muerte sino como tránsito, sobre todo si se produce tras una vida tan plena y cuajada de hitos memorables. Los que aún alcanzamos a estudiar en nuestra adolescencia y juventud algo de griego, en aquel bachillerato de entonces acaso más denso e intenso que muchos posgrados actuales, nos hemos ido tropezando con su nombre —y con su saga— repetidas veces. Y siempre para bien. Hasta el punto de que ya forma parte de una especie de Partenón de las humanidades donde hay otras ‘cariátides’ con los rótulos de Tovar, Galiano, Pabón, Alarcos, García Yebra o el propio Emilio Lledó, tal vez ya el único superviviente de la "balsa" de la antigua sabiduría. Uno de los más destacados continuadores de esa tradición, el profesor Carlos García Gual, dice al final de la necrológica del que fue su maestro que «todos somos irrepetibles, pero don Francisco más que nadie». Irrepetible, inolvidable e insuperable, me atrevería a apostillar... si no fuera porque la memoria de largo alcance es una especie en peligro de extinción y la superación va a ser muy difícil de medir cuando ya no existan parangones. Ni acaso capacidad de comprensión para hipérboles como la que oí (¿o soñé?) esta mañana muy de mañana en la radio: «Ha muerto Homero a punto de cumplir un siglo de vida». Larga vida a la sabiduría.

Aquí pueden escucharse todas las conferencias que el profesor Adrados pronunció en la Fundación Juan March. Cortesía: J. A. Montano.

Trikiklos (17)

Una intervención televisiva de Alfonso Sánchez. Más detalles aquí.
Y nunca nadie
nos contó el cine como
Alfonso Sánchez.

martes, 21 de julio de 2020

Trikiklos (16)


Crítica y crónica:

boda de cine y gafas.
Humor sereno.

(¿Y no hay de fondo

una leve parodia*
de Alfonso Sánchez?)

Ay, esa jerga

y su hallazgo supremo:
«Tu ojo es bóvedo».


Lámpara para

darle al ingenio genio:
vigila Gila.

*El comentario se refiere al monólogo enlazado en «boda de cine».

Secretos de Creta

«El Minotauro saliendo de las aguas bajo el sol de Festos»
©️Javier Serrano, 2020

A la playa de Matala (o Mátala, según otras transcripciones), en el centro sur de la isla de Creta, llegamos tras una mañana intensa y solitaria entre las ruinas del palacio de Festos. En días precedentes habíamos empleado algunas horas en la búsqueda, finalmente fallida, del laberinto de Gortys, en la región donde se supone que reinó Minos y donde Teseo se agarró como pudo al hilo de Ariadna, lo que finalmente no le evitaría tener que convertirse en tal vez el primer diestro con nombre propio de la historia.

También teníamos aún muy vivas las impresiones de la gran y empinada caminata hacia la cueva donde nació Zeus (Dikteon Andron), tanto en nuestros sentidos como, muy particularmente, en nuestras piernas. Había sido aquella una ruta asombrosa, con un guía nativo de ya cierta edad que, a lomos de una mula, nos indicaba el sendero y a cada poco profería incomprensibles gritos, casi alaridos, tal vez sólo de ánimo, aunque en las dificultades del ascenso nos sonaban como jaculatorias de un viejo ritual. No cesaron hasta que nos dejó a la entrada de una cueva de medianas proporciones, con sus estalactitas y su estalagmitas, y sin ninguna huella reconocible, más allá de esas formaciones cristalinas, de la divinidad.
Posiblemente intercambiamos estas o parecidas impresiones al alcanzar las arenas de Matala, tras la cual se extendía el mar en todo su pelágico esplendor. Tras un rápido baño, subimos a las cavernas habitables del farallón, de las que ya teníamos alguna noticia, y leímos las historias del naufragio del rey Menelao, mientras comprobábamos que, en efecto, allí estaban las huellas de las comunas hippies de los años sesenta —Dylan y Joan Báez, entre ellos— e incluso descubrimos algún grafiti adornado con flores de sal. Al atardecer, también nos pareció ver a Minos, fundido con su toro —tal vez lo estuvo siempre—, saliendo de las aguas. Puede que sólo fuera un turista de testa poderosa. Es bien sabido que el sol poniente vuelve confusos los cuerpos y las formas.
De allí, o de las tiendas de Heraklion, nos trajimos, entre otros recuerdos, la estatuilla de las diosa de las serpientes y la medalla del disco de Festos que desde entonces cuelga de mi cuello. Ahora dicen que el disco, aún indescifrado, probablemente sea una falsificación. Pero, a estas alturas, ¿hay algo que esté libre de una sospecha así? Las cosas nunca son lo que parecen. Nosotros puede que tampoco.

(Las Caminatas, XIII)

lunes, 20 de julio de 2020

Vuelo libre

Nada es sólo porque sí
ni aun el mero azar siquiera.
Cada gesto arranca máscaras
y el paisaje nos expresa
de un modo visible y cierto:
somos espectros de luz
capturados en la escena
de los días sucesivos
y el alma que nos habita
por adentro es una huella
de los sueños que vivimos
entre palabras. La niebla
también es real. Reales
son los cuerpos. Y es la tierra
—doble madre, herida doble—
el filo de una tormenta:
la sangre, el pulso, la noche
que extiende su nada extensa.

En el volver de las horas,
que vuelan como cometas
entre ráfagas de viento,
se nos va la vida. Incierta
vuelve a ser la luz. Hay sombras
caminando con cadenas
a los pies. El vuelo libre
se nos transforma en la ciencia
de la alegría... y se esconde
al fondo de la caverna.
Y las imágenes mustias,
disecadas, casi muertas,
que nos salen al encuentro
nos traban, y deshacerlas
no es tarea fácil. Nadie
tiene cabal la certeza
de estar vivo: la constancia
es solamente una prueba
del hábito de existir
para que nadie lo sepa.
(Levedades)

Trikiklos (15)

¿Y qué se fizo
de Guillermo Sautier
(¡ay!) Casaseca?