jueves, 7 de mayo de 2020

Gubia

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Sitial del coro de la catedral de Plasencia, tallado por Rodrigo Alemán y otros maestros (siglos XV-XVI).
En una especie de antecedente de lo que después se llamaría Plástica, el padre Orcasitas, un artista él mismo, nos enseñó algunas muy valiosas técnicas para realizar entretenidos trabajos manuales que, en algún caso, nos permitieron fantasear con los viejos talleres de arte renacentistas. De aquellas lecciones prácticas recuerdo con especial insistencia el día en que aprendimos a manejar la gubia, que fue tal vez la misma jornada en que aprendimos su nombre. Con aquella nueva herramienta pudimos crear, casi sin darnos cuenta, pequeñas obras con cuadros maestros que desde entonces no han dejado de ser parte de nuestra vidas. La mano del arte es muy larga y, lo que es más importante, nunca deja de acariciarnos.
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miércoles, 6 de mayo de 2020

El déjà vu del déjà vu



(Al hilo de los días). ¿Con qué expresión podríamos denominar un déjà vu de un déjà vu? Es algo parecido al parecido de un espejo reflejado en otro espejo que lo refleja, ya ustedes me entienden. Y todo ello sometido a la distorsión reflejante del túnel del tiempo. Algo así, mezclado con una punzada de vértigo de noria, he sentido en las últimas horas al ver mencionada, repicada, reproducida y jaleada la vieja portada de la revista «Hermano Lobo» con la muy manoseada pregunta sobre la alternativa entre los gobernantes y el caos. Sabíamos que la imaginación de nuestros políticos es más bien de vuelo gallináceo, casi sin excepción. Lo que a estas alturas se hace muy duro de soportar es que parezca casi imposible salir de una portada de una revista de humor que se publicó con el franquismo todavía vigente. Y seguro que no es la última vez que comparece. Al tiempo.

Alíen

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Ferdinand Georg Waldmüller: Die Erwartete, 1860. Neue Pinakothek, Múnich.
Llevábamos ya varias semanas instaladas (las almas) en la Extrañeza (un estado cuántico), cuando comenzó a abrirse paso la especie de que al fin íbamos a recibir el mensaje que estábamos esperando y que muy en breve sabríamos cuáles habrían de ser los pasos siguientes, qué debíamos hacer, qué cabía esperar. Fue poco después cuando en todas las pantallas se iluminó el mismo mensaje:
«~Alíen~~Alíen~~Alíen~»
Hubo muchos que pensaron en una señal inequívoca venida desde los confines exteriores. Pero el Maestro Gramático no tardó en sacarnos del error:
—¡Ni marcianos ni leches! ¿No ven que ahí hay una clara tilde sobre la i? Esto es un reflejo emanado de nuestra conciencia y es evidente lo que nos está pidiendo.
De modo que ya estamos avisadas (las almas). A ver ahora.

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martes, 5 de mayo de 2020

La voz de Idir


(En voz alta). Uno tiene, como dijo alguien, muchas lagunas en su incultura. Una de ellas tiene que ver con el desconocimiento de formas del arte que deberían estar presentes en nuestro ámbito de intereses y, sin embargo, son sólo carencias. Al grano: acabo de enterarme de la existencia de un excepcional músico argelino llamado Idir al mismo tiempo que leía la noticia de su fallecimiento en el periódico. En otro tiempo, el dato hubiera pasado por mi vida sin pena ni gloria (o, como mucho, recortado para formar parte del lemario de alguna enciclopedia: del repertorio de necrológicas del suplemento bianual del Espasa, por ejemplo). Gracias a la maravillosa mano de la tecnología, en esta ocasión he podido localizar esta delicadeza en YouTube y, al compartirla aquí, y más tarde colocarla en mi blog, sé que dejo a buen recaudo y resguardo un magnífico hilo de seda del que tirar. De momento, celebro que un poco de belleza ha vuelto a salirme al paso. Albricias.

El paseante: los orígenes

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Ilustración ©️Javier Serrano, 2020
Si se pone a recordar cuál pudo ser el primer paseo de su vida, en su memoria se entremezclan dos lejanos fogonazos, cenizas casi de un perdido resplandor. En uno se descubre de la mano de dos jóvenes militares —tal vez dos reclutas del cuartel del Cerro Negro—, caminando muy ufano entre ellos, mientras ve venir hacia él a la madre, muy alterada pero sonriente, a causa de lo que años después sabrá que fue un afortunado hallazgo y reencuentro, tras el susto grande por un niño perdido en el bullicio de la feria.

El segundo vislumbre, que está unido tanto temporal como espacialmente al anterior, lo sitúa frente a una boca de riego en unos jardines cercanos a una ermita: allí está mirando el charco de broza y hojas que se ha formado alrededor de una tapadera de metal removida y, de forma inexplicable, acaso por torpeza o por curiosidad, poco después está comprobando desolado que ha ido a meter en él un pie —izquierdo o derecho, qué más da— justo la mañana en que acaba de estrenar sus primeros zapatos Gorila, tan preciados en aquellos tiempos, además de por su graciosa forma redondeada, por la pelota de goma maciza que regalaban con su compra y que, botada con habilidad y fuerza, podía elevarse hasta alturas casi inverosímiles.

De lo que ya no queda huella alguna en su memoria es de lo que ocurrió después, al regresar al banco del que se había alejado y donde tal vez tuvo que inventar alguna excusa más o menos fantasiosa —«es que se me había caído la canica dorada»— para explicar aquel desastre y poder volver a casa sin otros contratiempos.
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lunes, 4 de mayo de 2020

Adagia andante (7)

«No hay diferencia entre Dios y su templo», dice Stevens en la cláusula 96 de sus «Adagia». Tiene razón, aunque no siempre sea fácil percibirlo.
Y más a menudo aún no es fácil entender que tiene todo esto que ver con la guerra y el dinero.
La poesía se funda en las palabras. Un poema no es más que un intercambio de palabras. Pero a menudo, incluso casi siempre, los poemas se hacen de rogar.
No siempre acuden las musas a las mesas. Algunas, caprichosas, incluso prefieren el arte caminado o la proximidad del agua.
Tampoco está siempre a punto la imaginación. La imaginación es la invención de lo real: un hallazgo.
El poeta es siempre el primer lector del poema. A veces o a menudo —pero quién puede saberlo— el único.
De lo que no hay duda, en cualquier caso, es de que cada poema muere su propia muerte.
Y en esto —¿veis?— no hay diferencia entre poemas y personas.

Versos para comérselos

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(Al filo de los días). Aunque hace ya varios días que está en casa, a partir de hoy llega de hecho a las librerías la última obra de Sagrario Pinto: Versos para comérselos, un libro de poemas para niños de 5 a 99 años con «las cosas del comer» como telón de fondo. Viene, además, en compañía y de la mano de los deliciosos dibujos de Teresa Novoa, que potencian con sugerentes propuestas animales la imaginación de las lecturas. Así que, ¡hala!: todos los que tengáis hijos, nietos, sobrinillos, parientes, vecinos, amigüitos y amigüitas, en general, no os podéis perder un menú tan apetitoso. Está asegurado el servicio sin corona. Y, como ya se ve por la singular cubierta, todo parece indicar que su lectura favorece la «inmunidad de rebaño»; es decir, la que se puede lograr mediante la preocupación solidaria y responsable por la salud de todos, lejos de los balidos borreguiles con que no dejan de dar la barrila los incombustibles validos y heraldos de la muerte. ¡Buen provecho!