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Una tirada de dados... Foto de autor desconocido. |
Mientras los días de la peste seguían avanzando, implacables, confusos, desasidos, quizás como vagones de un tren privado de su locomotora o, más preciso aún, de un destino concreto para el viaje, a la altura de esta última metáfora —«y ya no hay más que metáforas», se dijo— sintió que se había incorporado al recorrido un nuevo pasajero de indefinido sexo, incluso de aspecto no del todo identificable, pero en el que de inmediato pudo reconocer, además de un olor persistente, el inconfundible espíritu trágico del Jugador, alguien —o tal vez algo— del que sabía que no iba a parar hasta agotar los caminos de la suerte y que no rehuiría la apuesta decisiva ni el último envite del destino. Y, desde el primer momento, comprendió que aquella compañía ya no lo abandonaría durante el resto del viaje.
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