jueves, 16 de abril de 2020

El Gorrilla

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Fotografía de Lee Jeffries, de la serie "Los sin techo".
Al Gorrilla, que tuvo una actuación estelar en la novela aquella del otrora Joven Marías, lo volví a ver sin venir a cuento en uno de esos estados larvarios que provoca el confinamiento de los días de la peste. Iba en mi coche a recoger un pedido al Hipercor del Campo de las Naciones, cuando a la altura de la Clínica de la Universidad de Navarra, en su amplio aparcamiento exterior, lo vi haciéndome aspavientos para que dirigiera el vehículo hacia un lugar determinado. Era tanto su poder de convicción gestual que aminoré la marcha hasta frenar y me dispuse a seguir sus instrucciones. La plaza asignada, entre dos grandes coches negros, no era ni amplia ni cómoda, así que me quedé dudando en medio del carril central, intentado valorar las opciones en lo que parecía un parquin en verdad hasta los topes. Luego seguí avanzado lentamente una decena de metros en busca de otro hueco más amplio. Dubitativo, eché una mirada al espejo retrovisor y entonces lo vi. El Gorrilla venía hacia mí, con su habitual cojera, que remediaba con una especie de extraña cachaba, sonriente y desdentado, muy zalamero de gestos y sin duda orgulloso de lucir en su solapa una insignia en la que alcancé a leer: «Estacionamientos LA PARCA». Como el que tiene una súbita revelación o se recupera de un lapso momentáneo, caí en la cuenta de mi error: yo iba a OTRO sitio. No se me había perdido nada allí. Tras maniobrar con brusquedad y eficacia, logré sortear las interminables filas de coches y, en un abrir y cerrar de ojos, enfilé la salida casi derrapando. Por el espejo aún alcancé a ver al Gorrilla levantando los brazos y blandiendo en uno de ellos, a modo de bastón o garrote, un objeto en el que quise reconocer la curvada, amenazadora y tópica forma inconfundible de una guadaña.
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miércoles, 15 de abril de 2020

El Crítico

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Cercando al enemigo.
«A menudo se emplean las palabras con cierta propensión a la hipérbole o incluso a la histeria —dice el Crítico—. Sin embargo, hay otras veces en las que, no por ser ajustados en su exactitud y reiterativos en el uso, ciertas expresiones alcanzan a dar cuenta de lo que se desea decir. Parece como si esos términos no llegaran a cubrir nunca la extensión de lo que el emisor pretende abarcar». Tragó saliva el Crítico y, sin percatarse de mi juego de ojos demandantes de atención, continuó: «Es más, es en experiencias así cuando uno siente que hay una especie de falla entre el pensamiento y el lenguaje, por más que tengamos claro que uno y otro son más bien una y la misma cosa». Iba a argüirle al Crítico algún reparo respecto a esa identificación de dos estancias interrelacionadas, sí, aunque bien distintas, pero sin darme opción a consumir un turno en lo que él llama, muy pomposo y por completo hipócrita, «el ordenado sucederse de las voces» —menudo es el Crítico cuando se trata de asegurar la coherencia interna del discurso—, me puso por completo de su lado al oírle concluir: «Es lo que pasa ahora con la palabra “héroe”, que se nos queda corta, muy corta, para decir lo que en verdad queremos». Qué razón tiene el Crítico. Aunque entender su parla resulte a menudo más enrevesado que descifrar el recibo de la luz.
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martes, 14 de abril de 2020

Los Mantras

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La cama del sueño dentro del sueño. Foto de autoría no localizada.
En el sueño, que se prolongó más allá del primer despertar, la cosa consistía en transitar un camino de retorno a lo habitual mediante un raro entrenamiento basado en memorizar y repetir fragmentos de oraciones, frases y cantinelas consideradas idóneas para hacer que la normalidad se fuera imponiendo de forma paulatina y a través de una adecuada aclimatación. Acabo de contárselo a mi psicoanalista imaginario y, como él, pese a todo, se toma muy en serio su oficio, ha sido muy preciso en su valoración. «Eso —me ha dicho— es un un ejercicio de alquimia verbal en toda regla. Aunque tiene también algo de truco oficial para sacarse de la manga un mecanismo poco costoso de recuperación del principio de realidad». Me ha preguntado después si podía ponerle algún ejemplo del tipo de expresiones empleadas. Le he dicho que sí, por supuesto, pero al ir a recitárselas he caído en la cuenta de que eran todas improperios, blasfemias, exabruptos soeces e incluso alguna marranada, de modo que he procurado mantenerme en silencio, como no podía ser de otra manera. Y él, como fantasma dócil que es, lo ha dado por bueno. Luego he vuelto a dormirme.
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lunes, 13 de abril de 2020

Adagia andante (5)


El poema es una partitura. Se toca con los nervios.
¿De qué sirve un poema? Tal vez tan sólo sea un medio entre dos fines. O un trozo de tierra tatuada antes de dormir (como dijo Molina). ¿Y un impulso concreto para nombrar también lo que no existe?

No hay nada más ajeno al sentimiento que el sentimentalismo, esa suerte de magia corrompida o simulacro vacuo.
¿Y qué decir de la imaginación? No es pura fantasía. Es el arte supremo de tender puentes. Una ingeniería de altos vuelos.
La creencia, toda creencia, es siempre una ficción. Y no hay mayor ficción que la de tener una creencia. Esto no es un mero juego de palabras.
Tampoco era ilusoria la vieja extrañeza de Ducasse cuando consideró hermoso el encuentro, sobre una mesa de disección, entre una máquina de coser y un paraguas. Ducasse no conocía la máquina de escribir. En realidad, él cosía sus textos. Y los ponía a secar sobre pieles curtidas. Los Cantos de su alter ego, el Conde de Lautréamont, alter ego a su vez del inolvidable Maldoror, son las últimas pieles de bisontes colgadas en el interior de los templos en ruinas que retrataron los pintores románticos.
¿Y qué decir de los primeros principios? ¿Qué de los finales postreros? Tal vez los primeros postreros acabaron siendo lo mismo que los principios finales. (Y esto si que es un juego de palabras).
Escribir poesía es rezar. El poema conoce por sí solo el camino de luz al infinito.

La Laguna

Mayonor Mijangos: Laguna de Lemoa, Santa Cruz de Quiché. Guatemala.
© 2013, Imágenes de Guatemala.
Si estaba ahí dónde se fue.
Estaba ahí si se fue dónde.
Ahí se estaba dónde fue si.
Dónde estaba si se fue ahí.
Sé dónde fue si ahí estaba.
Fue si ahí se estaba dónde.
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domingo, 12 de abril de 2020

La Prensa

El rincón de lector de papel prensa. Foto de autor desconocido.
Cuando pudo recuperar la prensa impresa advirtió con asombro que la sección de necrológicas se había adueñado del resto del diario.

sábado, 11 de abril de 2020

El Ángel Exterminador

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Al final de El ángel exterminador (1962), la película de Luis Buñuel,
un rebaño de pacíficas ovejas acude al lugar del encierro.
Al terminar de romper la hora, según es su costumbre desde hace al menos ciento quince años, don Luis Buñuel ha dejado su tambor colgado en una nube y regresa al Limbo de los Ateos Gracias a Dios para seguir entreteniendo su eternidad con lo que más le gusta desde siempre: imaginar bromas algo crueles, incluso claramente atroces, para someter a sus amigos y conocidos a situaciones extremas y medir así el grado de tolerancia de la humana naturaleza bajo presión y hostigamiento. En los últimos días, el genial surrealista no hace otra cosa que darle vueltas a una vieja idea y distrae sus horas sin tiempo imaginando qué pasaría si, en vez de un grupo de parejas de la alta sociedad, fuera la humanidad entera la que se viera afectada por el extraño enigma del ángel exterminador, de modo tal que todas las gentes del universo mundo quedaran confinadas en sus propias casas durante un tiempo indeterminado. El ojo saltón del cineasta baturro refulge con fuerza en su nicho celeste mientras valora, con una sonrisa ferozmente angelical, las posibles consecuencias de semejante barrabasada. E incluso está pensando en que esa historia, película, fantasmagoría o, quién sabe, crónica veraz de los días de la peste bien podría titularse «El obsceno encanto del coronavirus». Y su espíritu de implacable artista incombustible vuelve a suspirar por enésima vez.
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