Codex Manesse, f. 395r. Hacia 1305-1313. Página de Rubin von Rüdeger. Biblioteca de la Universidad de Heidelberg.
A menudo nos preguntamos a qué se deben la gravedad del silencio y su misterioso ángel, por qué resulta tan difícil encontrar un instante pleno de felicidad, quién está —y en primera persona— detrás de la enigmática expresión que corona este texto. Pero no hay duda: es ella quien lo dice. Y siempre tiene la última palabra.
Codex Manesse, f. 394r. Hacia 1305-1313. Página de Kunz von Rosenheim. Biblioteca de la Universidad de Heidelberg.
En aquel tiempo, el viento soplaba a menudo en mitad del verano ya casi vencido y el campo de millo era una verdadera orquesta de silbidos, chasquidos y rumores. ¡Cuántas cosas no aprenderíamos en medio de aquel bosque verde y amarillo, al amparo de las gráciles cañas y de sus hojas edénicas, entre las que las ya bien brotadas mazorcas eran, más que una promesa de bienes futuros, una incitación al temblor del rito secreto cuya sola mención nos ponía los ojos brillantes y un erizada pelusilla en las manos, tan suave como la barba del maíz que solíamos arrancar con cuidado para emplearla luego en nuestros muy elaborados disfraces! A veces, en tardes como esta, asciende de no se sabe bien qué lugar o tiniebla el viejo aroma inconfundible de los días de juego y cosas que ya no volverán.
Codex Manesse, f. 355r. Hacia 1305-1313. Página de Süskind, der Jude von Trimberg. Biblioteca de la Universidad de Heidelberg.
El muy mamón no dejaba de reírse. —Virgo veneranda —y ja ja ja. —Virgo prædicanda —y ja ja ja. —Virgo potens —y ja ja ja. —Virgo clemens —y ja ja ja. —Virgo fidelis —y ja ja ja. No tuve más remedio que bajarle el volumen y doblarle la cerviz, de modo que cuando llegamos al Regina pacis ya estaba derrengado y casi muerto. Luego, en la Salve, sólo chistó a la altura del lacrimarum valle, supongo que por sintonía. Parece claro que no fue una buena idea traerme el tamagotchi al coro.
Codex Manesse, f. 371r. Hacia 1305-1313. Página de Meister Johannes Hadlaub. Biblioteca de la Universidad de Heidelberg.
Boanerges, el Hijo del Trueno, andaba por nuestros cuentos como Pedro por su casa. Y a poco que nos descuidábamos, se colaba en nuestros sueños como niebla por debajo de la puerta cerrada.
Codex Manesse, f. 359r. Hacia 1305-1313. Página Von Buwenburg. Biblioteca de la Universidad de Heidelberg.
Todavía me despierto a veces por la noche creyendo que estoy en el servicio militar, vulgo “la mili”. No es una situación que me resulte especialmente desagradable. Al fin y al cabo allí conocí a buenas gentes, con algunas de las cuales aún me trato, y viví experiencias que alegran mi memoria y que todavía cuento con gusto (aunque no ahora, no huyáis). Pero el asunto es insidioso por su propia naturaleza común. Y también, y sobre todo, por el fastidioso y petulante equívoco ese de la patria. La desaparición del servicio militar obligatorio, si bien ya casi había colapsado por su propio peso y su falta de sustancia, fue una decisión muy atinada. Confío en que a nadie se le ocurra nunca revertirla.
Dulce deseo, asciende,
vivifica mi sangre
que clama por la vida,
llena mi mente
de cuerpos deseables,
pon el secreto
de los secretos nunca dichos
en boca de la noche
y haz que la vida
verdadera que vive
en el despierto y tenso
sueño de la carne
se cumpla en medio
de esta terrible fuga
del tiempo en llamas,
en medio de la
devastación.
Oigo el rugido de la sangre, siento que hay en la flor abierta del deseo un latido de estrellas y un reguero de materia inmortal que dispersa su fuerza por todo el infinito océano cósmico y por el cielo inmenso bajo el que cada noche tiembla mi corazón.
Dulce deseo, crea las horas a tu imagen y semejanza, ponme en los ojos limpios la estela sin cautela de la luz que recorre los tibios escondrijos de la verdad más honda y las ráfagas blancas de los cuerpos que cruzan por los sueños del mundo.
Amor que persevera en el deseo y en él se cumple: deja tu signo y abre de par en par las puertas del jardín.
Codex Manesse, f. 396r. Hacia 1305-1313. Página de Der Kol von Nüssen. Biblioteca de la Universidad de Heidelberg.
Me parece que debo llevarle la contraria al sentido aparente de la sentencia escrita para bien entenderla. Porque si algo permanece en las cercanías de la imagen que me roba la atención son los versillos aquellos del romance y, especialmente, su aleteo final: «Matómela un ballestero; / déle Dios mal galardón». Estamos vivos de milagro.