domingo, 19 de enero de 2020

Libre te quiero


(Oído en voz alta). Cualquier momento es bueno para escuchar este himno de libertad que a muchos nos acompaña desde la más tierna juventud. Y a cuyas luminosas palabras y a su ritmo alegre y saltarín nos encomendamos casi como un mantra y una manta con la que cubrir ciertas desnudeces. Cuando algunos pretenden llevar el concepto de propiedad privada hasta el límite de su propia medida de las cosas, sin excluir la zafia mezquindad y el miedo como motor de la vida, es oportuno reflexionar y cantar en voz alta.
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Melancolía & incertidumbre

Ayer era melancolía, hoy depresión
Cubierta del libro.
(Al hilo de los días). La melancolía en tiempos de incertidumbre: he aquí un libro que se impone desde su propio y hermoso título y al que, como señala este artículo, conviene prestar atención. Y ello tanto por el análisis y diagnóstico de los “males” de nuestro mundo, contemplados en términos de depresión social, como por las salidas prácticas que propone, la principal una especie de revolución cotidiana que nos devuelva el valor del tiempo consciente y restaure la relación verdaderamente amorosa con el mundo, más allá de las compulsiones favorecidas por nuestros modos actuales de hiperconexión. Hay que seguir el rastro de esta discípula de Hannah Arendt porque tiene el don de la lucidez.
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Terror Oris

La imagen puede contener: una persona
Codex Manesse, f. 311r. Hacia 1305-1313. Página de Herr Hawart.
Biblioteca de la Universidad de Heidelberg.
Era muy niño cuando descubrí el terror. O su posibilidad. Primero fue a través de los cuentos crudos que me contó la señora Anselma, durante unas semanas que estuve sin salir de casa aquejado de unas fiebres. Eran relatos en los que aquella viejecita, una narradora extraordinaria, no se ahorraba detalles crueles en las más terribles escenas de maldad pura, aunque era muy sabia a la hora de graduar los efectos y, si bien a veces se aproximaba a territorios muy oscuros, siempre lograba restablecer el equilibrio y desembocar en espacios de calma. Sobre la segunda etapa de mi aprendizaje no puedo decir mucho, salvo que sigo en ella.
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sábado, 18 de enero de 2020

El día de Dante... y otros

Dante fotografiado por Sandro Boticelli, hacia 1495.
Biblioteca y Fundación Martin Bodmer, Cologny (Suiza). 
(Al hilo de los días). Una buena nueva: Dante tendrá su fecha en el calendario, el 25 de marzo. Aunque, no nos engañemos, la fecha ya tenía de por sí suficiente pedigrí. Ahora ya sólo falte que la declaren patrimonio temporal de la humanidad. Y que dure mucho. Una gran alegría.

Amor tussique non celatur

La imagen puede contener: una persona
 Codex Manesse, f. 311r. Hacia 1305-1313. Página de Herr Alram von Gresten.
Biblioteca de la Universidad de Heidelberg.
En pleno invierno, tal vez no fuera la mejor idea ponerse a comparar el amor con la tos, pues cabía la posibilidad de que alguien lo tomara por un corazón demasiado sensible, incluso tornadizo, y siempre presto a pillar un resfriado.
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viernes, 17 de enero de 2020

Leyendo a Millás

Un hombre se baña junto a una muñeca a la que considera su pareja.
Hombre y muñeca en el baño. Foto Behrouz Mehri, AFP/El País.
(Lecturas en voz alta). Leyendo a Millás, rara es la ocasión en que no siento un resistible deseo de compartir sus columnas. Pero se queda en deseo. Hay días, sin embargo, como el de hoy en que la pieza exige comunicación. Diría que de gozo (artístico, sin duda), aunque las escenas de Millás muy a menudo duelen. No se la pierdan. Dudo mucho que hoy se les vaya a cruzar algo con más valor.

Beatus ille

No hay ninguna descripción de la foto disponible.
Codex Manesse, f. 323r. Hacia 1305-1313. Página de Herr Geltar.
Biblioteca de la Universidad de Heidelberg.
La vez aquella en que visité la finca de La Flecha, a orillas del Tormes, ví allí las ruinas de una casa cuyas paredes estaban llenas de pintadas obscenas. «Aquí me la mené siete beces», decía la más llamativa, entre dibujos de penes y vulvas. «Esto es un chumino», rezaba otra bajo el dibujo de una especie de óvalo moteado de puntitos, supongo que para que no quedaran dudas. Y, cosa curiosa, había también una especie de caricatura de un señor calvo con grandes gafas bajo el cual se leía con letras de tebeo: «Aquí cagó Carioco». Impresionado por aquellas muestras de rotunda humanidad, reconozco que me costó trabajo adivinar en el hermoso paisaje fluvial circundante las trazas o los trazos de «la escondida senda». No he vuelto desde entonces.
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