viernes, 25 de octubre de 2019

Pudridero

No hay ninguna descripción de la foto disponible.
Juan de Valdés Leal: Finis Gloriæ Mundi, 1671-1672. Hospital de la Caridad, Sevilla.
Es costumbre que, en el paso al otro lado 
de las testas coronadas 
y de quienes se creyeron 
que lo eran, 
se sometan los despojos 
a la herrumbre y al meneo 
acelerado de las faunas bacterianas 
a fin de que la mudanza 
de estado sea más leve 
y así más pronto se lleve 
su parte la corrupción. 
Y, acabada la función, 
se tala también el tronco 
que por debajo sostiene 
el teatro de la vida enajenada, 
y veloz vuelve la noria a su vaivén. 
Y aquí paz. Y después... nada.
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jueves, 24 de octubre de 2019

Resonancias



(Al hilo de los días). Uno no es libre de mandar en sus recuerdos. Y mucho menos en ciertas asociaciones. El caso es que alguna escena de lo entrevisto esta mañana en Cuelgamuros me parece que “rima” con esta inolvidable y terrorífica secuencia de El verdugo. Seguiré indagando en mis fantasmas.

Transilvania (... o Cuelgamuros)

La imagen puede contener: una persona, sonriendo
F. W. Murnau: fotograma de Nosferatu, 1922.
Se vende ataúd. Aún en buen estado.
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miércoles, 23 de octubre de 2019

La Prospe: cuna de la Movida

El Aviador Dro y sus obreros especializados.
(Lecturas en voz alta). Es bien sabido que La Prospe es un barrio con mucho fundamento y una ya larga y relevante historia cultural, literaria, artística, musical... Pero está bien recordar, recorrer y completar esas pistas. Es lo que hace este interesante reportaje que Sol Alonso publica en El País siguiendo el rastro de los creativos miembros de Aviador Dro, el ya casi legendario grupo del techno-pop madrileño integrado por muy competentes obreros especializados. Aún tengo fresco en la memoria un concierto suyo en la Sala Carolina, de Bravo Murillo, pyede que hacia mil novecientos ochenta y poco. Muy interesante.

Arabella

La imagen puede contener: una o varias personas, calzado y texto
Cartel de Arabella* (1967), filme de Mauro Bolognini protagonizado por Virna Lisi.
Anoche, mientras dormía, vino de nuevo a mis brazos Arabella y, como otras veces, me puse a hacerle confidencias. Creo recordar que le decía que «ese sueño que dices, querida amiga, sólo puedo decirte que no se acaba. Y si un día se acaba, muchacha triste, iremos a buscarlo con todo el alma que aún nos quede: si es poca, la inventaremos con un ensalmo que pueda arder de nuevo e iluminarnos. Al patio de butacas de nuestros sueños vuelven siempre tus ojos, claros, serenos, y mientras cae la lluvia, como un milagro, sálveme tu mirada de arco voltaico...». Y era entonces cuando se aproximaban los carbones.
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Arabella fue una de las películas de alto voltaje que se incluían en las sesiones dobles de los domingos en las que, aunque calificadas para mayores de 18 años, nos dejaban entrar a los adolescentes. Por lo común, la otra película era de las denoninadas "para todos los públicos" o "tolerada menores". Esta en concreto la vi en el cine Palenque, de Eburia, tal vez en 1969.

martes, 22 de octubre de 2019

Otero Pedrayo


La comitiva fúnebre de Otero Pedrayo camino de la catedral de Ourense.

(Lecturas en voz alta). Cae uno, por esa causalidad derivativa que otros llaman azar, en esta página que me pone en primer plano la figura, supongo que ya casi del todo olvidada fuera de lo que fue su mundo, de don Ramón Otero Pedrayo, al que durante muchos años le correspondió el título de patriarca de las letras gallegas y del que a todos cuantos he oído (leído) hablar sobre él sólo refieren bondades y excelencias. En esta semblanza rememorativa del periodista Fernando Ramos hay detalles preciosos que parecen (son) perlas de un tiempo ido.

Cine NIC

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Anuncio de época del proyector NIC.
Curiosamente el dibujo me trae a la memoria otro «hito visual»: el tebeo
de negritos que era la página más divertida de la revista Aguiluchos, una publicación
de los misioneros combonianos que todavía he podido ver en alguna caseta de las ferias del libro. El baúl de recuerdos de la Red es un tesoro
.

Recuerdo ahora, no sé bien por qué, la tarde aquella, al borde de la Navidad, en que me desperté en el patio de butacas del cine Coliseum adonde había ido a ver, por quinta o sexta vez, una película sentimental muy triste: Sin familia, una historia de orfandad y penurias. Apenas me acuerdo ya de su argumento. Las entradas las regalaban con la compra de los juguetes de Reyes en los Almacenes Tomás, cuyo dueño lo era también del cine contiguo. Y no sé si fue aquel año cuando en casa nos echaron la máquina de cine NIC, con películas de papel plastificado —un muy ligero celuloide— y un disco de pizarra con un rudimentario plato y un desmontable y tosco brazo lector, en forma de pequeño cuerno provisto en su punta de una gruesa aguja, y que giraba al ritmo de la misma manivela con la que se hacía avanzar la proyección, de modo que el contenido de sus microsurcos, la supuesta banda sonora, resultaba por completo ininteligible. Lo más claro que alcanzamos a identificar en la confusa cantinela decía algo así como «¡Dale, Pepito, no tengas miedo!». Llegué a organizar sesiones para los compis del barrio y hasta hice carteleras para anunciarlas. El día del estreno, la bombilla del aparato se calentó tanto que el papel empezó a echar humo. Julito, el más pequeño de la panda, se asustó mucho y estuvo varios días diciendo: «Tine quema, no guta nene». Estamos vivos de milagro.
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