martes, 10 de septiembre de 2019

Arrieros

Pensionanti de Saraceni: Vendedor de aves, 1615-1620. Museo del Prado, Madrid.
Lo vi venir de lejos, con su rebaño de criaturas exóticas, en medio de una gran polvareda. Nos paramos a platicar un poco. Más que verborrea, lo suyo era una forma de arrearle al verbo. Pero le dejé explayarse. Me regaló un loro, de nombre Jeremías. Supongo que algún día nos volveremos a ver. A ver si me explica cómo desenchufarlo.
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lunes, 9 de septiembre de 2019

Faralá Farah

La imagen puede contener: una o varias personas
El don del aire. Foto de autor desconocido, virada al negro.
(Tánger, Zoco Chico)
Tu cuerpo es ese escorzo tan liviano
de blancura escondida y sombra oscura
que dibuja el compás —de pie, de hinojos—
de las manos, las manos y la mano.
El vuelo circular de tu cintura
arrebata la luz, y el sol pagano
de tu pelo me hiere —tan cercano—
los ojos y los ojos y los ojos.
Un río que la rosa le da al aire
se desliza en tu piel, y en el capricho
de tus brazos la noche se disloca.
Ojos, manos, pasión, rabia, donaire...
Y qué dulce el secreto que me ha dicho
la boca que en mi boca se desboca.

Un pecio

Ercole de’ Roberti: Los argonautas abandonan la Cólquida, h. 1480.
Museo Thyssen-Bornemisza, Madrid.
La imagen se vino navegando por las aguas de la imaginación y lo ocupaba todo. Fue la primera de la mañana, tal vez un resto del naufragio nocturno. Y duró la jornada entera, como uno de esos estribillos que no puedes quitarte de la cabeza y que incluso llegan a atormentarte. Pero acababa de borrarse. Ese polvillo que podía ver si levantaba los ojos y los dirigía hacia alguna fuente de luz es cuanto quedaba de ella. No podía desperdiciarlo.
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domingo, 8 de septiembre de 2019

Fantasmas de regreso

La señora Muir... y la sonrisa del Fantasma.
(Lecturas en voz alta). Hermosa, muy hermosa, la historia que cuenta Javier Marías en su columna semanal de EPS. El inolvidable capitán Gregg, aquel fantasma que se le aparecía a la señora Muir en la deliciosa película de Mankiewicz, y al que daba vida Rex Harrison, vuelve a las andadas. Un colofón (provisional) fascinante para la fascinante historia de una fidelidad.

Camilo Sesto: somos agua

(Al hilo de los días). Entre “el pájaro de nieve” y la seducción recién descubierta de Somosaguas (“somos agua”), tengo el año de mi llegada a Madrid, 1974, asociado a esta canción de Camilo Sesto. Su letra (creo que obra de la variopinta y angélica Lucía Bosé) aún me conmueve y me llena de agradecimiento a este “icono del pop” del que tanta mofa —en buena parte provocada por él mismo— hemos hecho todos. Confesaré, no sin mosqueo, que hubo una vez en mi casa de Madrid un “empleado de finca urbana” —como alguien acuñó entonces, casi al tiempo que otros llamaban “segmento de ocio” al recreo escolar: la tontería nunca ha descansado—, un portero sustituto que se empeñó en que yo tenía cierto parecido físico con el cantante y no cesaba de recordármelo. Son los reflejos de la memoria que primero han acudido a mi cabeza al enterarme de la muerte, en pleno inicio de la senectud, de Camilo Sesto. Una edad que, como hoy es común acuerdo de necrologías, venganzas y homenajes, el cantante nunca quiso aceptar. Tal vez no le faltaran razones. Descanse en paz.

Música vencida

Honoré Daumier: Don Quijote y Sancho Panza, 1866-1888.


«¿Sabía usted que puede escuchar gratis música vencida?». Así rezaba —rezaba— el post que me asaltó a media tarde en una consulta rutinaria de FB. No es difícil colegir —colegir— a qué puede referirse el anuncio. Y, en un rápido vistazo, deduje que se trataba de algo similar a los libros en dominio público. Pero toda la seducción —seducción— estaba en ese adjetivo: vencida... Tenía algo de exactitud dolorosa, como el diagnóstico de una enfermedad. Y me recordó de inmediato —supongo que por mera contigüidad (contigüidad) sonora— el poema aquel de León Felipe que interpretó Serrat, y que podemos volver a disfrutar —disfrutar— gracias a... ¿la música vencida?
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sábado, 7 de septiembre de 2019

A lagarto lagarto, trágalo, trágala

La imagen puede contener: una persona
Gian Lorenzo Bernini: Autorretrato del artista en su mediana edad, s. f. (s. XVII)·
Galleria Borghese, Roma.
Al volver sobre sus pasos procuró colocar los pies sin que se salieran de las huellas que había dejado en el camino de ida, de modo que ningún posible espía de intenciones aviesas pudiera saber cuáles eran sus verdaderos rumbos y mucho menos de qué pie cojeaba. Para mayor disimulo, durante toda la caminata fue canturreando en una lengua de la que sólo algunos conocían el secreto. Y en cada carrefour no dejó de entonar la fórmula batracia aprendida en sus años montaraces, cuando también él fue seducido por el secreto de la cueva del Monte Sión.
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