jueves, 5 de septiembre de 2019

Sobre las NUL

(Novelas de una línea, 6)
Ingenio
No podía dejar de darle vueltas.

No hay ninguna descripción de la foto disponible.

En algún ocasión, he sentido que estaba explorando un territorio que linda con el actual auge del aforismo y la consolidación (signo de los tiempos y su acelerada fugacidad) del microrrelato, de modo que estos textos bien pudieran acogerse a una intersección de esos caminos, sin desdeñar los demás cruces: memorias, fogonazos, criaturas cazadas al vuelo, sobras sensibles, intuiciones versiculares, ocurrencias y todo tipo de verboludismo (incluso sin “ver”), por esa ya confesada afición al juego que a estas alturas sé que es mi verdadera naturaleza —si alguna hay— como escritor y escribidor.
Cierro el ínterin confesando que la intención —o trágalo lagarto— es llegar a las 1001 NUL, series incluidas. Y que laboro en la edición final, ordenada y corregida de la aventura.)

La caminata

La imagen puede contener: cielo, exterior y naturaleza
Félix Vallotton: La Grève blanche, Vasouy, 1913. Colección particular.
Me lo confesó todo. Comprendí. No era nada nuevo. Pero seguía sin tener sentido. Y nadie podría ayudarnos.
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miércoles, 4 de septiembre de 2019

Mon oncle



(Al hilo de los días). «Reina el modernismo en nuestra casa, / todo funcionando por un botón, / mas la de mi tío me hace más gracia, / con su cuarto piso y sin ascensor. // Yo soy feliz, feliz con mi tío, / lo paso bien con él porque me sabe comprender...» Con esta letra, sobre poco más o menos, se cantaba la muy pegadiza música —todo un icono— de la genial película del genial Tati, Mon oncle, que fue para muchos, a mediados de los sesenta, toda una revelación. Esta noche la proyectan en La 2.

Bumerán del Paraíso

La imagen puede contener: dibujo
Edvard Munch: Metabolism, 1898. Munch Museum, Oslo.
Eva: «Sola yo sé nadar». Adán eso ya lo sabe.

[AJR: 10, 31]

martes, 3 de septiembre de 2019

El profesor Ruiz de Gopegui: una anécdota


La imagen puede contener: una persona, de traje
El físico y escritor Luis Ruiz de Gopegui, un vecino ilustre de La Prospe, fallecido el pasado 8 de agosto, además de tener tras de sí una carrera científico-técnica de gran relevancia y un colofón creativo como autor de novelas de ciencia ficción y relatos infantiles, en algún caso al alimón con su hija la novelista Belén Gopegui, era un hombre con un muy inteligente sentido del humor. De las diversas charlas que dio en la librería El Buscón, en nuestro barrio, recuerdo una de hace un par de años, o un poco más, en las que estuvo contando con enorme gracia varias anécdotas de su vida profesional, y en concreto algunas referidas a sus años como responsable de la Estación de Seguimiento Espacial de Fresnedillas que tan importante papel desempeñó en las misiones Apolo, y en concreto en la llegada del hombre a la Luna.
Contaba el profesor cómo en plena misión espacial, cuando el alunizaje estaba a punto de producirse, se presentó en las instalaciones un grupo de personas que a toda costa querían hablar con «el jefe de aquello». Se les explicó la dificultad del momento y la inoportunidad de la visita, pero todo fue inútil y Ruiz de Gopegui no tuvo más remedio que recibirlos. El problema era de extrema gravedad: se trataba del alcalde y una delegación del pueblo vecino de Navalagamella que pretendían que se les exigiera a los americanos que, siempre que se mencionara la estación, al nombre de Fresnedillas de la Oliva, se añadiera el de su pueblo, ya que una parte de las instalaciones se ubicaban en su término municipal. Bromeaba don Luis diciendo que, si ya les resultaba difícil a los estadounidenses pronunciar el nombre de Fresnedillas (de hecho, solían referirse a ella como estación de Madrid), era imposible pensar que pudieran referirse de corrido a la Estación de Frenedillas-Navalagamella. Era un placer oír al profesor. Echaremos de menos su talante y su saber. Descanse en paz.

Hornacinas

La imagen puede contener: interior
Interior del antiguo monasterio de San Paio d’Abeleda, en Santa Tecla,
A Teixeira (Ourense).
Frente al vacío, o la ausencia, o la desposesión, o el desprendimiento, o la anulación, o los innumerables huecos por los que se desliza la tinta iluminada que corre por tus venas, no cabe en tu imaginación ni una palabra, ni una imagen, ni un signo, ni un boleto, ni una quimera más. Todo es así y así se consume. Y la noche brilla como un templo de altares desnudos donde aún se refleja el sudor de los muertos.
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lunes, 2 de septiembre de 2019

Ropa vieja

La imagen puede contener: 4 personas, interior
Fin de temporada. Escaparate en La Prospe, Madrid. Foto ©️AJR, 2016.
¿De qué sirve guardar la ropa vieja,
con todas las posturas del pasado,
si es ya el cuerpo el que tiene incorporado
los gestos, las maneras, la compleja

madeja del vivir y hasta se sabe
de memoria la piel que lo recubre?
No es necesario más: la misma ubre
que nos dio de mamar será la clave

que nos abra las puertas donde el puerto
final ya se divisa: roja y blanca*
ha de ser la bandera que, en la noche

fatal o de autos, nos llevará al huerto
melibeo, con toda la retranca
del que conoce bien cuál es el broche.

*(Roja, de sangre viva hasta el final;
blanca, en señal de rendición total).