jueves, 22 de agosto de 2019

Isla Mujeres

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Acantilados de Isla Mujeres, Quintana Roo. Foto tomada de Voz del Pueblo. Zona maya.
En el Caribe mexicano, como tal vez en todo el Caribe, hubo piratas mucho antes de Johnny Depp, y no cabe descartar que entre ellos destacara alguna mujer, aunque la historia suele ser igualmente cicatera a la hora de reconocer el protagonismo femenino entre los “malos”. No pensábamos en esto cuando nos sumamos a la expedición de atrevidos pulsereros, recolectados por diversos hoteles de Cancún, la Riviera Maya y otros núcleos yucatecos, en los dominios provinciales de Quintana Roo, para practicar esa forma ligera de buceo llamada esnórquel en las costas de Isla Mujeres. Una actividad que sería fantástica si uno no estuviera todo el rato con la mosca detrás de la oreja —o, con mayor precisión, en la espita del tubo respiratorio— por mor de asegurar el pellejo en un medio tan inestable, movedizo y traicionero como son las aguas de más de dos metros y medio de hondura. Así que el gozo, sin desdeñar la memoria del ojo sumergido, comenzó de verdad una vez de nuevo en tierra firme al recorrer, a bordo de una especie de carrito de golf, la isla toda, sus poco más de cuatro kilómetros cuadrados, y admirar, además de sus casas flexibles, los esbeltos palafitos con graciosa pasarelas, las playas largas, estrechas, tropicales, especialmente en el lado norte —y a menudo infestadas de turistas asoleándose como auténticos caimanes—, los valiosos arrecifes coralinos en el paraje que le dicen del Garrafón, los leves promontorios meridionales —donde al parecer estuvo el templo de la diosa maya lunar Ixchel— y, finalmente, además de la muy curiosa y destartalada Hacienda Mundaca, el colorista, estrámbótico y naíf cementerio del lugar cuyas lápidas y figuraciones están repletas de huellas de historias de amor, ambición y —claro está— de muerte. Isla Mujeres es el primer punto del territorio mexicano que cada día visita el sol. Por algo será.
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miércoles, 21 de agosto de 2019

¿Qué fue de "la Nouvelle Vague"?



(Al hilo de los días). ¿Qué queda en nuestra memoria del cine de François Truffaut, de Jean-Luc Godard, de Éric Rohmer, de Claude Chabrol o de Louis Malle...? Una pregunta retórica que a estas alturas sólo admite, me temo, respuestas imaginativas. Aunque sea muy fácil refrescar la memoria y recuperar, como por arte de magia y de la Red ubicua, aquellos días del remoto pasado en que el cine era, antes que nada y casi por encima de cualquier otro sueño, aquel fenómeno, quizás un espejismo, que fue la nouvelle vague, tal vez la primera marea seria y en serie de nuestra juventud. Quienes en este país nos educamos con el francés como idioma de referencia, además de llevar a menudo encima la nada despreciable carga de andar un poco descolocados y demasiado lentos con el inglés —aprendido de mala manera, si acaso, en edades en que las neuronas no tienen ya la misma capacidad de fijación ni los mismos resortes proteínicos— le debemos a esa escuela de cine, al igual que a la chanson (Brel, Brassens, Ferré, Gainsbourg, Moustaki...), una muy importante parte de nuestra educación sentimental, y el primer y acaso único horizonte verdaderamente revolucionario (o eso creíamos): el que nos llevó a leer a Baudelaire, Rimbaud, Ducasse, Bataille... En fin: reminiscencias. Vienen a cuento de que hoy ponen en La 2 la peli Besos robados (otra del 68), la tercera o cuarta entrega de la saga que Truffaut dedicó a su alter ego, Antoine Doinel (Jean-Pierre Leaud), y en la que, no sin un extraño malestar aún indescifrado, tantas veces estuvimos a punto de reconocernos. Qué se fizo...

Los peligros del éxito



Un mirador en la Ribeira Sacra.
(Al hilo de los días). Como hace sólo unas jornadas y por primera vez en mi vida viví un atasco de automóviles en la Ribeira Sacra gallega, una circunstancia que hasta ahora parecía inimaginable o incluso digna de la más atrevida novela de ciencia-ficción, comprendo muy bien la preocupación que crece en la zona entre residentes fijos y temporales, empresarios, autoridades y público en general. La vieja maldición del «morir de éxito» se cierne sobre este rincón privilegiado de nuestra geografía y amenaza con llevarse por delante algunas de las mejores cualidades que lo distinguen: su condición de lugar fuera del mundo, libre de los usos, dependencias y exageraciones urbanos o asimilados que suelen rodear nuestra vida. Es un asunto de no fácil solución pero sobre el que todas las cautelas son pocas antes de que la situación se vaya de las manos. La habitual tendencia a dejar que la inercia sea el único motor de la realidad y esa tremenda miopía que consiste en ordeñar la vaca hasta dejarla exhausta son dos graves riesgos frente a los que no caben medias tintas.

La Concha

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Autor desconocido: Panorámica de la playa de la Concha de San Sebastián.
Por fin llegamos a la playa y el mar nos abrazaba como si fuéramos su perla.
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martes, 20 de agosto de 2019

Matala, en la costa cretense

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La playa de Mátala (Μάταλα), en la parte central del sur de Creta,
vista desde una de las cuevas naturales que abundan en los alrededores.
Foto tomada de una web turística.
A la playa de Matala (o Mátala, según otras transcripciones), en el centro sur de la isla de Creta, llegamos tras una mañana intensa y solitaria entre las ruinas del palacio de Festos, y después de la búsqueda fallida, en días precedentes, del laberinto en Gortys, y con las vivas impresiones de la gran y empinada caminata hacia la cueva donde nació Zeus (Dikteon Antron) aún en nuestros sentidos, y muy particularmente en nuestras piernas. Tras un rápido baño, subimos a las cavernas habitables del farallón y leímos las historias del naufragio del rey Menelao, mientras comprobábamos que, en efecto, allí estaban las huellas de las comunas hippies de los años sesenta —Dylan y Joan Báez, entre ellos— e incluso vimos algún grafiti adornado con flores de sal. De allí, o de las tiendas de Heraklion, trajimos, entre otros recuerdos, la estatuilla de las diosa de las serpientes y la medalla del disco de Festos que desde entonces cuelga de mi cuello. Ahora dicen que el disco, aún indescifrado, probablemente sea una falsificación. Pero, a estas alturas, ¿hay algo que esté libre de una sospecha así? Las cosas nunca son lo que parecen. Nosotros puede que tampoco.
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lunes, 19 de agosto de 2019

Noticias del cerebro

Ilustración de Práctica/El País.
(Lecturas en voz alta). No hay tema científico más apasionante que el de la investigación del funcionamiento del cerebro humano, sin duda el "objeto" más complejo de cuantos conocemos en el universo. Y del que siempre estamos esperando últimas noticias. No hace mucho pasó por Madrid (Fundación Ramón Areces) el neurobiólogo español Rafael Yuste, director del programa Brain. Con gran rigor y claridad expuso el titánico esfuerzo que se está llevando a cabo para intentar avanzar en algo parecido al desciframiento del “mapa cerebral”, inmensamente más complejo que el del genoma. Algunas otras cuestiones reveladoras al respecto se enuncian en este artículo, en especial los recientes cambios producidos en la asignación de las áreas cerebrales a la actividad de ese fenómeno inmediato e imprescindible que es la consciencia: el causante, entre otras cosas, de que yo escriba esto y tú, hipócrita lector, lo estés leyendo, acaso sin saber del todo muy bien qué nos une a los dos (aunque lo barruntemos). Dice Javier Sampedro en un momento de su artículo: «Hay dos campos científicos que aspiran a, o no pueden evitar, competir con los poetas en la interpretación del mundo: la cosmología y la neurología. Tiene toda la lógica. Una buena ecuación sintetiza una inmensa cantidad de datos en un centímetro cuadrado de papel, igual que un buen verso». Fin de la cita. Lo suscribo. En esa tarea estamos empeñados físicos, cosmólogos, neurólogos, biólogos y una caterva de aspirantes a que las palabras puedan ser un día, también, herramientas precisas reveladoras de nuestra verdadera naturaleza y, en suma, proveedoras de respuestas capaces de descifrarnos.

Dueto

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Brillos afantasmados en el Paseo de los Arqueros de Eburia. Foto: AJR, 2017.
                                                                
                                                                  (Para “AdelC”, compañero de juegos,
                                                                  por la obra en marcha).

Posada en la penumbra, la palabra
que busca compartirse es una lumbre
de dos en compañía, una techumbre
contra el frío de ahí fuera. La voz labra
surcos de luz y sombra con la traba-
zón del son si, en el foso o en la cumbre,
el sol de cada día trae una azumbre
para calmar la sed. Y la más brava
memoria de los usos de la Aldea
que llevamos adentro es la caricia
del bucle melancólico y la bruma.
En esta oscuridad o en la pelea
por decir lo imposible, la pericia
no cuenta nada. Y lo demás, espuma.
(Posada en la penumbra, la verdad
es eso que nos dicta la amistad.
Y, verbo al sol, la luz que nos alumbra
es la amistad posada en la penumbra).