viernes, 5 de abril de 2019

Almodovariana ("Amor y gloria")


Almodovar Dolor y gloria

1. Aunque no acaba de convencerme su título, Dolor y gloria, la última película de Almodóvar, que vi el pasado viernes, es una obra memorable. Y con mucha tela que cortar. Cierra, sin duda, un ciclo creativo del cineasta manchego. Y es un buen recuento y subrayado de los aspectos esenciales de su cine, una línea central en la cinematografía española. Lo iremos viendo. A veces hay que rastrear detalles de interés en los lugares más inverosímiles (o no tanto: pero es que son muchos). Aquí una prueba.


La imagen puede contener: 3 personas, personas sonriendo, personas sentadas2. Parece indiscutible que Pedro Almodóvar es un gran director de actrices, hasta el punto de que lo de ser una «chica Almodóvar» puede considerarse uno de los anhelos más extendidos entre las cómicas, comediantas y trágicas españolas. Entre las más destacadas, quizás sólo Maribel Verdú no ha trabajado nunca con él. En Dolor y gloria también se pone de manifiesto esta característica, y ahí están, entre otras, Penélope Cruz, con su habitual solvencia, y especialmente Julieta Serrano, que da vida a algunos de los momentos más emotivos y creíbles de la cinta. 
Pero más notable aún en ella es la dirección de actores. El alto voltaje del trío interpretativo compuesto por Antonio Banderas, Leonardo Sbaraglia y un revelador Asier Etxeandía, en el que probablemente sea su trabajo más completo en la gran pantalla, es una de las mejores bazas de la película y la clave de la verosimilitud de la historia de pasión y memoria, heridas y supervivencia, que nos cuenta. Si se exceptúan, en lo verosímil, los tratos con la heroína (caballo), cuyos manejos y trapicheos, a decir de los entendidos, resultan más bien risibles.

El trabajo de Banderas, pese a que el actor no parece encontrarse en su mejor momento, se mueve en el difícil equilibrio de recordar claramente la gestualidad e incluso el carácter de su referente (el propio Almodóvar) sin caer en mimetismos vacuos o patéticos. Su “duelo” con el infinitamente sensible Sbaraglia (cuánta emoción es capaz de transmitir sólo con su forma de mirar) es un momento muy poderoso del filme, y en parte evoca el inolvidable dúo de Ricardo Darín y Javier Cámara en Truman.


No hay que olvidar tampoco el notable trabajo del niño Asier Flores, que tiene un peso específico fundamental en todo el armazón narrativo de la poderosa y valiente autoficción que es Dolor y gloria.




3. Una de las escenas más luminosas de la película Dolor y gloria, cargada de referencias biográficas para varias generaciones aún supervivientes y con un indudable valor mitológico, es el de las lavanderas. Suena en ella (aunque muy brevemente, para mi gusto) una versión de A tu vera, cantada a dúo por Penélope Cruz y Rosalía, quien también tiene una fugaz aparición en la escena. Estas imágenes del rodaje tienen valor por sí mismas y ponen de relieve una envidiable complicidad.

4. La crítica de J.A. Montano sobre Dolor y gloria me ha sabido a poco. Pero suscribo todo lo que dice. Y añado (aprovechando la respuesta improvisada a un comentario de Alfonso González Calero) que este film entronca con el mundo familiar e iniciático de Volver, recupera con sobriedad las cuestiones de fondo de La buena educación e indaga en el sentido íntimo de La ley del deseo y Todo sobre mi madre, sin patetismo exhibicionista ni autocompasión. Al final, nos ofrece un autorretrato valiente y bien hilado, con momentos de mucha intensidad: en la recreación de la luz de la infancia, en el regreso del amante, en el monólogo del amigo actor, en la relación final con la madre..., y con un desenlace de gran inteligencia y belleza. ¿La mejor película del director manchego? Una de ellas, sin duda. Quiero, no obstante, ser optimista: Almodóvar aún tiene dentro una obra mayor... Confiemos.



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5. M llamó mucho la atención el que Almodóvar vinculara la intención de fondo de Dolor y gloria con Arrebato, la inimitable película de Iván Zulueta. Creo que sus palabras al respecto son dignas de meditación. En esta entrevista, tan interesante, alude a ello. Y habla de otras muchas cosas. Pocas veces un director ha sido tan explícito y “abundoso” respecto a su trabajo.

6. Jabois sobre «Dolor y gloria». Con su probada habilidad para identificar metáforas esenciales, esa valiosa herencia, tal vez, del “mestre” Cunqueiro.

Adiós a Alberto Cortez



(Resonancias). Vidas extrañas, porque son las nuestras. Diría que Alberto Cortez pertenece a otra realidad, sin duda otro tiempo. Se me hizo ayer difícil creer, asumir como algo actual, la noticia de su muerte. Casi tan extraño como descubrir, de pronto, que aún estaba vivo. Siempre oí en sus canciones, que hace mucho que no escucho, la voz inconfundible de la lengua de Martín Fierro. Puede que sea el primer “cantautor” del que tengo memoria, el que inauguró esa palabra. Quizás junto a Cafrune. Y extrañamente asociado —ya me gustaría saber por qué— a la imagen de aquel jovencillo “cantante melódico” español del que ya nadie se acuerda y que se llamaba simplemente Valen. Descanse en paz.

4 x 4, mito

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Wifredo Lam: La Jungla, 1943. MoMA, Nueva York


A   M  O  R
M   I   D  E

O   D  I   N
R   E   N  O

jueves, 4 de abril de 2019

Hablarle a Borges (17)

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Borges, el mundo y las sombras. Foto de autor desconocido.
(Hablarle a Borges, 59). Dicen que Borges dijo o escribió: «En la palabra “noche” podemos conjeturar que en el principio significaba la noche misma: su oscuridad, sus amenazas, las estrellas radiantes». 
Y, bajo ese doble influjo (Borges, la noche, o viceversa), se me ocurre: «Puede que también desde el origen estuviera presente, en medio de la noche, la intuición del sol que, si bien se mira, con su ausencia pendular, es el que la hace posible. Y, claro, el sol de medianoche, ese curioso fenómeno astral, estacional y anímico».

La imagen puede contener: 3 personas, personas de pie
 Borges paseando por la calle Maipú de
Buenos Aires, del brazo de Rodolfo Braceli,
novelista y periodista argentino.
(Hablarle a Borges, 60). Dicen que Borges dijo o escribió: «Nuestra cobardía y nuestra desidia tienen la culpa de que el mañana y el ayer sean iguales».
Y, tras darle una vuelta, se me ocurre: «Valentía es pues lo que necesitamos para construir de forma distinta el presente. Y diligencia... ¡para fugarnos de él!».

La imagen puede contener: una persona, primer plano
 Borges durante la entrevista que le hizo Soler Serrano
en el programa A fondo (12.09.1976). 
(Hablarle a Borges, 61). Dicen que Borges dijo o escribió: «Claro que creo en los sueños. Soñar es esencial, puede ser la única cosa real que exista».
Y se me ocurre, a modo de apostilla: «Toda fe es onírica. De modo que creer en los sueños es un ejercicio estricto de lógica. Darle al soñar la preeminencia de lo real, en cambio, no creo que pase de conjetura. Aunque quién sabe, ripio mediante, si Calderón no tendría razón... y los sueños sueños son».

Épica

No hay ninguna descripción de la foto disponible.
 «Los ángeles atacan la Torre de Babel». Libro de Horas de Bedford, París, h. 1410-1430.
Londres, British Library, Ms. Add. 18850, fol. 17v. 
Foto: © British Library.
Torre del alma. De eso, más o menos, se trata. Poder ir arriba y abajo. De abajo hacia arriba. Y tratar de ver desde el almena.
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Imagen utilizada para la portada de Géneros literarios, núm, 34 de la Colección Temas Clave, 
de Salvat, publicado en 1981.

miércoles, 3 de abril de 2019

Los charlatanes

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Giovanni Domenico Tiepolo: El charlatán, 1754-1755. Louvre, París.
Con la llegada del buen tiempo solían venir más a menudo a la plazuela los charlatanes. Bajaban la puerta trasera de su camionetilla y, a grito pelado, comenzaban el prolijo pregón de sus mercancías: mantas, vestidos y otras ropas, cachivaches de cocina, artilugios de curiosa utilidad, artefactos nunca vistos, productos extraños. Yo me quedaba embobado escuchando sus argumentos, las retahílas persuasivas, los golpes de efectos encaminados a convencer a los vecinos que nos habíamos ido reuniendo de que nuestra vida hasta entonces poco menos que carecía de sentido y que aquella compra garantizaba la felicidad eterna. Me quedé, sin embargo, con las ganas de ver en acción a algún vendedor del famoso crecepelo, un clásico del gremio sobre cuya facundia contaban maravillas. Pero me tuve que contentar con contemplar sus habilidades en alguna película del Oeste. Aún lo hago.
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martes, 2 de abril de 2019

Duelo en la alta Feria (inicio)

El bosque de conexiones y correspondencias que es el mundo tiene sus propias leyes, y la consciencia, mientra dure, lo único que puede hacer es tratar de apreciarlas en lo que valen y, si viene al caso, dar cuenta y hacer el cuento de ellas. Esta mañana regresaba, después de más de dos años y medio, al lugar donde una vez le robé algunas fotos al escritor Rafael Sánchez Ferlosio, llevado de la pura e increíble fascinación de tenerlo durante un buen rato sentado delante de mí, con su bastón, sus periódicos y su lupa, en la sala de espera de la consulta del traumatólogo. La escena devino (sin grado alcohólico alguno) ya por completo mágica cuando al poco fue a aposentarse a su lado otra presunta paciente, pero no cualquiera, sino una especie de reencarnación de una madura princesa egipcia, suponiendo que no fuera la propia Nefertiti en la carne mortal de su edad ulterior. La existencia de imágenes del momento no me dejan fantasear demasiado sobre él. Tampoco olvidarlo.

En el regreso de hoy, de forma inevitable (supongo) he recordado esa escena, antes de saludar a Fernando, el fisioterapeuta, y ponerme en sus manos para ver de remediar algunas goteras óseas. Al terminar la sesión, una hora más tarde, y tras recuperar el teléfono móvil que había dejado cargando en casa, lo primero que vi fue un mensaje enviado desde Wilmington, Delaware, USA, en el que mi sobrino Nando me enviaba un enlace de El País con la noticia de la muerte del escritor. Triste, inesperada noticia, aunque no inesperable. Como la Posada está a muy pocos metros de la casa del autor de Alfanhuí y a menos aún de «El Universo», el bar restaurante que frecuentaba, para allá que me fui a ver qué pasaba. No había nadie delante del portal de su casa, aunque sí un equipo de grabación de la Agencia EFE, peleándose con una pintoresca vecina, bien anillada y tatuada, que les estaba diciendo que «si me seguís grabando, me voy a liar a hostias»... Terminé hablando con la joven periodista del micrófono que, al contarle algunas anécdotas, me pidió grabarme, y así lo hicimos. Brevemente contesté a sus preguntas y mostré lo mejor que pude mi entusiasmo.  Entré después en el bar, muy concurrido por la clientela habitual, y me tomé un ribera del Duero, con un claro brindis, al tiempo que sondeé a la camarera, que me dijo que la semana anterior don Rafael había ido a comer todos los días al lugar y que el sábado, como siempre, había tenido su tertulia. Al parecer a eso de las tres de la mañana comenzó a sentir mareos y a vomitar y fue llevado a las urgencias de la clínica de La Moncloa donde falleció a las nueve de la mañana, según informó su editorial.  Yo me puse a recordar....