(Resonancias). Vidas extrañas, porque son las nuestras. Diría que Alberto Cortez pertenece a otra realidad, sin duda otro tiempo. Se me hizo ayer difícil creer, asumir como algo actual, la noticia de su muerte. Casi tan extraño como descubrir, de pronto, que aún estaba vivo. Siempre oí en sus canciones, que hace mucho que no escucho, la voz inconfundible de la lengua de Martín Fierro. Puede que sea el primer “cantautor” del que tengo memoria, el que inauguró esa palabra. Quizás junto a Cafrune. Y extrañamente asociado —ya me gustaría saber por qué— a la imagen de aquel jovencillo “cantante melódico” español del que ya nadie se acuerda y que se llamaba simplemente Valen. Descanse en paz.
viernes, 5 de abril de 2019
Adiós a Alberto Cortez
(Resonancias). Vidas extrañas, porque son las nuestras. Diría que Alberto Cortez pertenece a otra realidad, sin duda otro tiempo. Se me hizo ayer difícil creer, asumir como algo actual, la noticia de su muerte. Casi tan extraño como descubrir, de pronto, que aún estaba vivo. Siempre oí en sus canciones, que hace mucho que no escucho, la voz inconfundible de la lengua de Martín Fierro. Puede que sea el primer “cantautor” del que tengo memoria, el que inauguró esa palabra. Quizás junto a Cafrune. Y extrañamente asociado —ya me gustaría saber por qué— a la imagen de aquel jovencillo “cantante melódico” español del que ya nadie se acuerda y que se llamaba simplemente Valen. Descanse en paz.
jueves, 4 de abril de 2019
Hablarle a Borges (17)
Borges, el mundo y las sombras. Foto de autor desconocido. |
(Hablarle a Borges, 59). Dicen que Borges dijo o escribió: «En la palabra “noche” podemos conjeturar que en el principio significaba la noche misma: su oscuridad, sus amenazas, las estrellas radiantes».
Y, bajo ese doble influjo (Borges, la noche, o viceversa), se me ocurre: «Puede que también desde el origen estuviera presente, en medio de la noche, la intuición del sol que, si bien se mira, con su ausencia pendular, es el que la hace posible. Y, claro, el sol de medianoche, ese curioso fenómeno astral, estacional y anímico».
Y, bajo ese doble influjo (Borges, la noche, o viceversa), se me ocurre: «Puede que también desde el origen estuviera presente, en medio de la noche, la intuición del sol que, si bien se mira, con su ausencia pendular, es el que la hace posible. Y, claro, el sol de medianoche, ese curioso fenómeno astral, estacional y anímico».
Borges paseando por la calle Maipú de Buenos Aires, del brazo de Rodolfo Braceli, novelista y periodista argentino. |
(Hablarle a Borges, 60). Dicen que Borges dijo o escribió: «Nuestra cobardía y nuestra desidia tienen la culpa de que el mañana y el ayer sean iguales».
Y, tras darle una vuelta, se me ocurre: «Valentía es pues lo que necesitamos para construir de forma distinta el presente. Y diligencia... ¡para fugarnos de él!». Borges durante la entrevista que le hizo Soler Serrano en el programa A fondo (12.09.1976). |
Y se me ocurre, a modo de apostilla: «Toda fe es onírica. De modo que creer en los sueños es un ejercicio estricto de lógica. Darle al soñar la preeminencia de lo real, en cambio, no creo que pase de conjetura. Aunque quién sabe, ripio mediante, si Calderón no tendría razón... y los sueños sueños son».
Épica
«Los ángeles atacan la Torre de Babel». Libro de Horas de Bedford, París, h. 1410-1430. Londres, British Library, Ms. Add. 18850, fol. 17v. Foto: © British Library. |
Torre del alma. De eso, más o menos, se trata. Poder ir arriba y abajo. De abajo hacia arriba. Y tratar de ver desde el almena.
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Imagen utilizada para la portada de Géneros literarios, núm, 34 de la Colección Temas Clave,
de Salvat, publicado en 1981.
miércoles, 3 de abril de 2019
Los charlatanes
Giovanni Domenico Tiepolo: El charlatán, 1754-1755. Louvre, París. |
Con la llegada del buen tiempo solían venir más a menudo a la plazuela los charlatanes. Bajaban la puerta trasera de su camionetilla y, a grito pelado, comenzaban el prolijo pregón de sus mercancías: mantas, vestidos y otras ropas, cachivaches de cocina, artilugios de curiosa utilidad, artefactos nunca vistos, productos extraños. Yo me quedaba embobado escuchando sus argumentos, las retahílas persuasivas, los golpes de efectos encaminados a convencer a los vecinos que nos habíamos ido reuniendo de que nuestra vida hasta entonces poco menos que carecía de sentido y que aquella compra garantizaba la felicidad eterna. Me quedé, sin embargo, con las ganas de ver en acción a algún vendedor del famoso crecepelo, un clásico del gremio sobre cuya facundia contaban maravillas. Pero me tuve que contentar con contemplar sus habilidades en alguna película del Oeste. Aún lo hago.
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martes, 2 de abril de 2019
Duelo en la alta Feria (inicio)
El bosque de conexiones y correspondencias que es el mundo tiene sus propias leyes, y la consciencia, mientra dure, lo único que puede hacer es tratar de apreciarlas en lo que valen y, si viene al caso, dar cuenta y hacer el cuento de ellas. Esta mañana regresaba, después de más de dos años y medio, al lugar donde una vez le robé algunas fotos al escritor Rafael Sánchez Ferlosio, llevado de la pura e increíble fascinación de tenerlo durante un buen rato sentado delante de mí, con su bastón, sus periódicos y su lupa, en la sala de espera de la consulta del traumatólogo. La escena devino (sin grado alcohólico alguno) ya por completo mágica cuando al poco fue a aposentarse a su lado otra presunta paciente, pero no cualquiera, sino una especie de reencarnación de una madura princesa egipcia, suponiendo que no fuera la propia Nefertiti en la carne mortal de su edad ulterior. La existencia de imágenes del momento no me dejan fantasear demasiado sobre él. Tampoco olvidarlo.
En el regreso de hoy, de forma inevitable (supongo) he recordado esa escena, antes de saludar a Fernando, el fisioterapeuta, y ponerme en sus manos para ver de remediar algunas goteras óseas. Al terminar la sesión, una hora más tarde, y tras recuperar el teléfono móvil que había dejado cargando en casa, lo primero que vi fue un mensaje enviado desde Wilmington, Delaware, USA, en el que mi sobrino Nando me enviaba un enlace de El País con la noticia de la muerte del escritor. Triste, inesperada noticia, aunque no inesperable. Como la Posada está a muy pocos metros de la casa del autor de Alfanhuí y a menos aún de «El Universo», el bar restaurante que frecuentaba, para allá que me fui a ver qué pasaba. No había nadie delante del portal de su casa, aunque sí un equipo de grabación de la Agencia EFE, peleándose con una pintoresca vecina, bien anillada y tatuada, que les estaba diciendo que «si me seguís grabando, me voy a liar a hostias»... Terminé hablando con la joven periodista del micrófono que, al contarle algunas anécdotas, me pidió grabarme, y así lo hicimos. Brevemente contesté a sus preguntas y mostré lo mejor que pude mi entusiasmo. Entré después en el bar, muy concurrido por la clientela habitual, y me tomé un ribera del Duero, con un claro brindis, al tiempo que sondeé a la camarera, que me dijo que la semana anterior don Rafael había ido a comer todos los días al lugar y que el sábado, como siempre, había tenido su tertulia. Al parecer a eso de las tres de la mañana comenzó a sentir mareos y a vomitar y fue llevado a las urgencias de la clínica de La Moncloa donde falleció a las nueve de la mañana, según informó su editorial. Yo me puse a recordar....
En el regreso de hoy, de forma inevitable (supongo) he recordado esa escena, antes de saludar a Fernando, el fisioterapeuta, y ponerme en sus manos para ver de remediar algunas goteras óseas. Al terminar la sesión, una hora más tarde, y tras recuperar el teléfono móvil que había dejado cargando en casa, lo primero que vi fue un mensaje enviado desde Wilmington, Delaware, USA, en el que mi sobrino Nando me enviaba un enlace de El País con la noticia de la muerte del escritor. Triste, inesperada noticia, aunque no inesperable. Como la Posada está a muy pocos metros de la casa del autor de Alfanhuí y a menos aún de «El Universo», el bar restaurante que frecuentaba, para allá que me fui a ver qué pasaba. No había nadie delante del portal de su casa, aunque sí un equipo de grabación de la Agencia EFE, peleándose con una pintoresca vecina, bien anillada y tatuada, que les estaba diciendo que «si me seguís grabando, me voy a liar a hostias»... Terminé hablando con la joven periodista del micrófono que, al contarle algunas anécdotas, me pidió grabarme, y así lo hicimos. Brevemente contesté a sus preguntas y mostré lo mejor que pude mi entusiasmo. Entré después en el bar, muy concurrido por la clientela habitual, y me tomé un ribera del Duero, con un claro brindis, al tiempo que sondeé a la camarera, que me dijo que la semana anterior don Rafael había ido a comer todos los días al lugar y que el sábado, como siempre, había tenido su tertulia. Al parecer a eso de las tres de la mañana comenzó a sentir mareos y a vomitar y fue llevado a las urgencias de la clínica de La Moncloa donde falleció a las nueve de la mañana, según informó su editorial. Yo me puse a recordar....
Volviendo al principio: Epitaph
(Audiciones y Visiones en voz alta). King Crimson cumple 50 años. Hace ahora 10, el 2 de abril de 2009, incluí en la segunda entrada de este blog, esta canción acompañada de un breve comentario: «En la corte del Rey Escarlata. Pocas canciones me trasladan de una forma tan poderosa a cierta época de mi juventud como este Epitaph de King Crimson. Siempre que vuelvo a escucharlo, oigo la esbelta voz de Ramiro, un amigo de entonces [hacia 1977], cantando con mucho entusiasmo por los alrededores de la Plaza Mayor de Madrid, mientras paseábamos en busca de un poco de diversión...»
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