domingo, 25 de noviembre de 2018

Edición genética


(Leído en voz alta). Pudiera ser, como ya ha ocurrido otras veces, un «postureo cientifista» en esa carrera por llegar antes que nadie a la posthumanidad. Pero lo que también parece obvio es que, si no se ha producido, no tardará en producirse esta aplicación de la edición genética para crear humanos sin previsibles "taras" previas, quién sabe si también a la carta. El asunto tiene tan graves implicaciones, que extraña que no sea una cuestión situada en el centro del debate social. Aunque, claro, es muy difícil saber de lo que se está hablando realmente en un tema que queda, además de para expertos de muy alta cualificación, reservado para decisiones que no parece que sea posible tomar de cara a la opinión pública. Y sin embargo... Son tantas las dudas que me asaltan leyendo esta y otras informaciones similares que, honradamente, lo único que puedo decir es que me parece necesario leerlas y, sobre todo, tratar de entenderlas. Y en esas estamos.

Estilo según la RAE



(Leído en voz alta). Sin haberlo podido examinar, me parece una buena noticia la publicación de este Libro de estilo de la lengua española, avalado por la Real Academia de la Lengua, aunque sin carácter normativo. Su objetivo es poner una herramienta de edición útil al alcance de los "escritores digitales", de cara a fomentar un uso del idioma no sólo correcto sino adecuado a las peculiaridades y exigencias comunicativas derivadas de las nuevas tecnologías. 
En la línea, es de suponer, de la admirable tarea que viene realizando la Fundación del Español Urgente (Fundéu) y en sintonía, es de esperar, con obras clásicas de la materia, como son los libros de estilo de El País o de la Agencia Efe, esta nueva obra, editada por Espasa, debería servir para reducir la creciente falta de exigencia que se viene observando en el uso del idioma, incluso por parte de medios de reconocido prestigio. Sería de desear, también, que la obra estuviera cuanto antes disponible en la Red, de modo que su consulta fuera lo más cómoda posible y de forma acorde con los nuevos usos sobre los que trata.

El retorno

No hay texto alternativo automático disponible.
Twins Seven Seven: View Obatala Priest in the Shrine, 1978.
Zurcía y xerografiaba Walterio viejos unicornios tan sabiamente retratados que parecían obsesivos ñúes númidas midiendo los kilómetros jubilosos, incluso haciendo gráciles figuraciones en desiertos casi bosquimanos antiquísimos.
(Criatura alfabética puramente imaginaria; se la debía a Paco Caro).

sábado, 24 de noviembre de 2018

Pellicena, el eco de un apellido

José Luis Pellicena (foto tomada de aquí).
(Lecturas en voz alta). Como dijo alguien, también fallecido, cada día se muere gente que no se había muerto nunca. Y aunque sea ley de vida, es imposible acostumbrarse. Hoy (en realidad hace dos días, pero acabo de enterarme) le ha tocado el turno a José Luis Pellicena, a los 85, y la noticia me produce un salto hacia ese vacío extenso que engendra cierta dimensión de la memoria que ya parece pertenecer a otro, de tan lejana y hasta legendaria como nos resulta. Pellicena es un nombre y una voz asociados para mí, a la vez, al descubrimiento del teatro de calidad (a través de la tele, en especial el inolvidable Estudio 1, aunque no sólo) y a la literatura de “intriga y misterio”, por medio también de algunas series míticas de televisión, en las que Pellicena tuvo un papel importante, y, casi simultáneamente, a menudo en connivencia, por la lectura de las “narraciones extraordinarias” de Poe, una de las primeras y más intensas revelaciones que recuerdo haber tenido del valor de la escritura como experiencia capaz de trascender el mundo. Pues bien, el sólo nombre “Pellicena”, como también “Dicenta”, “Rodero”, “Bódalo”, “Merlo” o “Sala” o “Gutiérrez Caba”, por decir los primeros que se me vienen a la cabeza, configuran en mis recuerdos una especie de panteón de sensaciones y descubrimientos irreemplazables, y de naturaleza, si no inmortal, sí en cierto modo imperecedera, al menos mientras mi memoria sea capaz de avivarse y por más que las necrológicas de los periódicos se empeñen en recordarnos, cada día, por quién doblan las campanas. Esta tarde buscaré en Internet —esa memoria auxiliar casi milagrosa— algunas escenas de aquel tiempo. Y volver a verlas, en homenaje a los que ya no están, será una forma imaginaria pero también consoladora de hacerle un inútil pero consciente corte de mangas a la Gran Tramposa que siempre juega con las cartas marcadas. Amén. O «Ansi soit-il», que un poco antes de por aquel entonces nos había enseñado a decir Père Ignace.

La decisión

Carl Spitzweg: Der Bücherwurm («El ratón de biblioteca»), 1850. 
Museo Georg Schäfer, Schweinfurt, Alemania.
Cuando comprendió que no iba a poder leerlo todo comenzó a desleír los libros en el té de media tarde. A uno por día, a veces uno y medio, tal vez llegara a tiempo para cuando sobreviniera el momento de la siguiente reencarnación.
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viernes, 23 de noviembre de 2018

Teléfono borroso

The Guilty: la borrosa realidad a través del teléfono.

(Visiones en voz alta). The Guilty, que vi anoche en la sesión de preestreno, es una muy buena película hecha con escasos medios y, en mi opinión, mucho más directamente relacionada con la problemática realidad actual que lo que aparenta su envoltorio de thriller tenso y eficazmente llevado. Y es que su tema en el fondo —bajo una forma tan evidente que acaso lo oculta— no es otro que el de los errores a que puede dar lugar la comunicación telefónica, y más aún, el inmenso problema de interpretación y discernimiento en que está cayendo un mundo en el que ya casi todo pasa, de uno u otro modo, por el teléfono: sí, este aparato en el que estoy escribiendo estas líneas, muy probablemente el mismo en el que tú, usted o vuesa merced las está leyendo, quién sabe si con el dedo ya “pensando” en otra cosa. Es lo que hay.

El invisible (p)

José Gutiérrez Solana: Máscaras, 1938.
«El .uto invisible, siem.re .rocurando .er.etrar la forma de mostrar sus .ústulas y dis.uesto siem.re a .resentarse en .úblico sin la más .equeña .iltrafilla que ta.e su .inga .rocaz y .ordosiera», iban canturreando los trasnochadores ya de retirada.
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