sábado, 26 de mayo de 2018

Sangre sabia y savia

El arbol de la vida rojo
Anna Maria Díaz Pérez: El árbol de la vida rojo. Tomado de aquí. 

La sangre es savia y sabia.
Sangre es sabia y la savia.
Es savia y la sabia sangre.
Sabia y es sangre la savia.
Y es sangre sabia la savia.
Sabia savia y es la sangre.

Revuelos

Piet Mondrian: Granja cerca de Duivendrecht, 1916.
Saber lo que estaba pasando no era nada fácil. Y todas las conjeturas tenían algo de golondrinas que regresan al alero de una casa no sólo vacía sino abandonada.
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viernes, 25 de mayo de 2018

Non serviam (3)

Vieja cacharrería en Madrid. Foto ©️AJR, 2018.

El soneto se mira en el espejo
y se ve, como todos, las arrugas:
ese mal puesto acento o esta fuga
del consonante vista desde lejos.

Qué viejos son los huesos del más viejo
paladín de los ritmos. Cuando enjugas
el sudor de su rostro, en la verruga
de su nariz se estrella tu entrecejo.

Y si te fijas bien, en su casaca
y en la pollera colorá que viste
hay lamparones y torpes remiendos.

Pero no importa. Con la luz opaca
de aqueste atardecer son menos tristes
el cruel zoom de su son y su eco hueco.

El señor presidente

No hay texto alternativo automático disponible.
Alberto Gironella: La mueca verde, ilustración para Tirano Banderas,
Galaxia Gutenberg, 1990.
«¡Alumbra, lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre, sobre la podredumbre», leyó. Y luego rompió a llorar a carcajadas.
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jueves, 24 de mayo de 2018

Babel (y 13)

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Fernand Léger: Los constructores, 1950. 
Musée National Fernand Léger, Biot Francia.
Etemenanki

Cuando los matices comenzaron a perderse en la confusión de lenguas y con la imposibilidad de las traducciones, el mundo dejó de ser nombrable y, en puridad, las personas comenzaron a no tener ninguna posibilidad de comprobar si sabían de qué hablaban. Y hasta hoy.

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miércoles, 23 de mayo de 2018

Roth se vuelve espectro

Roth posa con la ciudad de Nueva York de fondo.
Philip Roth, con Nueva York al fondo. Foto tomada de aquí.
Ahora que al novelista Philip Roth acaba de aparecérsele, de forma acaso definitiva, el espectro, es inevitable recordar que tal vez sea el penúltimo novelista al que he leído con la vieja pasión del «lector de novelas» que alguna vez fui. Recuerdo bien el deslumbramiento que me produjo su Visita al maestro, aquella novela de aprendizaje (bildungsroman es el término exacto) que, en cierto modo, me sirvió para rescatar sensaciones parecidas y puestas al día de lo que había sentido leyendo a Herman Hesse o incluso al primer Musil. Nathan Zuckermann, el álter ego literario del autor, comparecía allí por primera vez y logró interesarme y enredarme en sus ocupaciones y proyectos como si fuera una parte de mí mismo.  

Tras algún interregno borroso, otro aldabonazo fue La mancha humana, a la que llegué encandilado por la interpretación de Anthony Hopkins en la película homónima. Esta obra, que hoy bien puede considerarse una «crónica del ominoso futuro», me despertó el interés por la producción última del escritor, con su marcada preferencia por la peripecia erótica, entreverada con los contratiempos de la enfermedad y la decadencia corporal. Seguí este verdadero elogio del deseo, envidiable en muchos sentidos, también algo cargante en otros, a través de títulos como El animal moribundo, Elegía o Sale el espectro, la última obra de Roth que recuerdo haber leído completa, tras un intento fallido con Némesis (tal vez, como homenaje, retome esta última ahora..., si no interfieren las lecturas de lecturas de otros lectores más fieles y atentos, como Juan Gracia Armendáriz, uno de los más notables Rothistas confesos que conozco: curiosamente su Diario del hombre pálido, cuyas entregas llegaban puntualmente a mi ordenador los viernes, no sé bien por qué está asociado a la narrativa del autor estadounidense). 

Para resumir mi «experiencia Roth», muy limitada pero significativa en mi memoria de lector, he de destacar su maestría para novelar como el que escribe memorias, mezclando con pasmosa habilidad datos biográficos, lecturas, conjeturas y deseos, hasta dar con una variante personal y reconocible de esa forma imaginaria de contar la vida real que tal vez sea el torreón desde el que la novela moderna, como género siempre en peligro de extinción, pero finalmente resistente, sigue presente entre nosotros y sobrevive como algo más que un mero entretenimiento. Más o menos. 

Y luego están los otros Roth y los grandes equívocos sin importancia.

Marquesina

La imagen puede contener: exterior
Claude Monet: La Gare Saint Lazare, 1877. Musée d’Orsay, París.
Por las raíles de la noche siempre llego a la Estación Termini. A veces ya no queda nadie. Ni siquiera es seguro que haya un reloj.
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