martes, 3 de abril de 2018

Rosetón

La imagen puede contener: noche
Rosetón gótico-mudéjar de la Colegiata de Santa María la Mayor, Talavera de la Reina. AJR, 2018

Faro en la noche:

la rosa de los vientos
con la luz dentro.

lunes, 2 de abril de 2018

Procesión

La imagen puede contener: cielo y exterior
Anónimo eburiense: El mástil de la luna. 2018. Col. particular.
«Y al final, ¿quieres vela o no quieres vela?», oyó que le decía el apresurado caminante a su oíslo bajo el Arco de San Pedro.
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domingo, 1 de abril de 2018

Gesto

La imagen puede contener: una persona, sentada
Caravaggio: Cena in Emmaus, 1606. Pinacoteca de Brera, Milán.
«Et antiquum documentum novo cedat ritui...», cantaba el coro de juerguistas en la estancia de al lado. Entonces él hizo ese gesto y en ese instante lo reconocimos y pudimos desenmascararlo.
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sábado, 31 de marzo de 2018

Babel (3)

La imagen puede contener: exterior
(Atribuido a) Tobías Verhaecht: La Torre de Babel, s. XVII.
Trama
Aquí todo ocurre en el lenguaje, pero nosotros cavamos la fosa de Babel.
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viernes, 30 de marzo de 2018

Non serviam (2)

La imagen puede contener: exterior
«Letra inscrita en la sombra», Parque del Retiro, Madrid. ©️AJR, 2018
En la rutina del renglón reglado
y entre el runrún del torque coercitivo
—eso que algunos llaman «el cautivo
modo de ser más libre»—, voy de lado
a lado del poema, y a él le imploro,
rota la rima previsible, un hueco
por el que deslizar, junto al muñeco
del ventrílocuo loco, un polvo de oro.
El juego de las voces es a veces,
entre tanta tantálica armonía,
una apuesta perdida de antemano.
Hay que apurar el cáliz. Y en las heces,
con sus taninos óxidos y su melancolía,
es preciso escrutar lo que a trasmano
del poema-corsé quedan diciendo
los ecos que al oírse se van yendo.


(En Madrid, a 20 de marzo y martes, primer día, dicen, de la primavera de 2018)

Anécdota

La imagen puede contener: una persona, de pie, cielo y exterior
Jean-Antoine Watteau: Le Savoyard et la marmotte o La Marmotte, 1716.
Museo del Hermitage, San Petersburgo.
Al llegar esos días echaba de menos las viejas historias que ya sólo son gestos sin sentido.
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jueves, 29 de marzo de 2018

Semana Santa

(Visiones y, sobre todo, audiciones en voz alta, 41 y 18). Reconozco —incluso confieso— que la Semana Santa, con mayúsculas o en caja baja, siempre me pone en una situación emocional contradictoria. Es difícil sustraerse, de forma racional, al rechazo del aroma, incluso tufo, de oscurantismo y fervor fanatizado que transmite una parte no insignificante de los miles de ritos que recorren estos días la piel de toro y sus profundos pliegues. O al intenso desagrado, casi malestar físico, que me provocan la exaltación histérica del dolor y la apología del sufrimiento, tan presentes en muchas aún bárbaras costumbres dizque piadosas que estos días se exhiben aquí y allá. Y, sin embargo, me emocionan hasta las lágrimas otras muchas prácticas compartidas de estos días, cuya liturgia, vivida intensamente desde dentro en los años en que las creencias católicas eran el eje ideológico y sentimental de mi vida, siempre me han resultado gratificantes, por la indudable belleza que muchas de ellas encierran: plasticidad, sonoridad, elegancia, recogimiento, explosión sensual. En fin, un asunto al que debería dedicarle una más pausada reflexión (ya lo he hecho otras veces), porque me parece que toca de lleno la médula de la posible coherencia consciente que debemos exigirnos para poder vivir sin imposturas.
En todo caso, uno de los muy diversos testimonios que me liberan de la incomodidad de estas conjeturas es la evocación de la figura de Luis Buñuel, aquel grandísimo «ateo por la gracia de Dios», aporreando con plena entrega el tambor en «la rompida de la hora de Calanda», uno de esos ritos que añaden al sabor y la excitación primaveral de estos días un plus de ritmo vivificante, lleno de emociones y gracia estética, al que ni quiero ni puedo sustraerme. Del mismo modo que no puedo dejar de sentir el fervor real de, pongamos por ejemplo reciente, una misa de Mozart, por más que sus “literalidades” puede que estén en las antípodas —aunque es admirable lo cerca que a veces suele estar todo— de mi actual sentir y pensar.