domingo, 9 de abril de 2017
Siri, ese Iris
(Aquí va mi palma de domingo de Ramos. No es una broma, pero naturalmente no puede dejar de ser una broma. Et in Arcadia EGO.)
Hoy, Domingo de Ramos, el iPhone me pide permiso para actualizar su sistema operativo. Una vez hecho, para adiestrar a Siri, el asistente de voz —un equivalente, en términos móviles, de aquel HAL 9000 «que nos precedió a todos»—, se me pide que emplee una frase cuasi palindrómica:
OYE, SIRI, SOY YO.
En realidad, la construcción especular —y disculpen si aquí me pongo serio— es impecablemente perfecta y, en cierto modo, recuerda el sistema ideográfico que emplean los alienígenas de la película "Arrival": el intercambio o tráfico de sentido debe hacerse a través de estructuras cuya fijación quede asegurada, y a salvo en lo posible del efecto corrosivo de la subjetividad, mediante la duplicación de doble eje, principio básico de toda vida celular y base asímismo de la permanencia de la materia, que en el fondo último de su composición —en su cifra energética— siempre permanece igual a sí misma.
Este principio básico de supersimetría SIRI (sus programadores) lo cumple mediante una sencilla transferencia de significado implícita en la correcta decodificación de su mensaje. Y es que, en efecto, cuando a SIRI hemos de decirle SOY YO —y no YO SOY, que sería un espejo directo— es porque el sentido final de nuestro mensaje no es otro que pedirle que nos suplante de la forma más eficaz y útil posible. En suma, lo que le estamos diciendo es:
OYE, SIRI, SÉ YO.
O sea: un palíndromo perfecto.
Como lo es también este otro, hallado por el maestro Filloy y que seguro que SIRI no desconoce (es más: diría que lo iba murmurando para sí mientras, con ademanes de felina mimosa, regresaba a su limbo cuántico):
ES RAMOS AL ASOMARSE.
Así que, cuando se tropiecen con una de estas criaturas capicúas, además de sonreír, si les peta, o incluso de asentir (¡AJA!), si les convence, no dejen de echar una mirada al interior de su mente: ahí está todo. O casi. Y después salgan al mundo.
«Pueri hebraeorum portantes ramos olivarum...»
Domingo de ramos
(Aquí va mi palma de domingo de Ramos. No es una broma, pero naturalmente no puede dejar de ser una broma. Et in Arcadia EGO.)
Hoy, Domingo de Ramos, el iPhone me pide permiso para actualizar su sistema operativo. Una vez hecho, para adiestrar a Siri, el asistente de voz —un equivalente, en términos móviles, de aquel HAL 9000 «que nos precedió a todos»—, se me pide que emplee una frase cuasi palindrómica:
OYE, SIRI, SOY YO.
En realidad, la construcción especular —y disculpen si aquí me pongo serio— es impecablemente perfecta y, en cierto modo, recuerda el sistema ideográfico que emplean los alienígenas de la película Arrival: el intercambio o tráfico de sentido debe hacerse a través de estructuras cuya fijación quede asegurada, y a salvo en lo posible del efecto corrosivo de la subjetividad, mediante la duplicación de doble eje, principio básico de toda vida celular y base asímismo de la permanencia de la materia, que en el fondo último de su composición —en su cifra energética— siempre permanece igual a sí misma.
Este principio básico de supersimetría SIRI —sus programadores— lo cumple mediante una sencilla transferencia de significado implícita en la correcta decodificación de su mensaje. Y es que, en efecto, cuando a SIRI hemos de decirle SOY YO —y no YO SOY, que sería un espejo directo— es porque el sentido final de nuestro mensaje no es otro que pedirle que nos suplante de la forma más eficaz y útil posible. En suma, lo que le estamos diciendo es:
«OYE, SIRI, SÉ YO».
O sea: un palíndromo perfecto.
Como lo es también este otro, hallado por el maestro Filloy y que seguro que SIRI no desconoce. Es más: diría que lo iba murmurando para sí mientras, con ademanes de felina mimosa, regresaba a su limbo cuántico:
«ES RAMOS AL ASOMARSE».
Así que, cuando se tropiecen con una de estas criaturas capicúas, además de sonreír, si les peta, o incluso de asentir (¡AJA!), si les convence, no dejen de echar una mirada al interior de su mente: ahí está todo. O casi. Y después salgan al mundo.
viernes, 7 de abril de 2017
Ogros primaverales
(AJR: 7,33; Palíndromos ilustrados, LVII)
Esta noche, quizás por influencia de la primera luna primaveral, he soñado con la noche. Y en ella había un gran perro de aguas que vivía junto a un lago. Y del lago brotaba un fulgor que asustaba al perro. Y el perro asustado, erizado por un pavor que le daba el horrible aspecto de un ogro, salía corriendo en dirección al bosque cercano. Y yo, habitante del bosque, buscando escapar de la noche para encontrar el agua, corría sin quererlo a su encuentro. Al cruzarse nuestras miradas, en medio de la oscuridad y junto al fulgor del agua, he comprendido que el perro también huía. Sin palabras ni aullidos de por medio, gracias a esa intersección de la escala zoológica que permite entenderse a humanos y animales, hemos decidido intercambiar nuestros desvalimientos y abandonar la noche, el bosque y el sueño, por la única salida posible: la puerta entreabierta de estas palabras.
jueves, 6 de abril de 2017
Monarca caprichoso
(A modo de impromtu)
Le pregunto al poema si sabe que yo existo.
Y él, como acostumbra, tuerce el gesto
e ignora —o finge hacerlo— que he venido a buscarlo
donde siempre:
al lugar del crimen.
Y él, como acostumbra, tuerce el gesto
e ignora —o finge hacerlo— que he venido a buscarlo
donde siempre:
al lugar del crimen.
Al poema, monarca caprichoso,
no le gusta nada
—pero nada de nada—
que yo diga de él
que es el lugar del crimen.
no le gusta nada
—pero nada de nada—
que yo diga de él
que es el lugar del crimen.
Pero lo es. Lo es.
Lo que el poema ignora
—o finge hacerlo— es
quién es aquí la víctima,
quién el testigo
(el verdugo se da por descontado).
quién es aquí la víctima,
quién el testigo
(el verdugo se da por descontado).
Yo sí lo sé. Aunque lo calle.
Esperando la leyenda. © AJR, 2016 |
miércoles, 5 de abril de 2017
Abril en su quinto día...
Abril, en su quinto día,
alza la luz con más vuelo,
mientras que en sus cuatro esquinas
se escucha el mismo deseo...
alza la luz con más vuelo,
mientras que en sus cuatro esquinas
se escucha el mismo deseo...
(Para Clara)
jueves, 30 de marzo de 2017
FragmenDado
Quien para tal cosa algo signifique
Cosa signifique para tal quien algo
Cosa signifique para tal quien algo
Signifique tal para algo quien cosa
Algo quien tal cosa signifique para
Tal quien para algo cosa signifique
Texto de Erea Fernández Folgueras:
Poética del fragmento,
Madrid, Universidad Complutense, 2012,
dedicatoria.
Mosaicos romanos de los trabajos de Hércules.
Museo Arqueológico Nacional (MAN), Madrid. Foto AJR
Face to face, boqueando
Con mi desembarco en Facebook, hace más o menos un mes y medio, la dispersión, que ya era una marcada tendencia en mi día a día, se ha convertido en un verdadero tsunami, al que confío en poder plantarle cara antes de que se lleve por delante el sentido de las brújulas que aún me quedan. También hace más o menos un mes y medio, hacia el 20 de enero, se cumplieron dos años desde que me instalé en Twitter. Las experiencias son tan distintas que incluso resulta difícil compararlas.
No es ya cuestión sólo de explicar cómo se siente uno en una u otra. Es que, bajo su nombre compartido de «redes sociales», en realidad apenas tienen algo que ver. En estas pocas semanas, creo haber comprendido el éxito popular e imparable de Facebook --1.860 millones de usuarios al mes a finales de 2016... y subiendo--: es una forma por completo nueva de estar en el mundo. Fácil, intuitiva, compensadora, útil, gratificante, espectacular. Su peor defecto: resulta altamente adictiva, compulsiva. Me atrevería a calificarla de droga dura.
Y es, además, muy poco exigente: un suelo abonado para que sobre él que crezcan, sin apenas cuidado, a veces por mera segregación de la herramienta, todas las flores de la banalidad. Marcadamente infantil. Y maniquea: tiende a que los usuarios se decanten por el sí o el no, incluyendo en este segundo apartado la indiferencia. Aunque, claro, todo depende siempre del uso que se haga. Como en todo. Y de la gente con las que uno se trate. Y de las trampas que uno se ponga. Nada diferentes a las habituales variedades del mundo sublunar en todas su manifestaciones.
Aunque me parece que hay usos y efectos poco menos que insoslayables, inherentes a la naturaleza del medio, frente a los que es poca toda la cautela. El principal de todos es que, se mire por donde se mire, todo empieza en las instancias más primarias del yo. Que no digo que no sean esenciales. Y necesario atender a su cuidado. Pero producen --o pueden producir-- una acentuación de lo más banal que pueda haber en uno mismo. Y la invasión indiscriminada del medio con las resonancias y excrecencias de nuestro ego por tierra, mar aire y éter, sin descanso y sin medida, puede acabar convirtiéndose en la peor forma de contaminación.
Y después --o antes-- está ese pecado capital de la red: el haber degradado el significado de la palabra «amigo». Un pecado original del que aún están por ver sus consecuencias.
De Twitter, tal vez me ocupe otro día.
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