Le sé reconocer: es él.
¿ANAGNÓRISIS?: ¡SÍ, SÍ, RON GANA!
(AJR: 5:17; 5:22; Palíndromos ilustrados, XLIX y L)
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¿ANAGNÓRISIS?: ¡SÍ, SÍ, RON GANA!
(AJR: 5:17; 5:22; Palíndromos ilustrados, XLIX y L)
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Esta entrada es una locura, pero tal y cómo ocurrió se la cuento. Incluso, y sobre todo, por lo que tiene de albur quinielístico, o animal verbal en cuyos entresijos el supuesto augur trata de adivinar los signos del futuro. Como ocurre a menudo, el palíndromo principal apareció solo. Fue leer, mientras me recostaba un rato en un sillón de orejas, el nombre técnico de esa figura literaria que consiste en el autodescubrimiento de la propia identidad que un personaje experimenta en un momento determinado (anagnórisis) y de inmediato se disparó el reflejo de su retorno, en un sentido doble y hasta triple, si se tiene en cuenta el significado etimológico del término: «reconocimiento». Así que, una vez enterados de que Ron ganaba, no había más remedio que indagar en su identidad.
Y de entre las muchas posibles (y aquí es donde el azar florece sobre terreno previamente abonado y hasta bien regado, gracias a las recientes lluvias), tras desechar por excesivamente lineal una blanca obviedad lusa y alguna que otra sugerencia alcohólica y bucanera, no tardó en salir a la palestra la candidatura del actor Ron Perelman, con aquel su inolvidable papel de Savaltore, el monje herético y quasímodo que llenaba de ternura, risa y una pizca de terror algunas de las escenas más vistosas de El nombre de la rosa (como muestra el vídeo). A partir de ahí, buscarle título al juego no fue difícil, sobre todo si la autoindulgencia necesaria en estos envites excusaba un flagrante leísmo, que por otro lado forma parte del habla habitual en muchos territorios.
Quedaba, sin embargo, en el aire, junto a algún que otro cierre argumental (pero ya Eco, precisamente, nos ilustró sobre la «opera aperta»), el nada despreciable asunto del botín. ¿Qué es lo que gana Ron? Una respuesta posible, obvia, es que el mero hecho de salir a la luz desde las tinieblas de la nada ya puede considerarse una victoria. Y no menor. Sin embargo, ¿eso era todo? Escudriñando en las facciones del actor que había venido, como caído del cielo, a protagonizar la película reversible, no tardó en asaltarme el temblor de una revelación, el doble bucle del reconocimiento: «Que Ron gane –pensé– quiere decir, ni más ni menos, que el Atlético de Madrid saldrá vencedor de la final de la Champions». ¿Y por qué? Si aún no lo entienden o ni siquiera lo ven, aquí abajo tienen la prueba. No me negarán que es una pura cuestión de... anagnórisis.
Y de entre las muchas posibles (y aquí es donde el azar florece sobre terreno previamente abonado y hasta bien regado, gracias a las recientes lluvias), tras desechar por excesivamente lineal una blanca obviedad lusa y alguna que otra sugerencia alcohólica y bucanera, no tardó en salir a la palestra la candidatura del actor Ron Perelman, con aquel su inolvidable papel de Savaltore, el monje herético y quasímodo que llenaba de ternura, risa y una pizca de terror algunas de las escenas más vistosas de El nombre de la rosa (como muestra el vídeo). A partir de ahí, buscarle título al juego no fue difícil, sobre todo si la autoindulgencia necesaria en estos envites excusaba un flagrante leísmo, que por otro lado forma parte del habla habitual en muchos territorios.
Quedaba, sin embargo, en el aire, junto a algún que otro cierre argumental (pero ya Eco, precisamente, nos ilustró sobre la «opera aperta»), el nada despreciable asunto del botín. ¿Qué es lo que gana Ron? Una respuesta posible, obvia, es que el mero hecho de salir a la luz desde las tinieblas de la nada ya puede considerarse una victoria. Y no menor. Sin embargo, ¿eso era todo? Escudriñando en las facciones del actor que había venido, como caído del cielo, a protagonizar la película reversible, no tardó en asaltarme el temblor de una revelación, el doble bucle del reconocimiento: «Que Ron gane –pensé– quiere decir, ni más ni menos, que el Atlético de Madrid saldrá vencedor de la final de la Champions». ¿Y por qué? Si aún no lo entienden o ni siquiera lo ven, aquí abajo tienen la prueba. No me negarán que es una pura cuestión de... anagnórisis.