lunes, 23 de diciembre de 2013

Dádiva Navidad


Como don de la Navidad y colgada de la percha del sencillo palíndromo del título, dejo proyectándose en la pequeña sala de cine de la Posada (aunque es probable que deban verlo en YouTube) el bien conocido Cuento de Navidad de Auggie Wren, de Paul Auster, filmado por Wayne Wang, y al que la voz de Tom Waits, insistiendo casi con desgarro en que «somos inocentes cuando soñamos», le da un subrayado que hace que la historia sea estremecedora. Es la secuencia final de Smoke, esa película sobre el arte (y la paciencia) de mirar, muy recomendable para estos días y que ha merecido en la red análisis tan bien informados como éste (en él puede verse, doblada, la escena del minucioso relato que el fotógrafo Auggie Wren —inolvidable Harvey Keitel— le hace al escritor Paul Benjamin —un muy creíble William Hurt—, quien utilizará la historia para cumplir su compromiso de colaboración navideña con un periódico). Preparando la entrada, descubro también que la editorial Seix Barral ha reeditado (anteriormente apareció en Lumen) el cuento en un volumen con coloristas dibujos de la ilustradora argentina Isol. Si aún tienen pendiente algún regalo, tal vez sin querer hayan encontrado aquí una buena idea. Una (otra) dádiva. Feliz Navidad.



[AJR, 2:13; Palíndromos ilustrados, XXXIV]

sábado, 21 de diciembre de 2013

Alfonso, el peliculero


Uno de los personajes más populares de la televisión en los años sesenta y setenta (de otro milenio hablo) fue, sin duda, el crítico de cine Alfonso Sánchez. Su nombre hoy ya no parece decir nada a casi nadie, pero estoy convencido de que en mi generación y en las inmediatamente anteriores y posteriores somos muchos (con la segura excepción del ministro Montoro) los que le debemos un especial aprecio del cine como algo más que un mero entretenimiento. La naturalidad y gracia con la que Alfonso Sánchez presentaba las películas, y la sabiduría de sus comentarios en los diferentes programas en los que se ocupaba de la sección de cine, fueron, en aquellos años de formación, una alerta valiosa sobre la naturaleza artística del séptimo arte. Incluso me atrevería a decir que fue él el primero que a muchos nos enseñó a ver aspectos que ni siquiera sospechábamos que pudieran entrar en juego en lo que hasta entonces era, más que nada, una fascinación a la que nos entregábamos siempre que era posible, en especial los domingos por la tarde y en sesión continua. 

La voz de Alfonso Sánchez, con su inolvidable registro nasal de trompetilla, algo gangosa y algunas veces a punto de desbaratarse en los atascos de la tartamudez o entre los ataques de tos (siempre sospeché que eran rasgos que el personaje exageraba a propósito), forma parte de la banda sonora de esos años, no sólo por las muchas veces que la oímos en la pequeña pantalla, sino también porque se convirtió en fuente de inspiración de humoristas y caricatos: no había artista cómico que no incluyera entre sus habilidades la imitación de «Alfonso, el peliculero». Incluso en las veladas de colegio o en las fiestas de fin de curso era habitual el numerito, muchas veces acompañado por la parodia de los relatos faunísticos de Félix Rodríguez de la Fuente, otra voz tan peculiar como inolvidable. 

Esta mañana sin saber por qué, quizás debido a las contradictorias mareas emocionales propias del infinito ciclo navideño, me he despertado con una gran añoranza de esa voz. Y me he puesto a buscarla por la red. Fruto de esa pesquisa es este excelente documental (más bien un autorretrato del personaje) que José Luis Garci realizó en 1980, un año antes de la muerte del gran crítico de cine. 


jueves, 19 de diciembre de 2013

A los cuatro vientos


Sobre la chimenea de La Posada puede verse estos días una especie de heraldo enfaldellinado que pregona a los cuatro vientos sus buenos augurios.

Al viento del Norte,
la salud que importa.
Al viento del Este,
el don de la luz.
Fuerza, al melancólico 
viento del Oeste.
Y  días alegres
al viento del Sur.


Feliz Navidad









martes, 17 de diciembre de 2013

Sí, (parece que a veces) se puede



Desde que me llegó el primero de sus correos, suelo prestar atención a las iniciativas de change.org, uno de los ejemplos más claros del poder de las redes sociales. El vídeo resume algunos de los logros de estas iniciativas de solidaridad que, a diferencia de tantos otros mensajes que se encadenan en la red sin ton ni son, están poniendo de relieve una alianza entre tecnología, responsabilidad e imaginación digna de crédito y apoyo. Tal vez esté en ellas el embrión de una nueva forma de organizar y ejercer el poder que de verdad se rija por el bien común y sea capaz de poner freno a tanta corrupción política.

viernes, 13 de diciembre de 2013

Un drama atemporal



¿Aparta y atrapa
 o
atrapa y aparta?

[AJR, 3:13 +(o)+3:13. Palíndromos ilustrados, XXXII, XXXIII] 

(Aunque algo distorsionada, la voz que subraya la belleza trágica de esta secuencia impresionante es la del inolvidable Constantino Romero. Sirva de homenaje.)

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Metáforas de arena

Dunas de Calblanque. © Sagrario Pinto, 2008.

Siempre empiezo a escribir en el desierto.
No es solo la aventura, es la materia
del impulso que estira hacia la luz
la parte más oscura de su peso
para encontrar debajo de la arena
la plata de los sueños escondidos
y la forma segura de olvidarlos.

El viaje es la piel dura del día
y su signo es la búsqueda inhumana
porque nadie
nos puede socorrer ni nadie viene
a decirnos que sí o a reprobarnos.

Las palabras son seres imprecisos,
vibrantes, como dunas movedizas:
su estela es infernal pero tan pura
que puede rescatarnos del abismo
con tan solo iniciarse en nuestra mente.

Siempre dejan un rastro las palabras
que no se acaba, solo se abandona
para poder vivir entre las cosas
con palabras capaces de querernos.

El desierto es así. Y no tiene límites.



Rescatado de los arcones de la Posada
(Primera publicación: 3 julio 2009; 12:37)

sábado, 7 de diciembre de 2013

Sin parangón

Nelson Mandela en 2008, al cumplir 90 años. Foto EFE.

El padre JR, al que familiarmente llamábamos «Zaqueo», era un gran amante de los ránkings, las listas, las enumeraciones que pusieran en orden el mundo. Recuerdo que aquel año (tal vez en el curso escolar 68-69, puede que uno antes, tal vez uno después) lanzó una encuesta entre los alumnos del colegio-seminario de San Agustín de Salamanca para elegir, por rigurosa votación individual, a los personajes más importantes de la historia. Había al menos ocho o nueve categorías: se trataba de seleccionar y ordenar los diez nombres más destacados e influyentes en campos tales como la religión (el primero), ciencia, literatura, arte, música, deportes, cine... y alguno más. Y, como resumen de la encuesta, pero de forma independiente, había que designar un top ten (como diríamos ahora) de los diez nombres verdaderamente imprescindibles de la historia universal en todos los terrenos; o sea, algo así como el «no va más» de la excelencia (aunque esta palabra entonces tampoco la utilizábamos).

Me gustaría recuperar, por curiosidad más que nada, aquellas elecciones, que tal vez llegaron a publicarse (al menos un resumen) en Elegidos, la revista del colegio, cuyo principal impulsor era también el padre JR (en ella vi por primera vez mi nombre en letra impresa, debajo de uno de los primeros poemas que escribí, o tal vez de una prosa poética en torno a la figura de fray Luis de León, al que por ser agustino, y más en Salamanca, considerábamos casi como alguien de la familia... y en cierto modo lo era). De aquellas listas sólo recuerdo que la de los "diez principales" la encabezaba, claro, Jesucristo, y que en ella seguramente figuraban San Agustín (por supuesto) y Cervantes y Shakespeare, supongo que también Aristóteles y Platón (la filosofía nos infundía gran respeto),  y puede que con algunas posibilidades para Buda o Confucio (el ecumenismo estaba en boga), muy probablemente algún papa (Juan XXIII era muy admirado), pongamos que algún rey, dudo que algún político (ni siquiera John Kennedy, entonces aún envuelto por completo en la mitificación de su magnicidio) y por ahí...

Viene todo esto a cuento de la muerte de Nelson Mandela y ese consenso universal que parece existir alrededor de su figura, tan extendido que nos lleva a pensar que no tiene precedentes, al menos en la historia de las últimas décadas. Aunque a veces se olvida, al hacer estas comparaciones, cómo han cambiado las cosas en poco tiempo: hace tan sólo unos pocos años las posibles sintonías no tenían a su alcance medios tan poderosos para fraguarse y manifestarse como las actuales redes sociales y las alambradas inalámbricas de la telefonía móvil. Con todo, llama la atención el duelo universal por la muerte de un hombre. Se ha dicho que sólo Gandhi puede comparársele, ya que sobre otras grandes personalidades, como los ya citados Kennedy o Juan XXIII, cuyas muertes también causaron una gran conmoción, las opiniones estaban más divididas, o incluso del todo polarizadas por esa raya que, a poco que te descuides, divide el mundo en dos partes del todo irreconciliables, sin duda como manifestación de la vieja lucha entre el bien y el mal y las diferentes perspectivas desde las que esa ancestral reyerta suele ser enfocada.

Nelson Mandela, con su gigantesco ejemplo de combate a favor de los derechos humanos y por su condición de baluarte de una raza cuya defensa, desde los bordes mismos de la esclavitud (no se olvide), ponía en juego la dignidad de la humanidad como especie capaz de luchar por ideales universales, es probablemente la personalidad más significada de nuestro tiempo. Alguien que añadió a la lucha también sostenida, y de forma heroica, por líderes como el propio Gandhi o Martin Luther King un especial sentido práctico que le permitió vencer en su empeño y dejar un ejemplo de enorme valor: todo un patrimonio moral (y legal) para la humanidad que, si no es del todo seguro que no tenga posible vuelta atrás, sí sabemos que, por ejemplos como el suyo, tendrá un papel clave para seguir luchando por un mundo más justo. Con la plenitud de sus 95 años y con esa imagen de hombre alegre y luchador que nos ha acompañado durante tanto tiempo, no es extraño que toda el mundo sensible sienta que ha desaparecido alguien sin parangón, un ser humano al que podemos poner al frente de cualquier ránking que trate de ordenar las prioridades de lo que de verdad importa.