viernes, 22 de noviembre de 2013
José Hernández, en el recuerdo
La noticia de la muerte del pintor José Hernández, leída ayer en la sección necrológica de El país, edición en papel, me produjo dos intensas emociones. La primera, la tristeza por la inesperada desaparición de un artista al que admiro y al que, hacia mediados de la década de 1980, traté ocasionalmente, de la mano de los escritores Juan Malpartida y Luis Alberto de Cuenca, buenos amigos suyos. Alguna información tenía de la enfermedad del pintor, pero desconocía su gravedad. Junto a la tristeza, también me invadió una sensación que sería de indignación si el estupor y la perplejidad no se hubieran impuesto ante una nueva evidencia de la rareza de los tiempos que vivimos. Hasta qué extremos no se habrá distorsionado, en nuestro entorno mediático, la percepción de la importancia de las cosas para que una noticia como la de la muerte de un artista de la talla de José Hernández apenas merezca un apunte apresurado, digno pero insuficiente, en una de las secciones más oscuras del principal periódico del país.
Y algo similar, por lo que pude comprobar a través de internet, ocurría en los demás medios, aunque obviamente no los vi todos. Pero los resultados que Google arrojaba al respecto me parecieron elocuentes. Y desoladores. La edición de hoy del periódico antes citado corregía en parte el injusto tratamiento (aunque más bien se podría hablar de un «error informativo»), al publicar sendos artículos, también en la sección necrológica, de Ramón Buenaventura, especialmente, y de Juan Cruz. En ellos la figura y la obra de Hernández tienen una valoración más apropiada. Pero, en todo caso, llama la atención que un pérdida de esta naturaleza no merezca estar presente donde en justicia le corresponde: al menos, en las páginas de Cultura del periódico (he podido comprobar que la edición digital sí la sitúa en esa sección, pero de forma un poco tramposa, ya que el artículo es la misma necrológica del papel).
Por fortuna, hay en la red lugares, incluida su propia página, en los que es posible rastrear datos suficientes para calibrar la importancia de la obra de un artista que se movió con soltura en diferentes terrenos de la expresión plástica, desde la pintura hasta el grabado pasando por la escenografía, el figurinismo o la ilustración, especialidades todas en las que dejó muestras de su peculiar estilo: una mezcla de pulsión fuertemente barroca y muy personalmente surrealista, heredera de la gran tradición de la pintura negra española, tan mortal y desengañada, pero poderosa también en el subrayado de las pasiones y con una gran capacidad de conmoción, tal vez porque tuvo como tema dominante la degradación de la materia, el peso raedor del tiempo. La maestría técnica que tantas veces se ha destacado en sus creaciones se alía con un mundo expresivo insobornable, doloroso, desgarrado con frecuencia, lúcido siempre.
Una vez le oí decir al pintor, en su casa de la calle de Atocha, que Leonardo tenía mucha razón al definir la pintura como «cosa mentale» y que el hecho de afrontar la realización de un cuadro equivalía al intento de desentrañar un misterio. No sé si la frase era exactamente así. Tengo recuerdos más precisos de otras conversaciones, una de ellas sobre la poesía de Rimbaud, cuya obra ilustró, o sobre su casi paisano el escritor Mohamed Chukri, al que yo había conocido por aquellos años en Tánger, ciudad natal de Hernández. Tampoco se me han olvidado, de esas charlas entre amigos, los elogios con los que el artista ponderaba la obra del también tangerino Ángel Vázquez, en especial la novela La vida perra de Juanita Narboni, por entonces poco conocida (y hoy me temo que ya olvidada, salvo excepciones). O un libro que descubrí gracias a él: Las cosas del campo, de José Antonio Muñoz Rojas, obra que una vez vi en su estudio mezclada con sus pinturas y de la que hablaba con profunda admiración.
jueves, 21 de noviembre de 2013
Bocabajeados
Así dice Elena Poniatowska, la escritora mexicana recién galardonada con el premio Cervantes, que se encuentra la población en México: «Estamos bocabajeados».
La escritora Elena Poniatowska Amor . Foto El Universal. Tomada de aquí |
Una circunstancia tan extrema, que a menudo suele llevarnos más allá de la perplejidad. Hasta el punto de que, entre otras cosas, ya empezamos a quedarnos sin palabras capaces de contener una realidad que se nos escapa por todas las costuras del idioma. Sobre todo, si tenemos en cuenta el minucioso vaciado a que las palabras más comunes están siendo sometidas a diario por los bocabajeadores de turno.
Por otro lado, en esa misma entrevista Poniatowska demuestra poseer un sentido del humor de marcado cariz poético y, como quien no quiere la cosa, compone en una de sus respuestas esta especie de haiku libérrimo e inspirado:
Yo ya tengo 81 años.
El que viene 82.
Ocho para los 90.
Soy un pollito.
martes, 19 de noviembre de 2013
Palabras como actos
El escritor Gonzalo Hidalgo Bayal. Foto tomada de aquí. |
Estaba uno a la espera de la llegada a las librerías de la última novela de Hidalgo Bayal (alguien lo llamó una vez «el Nabokov extremeño»: qué más quisiera el ruso-americano), cuando en el blog de su amigo y sin embargo fiel lector, el poeta Álvaro Valverde, leo este largo y bien detallado elogio, del que, nada más disfrutarlo, ya está uno a punto de comenzar a arrepentirse (de leerlo), porque nos va a privar del placer de descubrir, en primera persona (uno o yo, tanto monta) y dulcemente noqueado, algunas de las perlas escondidas en la prosa consciente y viva, con tantas palabras en estado de gracia, de un novelista único, no diré ni mejor ni peor que otros porque no hay nada más odioso que poner en orden la nómina de los dioses tutelares, pero sobre todo im-pres-cin-di-ble. Tanto que no tengo más remedio que dejar aquí estas líneas para bajar hasta la calle del Cardenal Silíceo de este barrio madrileño de La Prospe, que el escritor frecuenta (quién sabe si al encuentro del gran maestro y amigo), a ver si ha llegado ya a los estantes de El Buscón la buena nueva. La sed de sal es insaciable. En otro sentido, puramente lúdico, ya dejamos constancia reversible aquí de ello. Pero bien me sé yo (la más visible máscara de uno) dónde mana la fuente que, si no la sacia, la alimenta hasta hacerla infinita. Y, finalmente, la calma avivándola. Así que ya callo. Y corro.
viernes, 15 de noviembre de 2013
Recuento sin quien
El escritor Luis Goytisolo. Foto: EFE. |
¿Quién me privó de los verdes de mayo hasta el mar? La duda, tal vez lamentación, puede que con melancolía pero sin ninguna nostalgia, se enciende en mi cabeza al escuchar que le han dado el premio nacional de las Letras (¿de todas?) a Luis Goytisolo, el benjamín de una saga de escritores realmente prodigiosa. Sería este, el de los Goytisolo, un hilo del que habría mucho que tirar, pero quede para otra ocasión. Junto al imperioso y volátil deseo de recuperar la lectura completa de Antagonía, uno de esos empeños literarios tan descomunales que si uno lo lleva al monte de su impiedad de lector es difícil que le vuelva a ver el pelo, el hecho concreto al que la noticia me conduce es a un episodio de mi vida, sin duda insignificante, aunque no más que otros o tal vez como todos: puro pasto de la corriente letal de las horas, hasta que un canto de sirena los saca del montón de las criaturas apiñadas en los arrabales del tiempo.
En este caso, el recuerdo me lleva al cuarto más grande, el de los tres balcones, de Bolsa 3, aquí en Madrid, la antigua pensión reconvertida en piso de estudiantes donde vivo con mi novia de entonces y algunos amigos más. Y me deja ante el preciso momento en el que le estoy dando a alguien mi ejemplar de Los verdes de mayo hasta el mar, una novela de Luis Goytisolo que acabo de leer y que le he recomendado a esa persona con gran entusiasmo, o con entusiasmo a secas, nunca -de eso sí estoy seguro- de forma indiferente.
Y es el caso que puedo precisar (¿inventar?) con fácil claridad muchos detalles de la escena, la disposición de los muebles de la habitación, el contenido de alguno de los armarios, incluso lo que hay en las otras estancias de la casa... Y hasta el tipo de luz que penetra en ese momento por los balcones abiertos a un mediodía soleado de tal vez el mes de junio, aunque aquí puede que pese más el imán de los nombres contiguos que la precisión del calendario.
Siento incluso que me resultaría sencillo verme por dentro en ese instante. Quiero decir que sería capaz de hacer recuento de lo que siente el jovenzuelo que está entregando el libro, cuál es el vínculo principal que lo une con aquel acto, o cómo piensa que va a repercutir en su vida. Y, si levanto un poco la mirada, además de enfrentarme con unos ojos que aún son en parte los míos, llego a tener al alcance del recuerdo aspectos muy concretos de su existencia, su complicada relación sentimental, el hastío que le van produciendo unos estudios que había empezado con cierta ilusión, los vericuetos entre grotescos y admirables por los que se ha ido deslizando la convivencia de dos viejos amigos en un espacio comunal invadido de pronto por presencias no esperadas, o el inmenso futuro que ingenuamente se abría ante él y contra el cual el destierro militar (la "mili") aparecía como una frontera casi insalvable, además de completamente odiosa.
Así que, sacudido por el gong de una noticia, me resulta sencillo dejarme llevar por la reverberaciones de la memoria y, con solo fijar un poco la atención, puedo discernir toda la amalgama de presencias, objetos, situaciones, estados de ánimo y expectativas que confluyen y se anudan en el preciso instante en el que estoy extendiendo la mano hacia alguien para prestarle mi ejemplar de un libro del que desde entonces no he vuelto a tener noticia. Lo cual, a estas alturas, y salvo por lo que pueda haber de solidaridad emocional retrospectiva con aquel que un día fui, y al que sí le hubiera importado, y mucho, la pérdida de un libro, no me produce especial emoción. O por lo menos nada comparable al desconcierto o más bien rara tristeza que me causa poder recordar (¿inventar?) todo esto, pero en cambio ser por completo incapaz de ponerle rostro, cuerpo y mucho menos nombre al amigo, conocido o tal vez "colega" (entonces esta palabra empezaba a ponerse de moda) que desde aquel instante y tal vez para siempre me privó de los verdes de mayo hasta el mar.
(Tiempo contado, apunte de 15 noviembre 2013, 10:28)
miércoles, 13 de noviembre de 2013
Amo idioma (2)
Dulce lengua que besa mis palabras
y aún viene a visitarme pola noite,
árbol que en todo tiempo da su sombra
de encina milenaria y castiñeiro.
Yo sé bien que el idioma es una cárcel
de cristal y el espejo en que me miro.
Mas también la liana salvadora
que sostiene mis días y me libra
del abismo, del frío, del misterio
de no saber qué, cuándo, dónde, cómo...
pero poder decirlo, olerlo, airearlo,
hasta aprender, al vuelo de sus ramas
y entre las cicatrices de su tronco,
otra forma invencible de callar.
sábado, 9 de noviembre de 2013
Legítima defensa
Te veo pasar por la avenida mientras
la luz envuelve en celofán el día.
Bajo la lluvia, tu mirada es fría,
como bala de plata, y cenicienta.
Sigo tus pasos con sigilo, observo
tus ademanes de asesina nata,
el rictus clandestino de quien mata
sin perder la dulzura de su gesto.
Te has parado ante el gran escaparate
y buscas en tu bolso. Al fin me has visto.
Tu arma está apuntando contra mí.
Fui más veloz. Nadie podrá culparme.
Junto al tuyo está el cuerpo del delito:
tu peligrosa… barra de carmín.
Primera publicación: 24/09/2009 19:24.
jueves, 7 de noviembre de 2013
Dejen paso
A mi tocayo Pérez Rubalcaba, al que Felipe González acaba de jubilar con un elogio envenenado (que la «mejor cabeza política que tenemos en España» carezca de liderazgo es en verdad llamativo), se le presenta este fin de semana, en la Conferencia Política del PSOE, una nueva oportunidad de dar ejemplo. Ya la tuvo en el debate del estado de la nación, cuando Rajoy difícilmente hubiera podido soportar un envite que propusiera el autoapartamiento como un camino transitable (o, de haberlo hecho, hubiera sido con un coste político mucho mayor). Y vuelve a tenerla ahora, cuando la desmoralización del país y el descrédito de la política han seguido tocando unos fondos que ya empiezan a parecer algo más que subterráneos. El líder socialista debería tener el valor de saber despedirse. Pero junto con la suya, la retirada a un segundo plano sería deseable que incluyera a toda una amplia nómina de miembros del partido que han demostrado carecer de algo que ahora es más necesario que nunca: la capacidad de avivar un indicio, por mínimo que sea, de que la pesadumbre que nos oprime cada vez más tiene algún remedio. Parece evidente que el Partido Socialista está muy lejos de poder volver a ser un catalizador de entusiasmos y pragmatismos, como ocurrió el 28 de octubre de 1982. Pero el desastre que se nos está viniendo encima es de tal magnitud, que va a resultar muy difícil salir de esta pesadilla enquistada sin contar con una alternativa creíble (aunque haya que hacer un acto de fe muy grande) y capaz de poner freno a las devastadoras galopadas que se adivinan en el horizonte. Vivimos una situación de emergencia. Por favor, no se atrincheren tras la puerta en ruinas. Sean sensatos y dejen paso.
Imagen: No es la calle Ferraz, sino el famoso paso de peatones de Abbey Road.
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