sábado, 3 de noviembre de 2012

Agustín García Calvo: libre al fin


Agustín García Calvo, el irreductible filólogo, filósofo, poeta, agitador de almas y de cuerpos y tantas cosas más, es el «gran difunto» del día en que el periódico venía repleto de muertos, aunque probablemente a él le hubiera alarmado o al menos puesto en guardia esa expresión de apariencia honorífica. Pero no hay duda de que, con la tragedia de Halloween al fondo, se trata de la persona de mayor relieve de cuya muerte nos enteramos el día de difuntos. Como he oído comentar en algún sitio, no cabía esperar de un espíritu tan libre como el suyo otra libertad que la de la morirse en fecha tan oportuna.

Leo en El país-de-papel el personal homenaje que le dedica Fernando Savater (al parecer desde Chile), una breve e impecable columna rematada por el explícito reconocimiento de que AGC fue no solo su verdadero maestro, sino el que lo libró de tener más maestros, lo cual es un elogio de enorme magnitud. Aunque a nadie se le escapa que en los últimos años las trayectorias respectivas de cada uno de ellos han avanzado en espirales de creciente separación. O eso parece. Quién sabe si para acabar confluyendo en algún rincón de la noosfera que, a fin de cuentas, nos ha de igualar a todos, sin que nadie se salve. Qué envidia, de momento, los recuerdos de un Savater jovenzuelo contados con mano maestra por el gran escritor en que se ha convertido quien, ya quizás desde aquellos días de la academia de la calle del Desengaño (no podría tener mejor nombre), probablemente fuera el primum inter pares de los discípulos de AGC. Savater, un discípulo tan fiel a fuer de heterodoxo que acabó siendo la puerta por la que muchos accedieron al descubrimiento del maestro.

De García Calvo recuerdo, ante todo, el impacto de la primera lectura de su Sermón de ser y no ser, con los dos magníficos "sonetos teológicos" («Enorgullécete de tu fracaso... // Tu no saber es toda tu esperanza») que servían de pórtico a un viaje verbal de altos vuelos: nada menos que 2016 versos de rara medida ("senario yámbico prolongado en medio pie"). Recuerdo que en aquella primera lectura hice caso, al menos durante un buen trecho, de la petición o sugerencia que el autor deslizaba en el prólogo: que se leyera el libro en voz alta, a modo de obra dramática. Y recuerdo también que, a medida que avanzaba en el recitado, no daba crédito al hecho de que semejantes tiradas de frases tan bien respiradas y aquella forma tan peculiar de decir pudieran ser posibles todavía en nuestra lengua. Esa es una impresión que siempre me ha acompañado frente a la obra de García Calvo: la rara modernidad de su anacrónico y desprejuiciado uso del lenguaje.

Otra impresión que perdura es la de las buenas horas pasadas escuchando sus canciones de amor y celda en la voz de Amancio Prada (incluyo al final el vídeo con mi preferida), Chicho Sánchez Ferlosiso y otros. Y las tertulias con amigos, en general bastante apasionados, en torno a la que uno de los conjurados calificaba como «prodigiosa traducción» del De Rerum Natura de Lucrecio.

En un terreno de cercanía profesional, y como recuerdo que (contraviniendo de nuevo sus enseñanzas) uno siente que lo ennoblece un poco porque algo del fulgor ajeno nos vino a caer cerca, no me olvido de aquel prólogo para la biografía de Julio César, de Hans Oppermann, que le encargamos en Salvat a AGC y de cuya edición me correspondió ocuparme. Eran unos pocos folios pero contenían un texto espléndido, tal vez extraño para su cometido de presentar ante el "gran público" la biografía de "un gran hombre", motivo que el pensador zamorano tomó como excusa para arremeter inteligentemente contra la propia idea matriz de aquella colección de "grandes biografías". Son unas páginas de menor importancia en la copiosa e importante bibliografía de AGC, pero no indignas de comparecer junto al resto de su obra. He aquí, a modo de homenaje curiosamente pertinente para la ocasión, las últimas líneas:
Pero, frente a la fascinación de la biografía y las fotos de las caras de los líderes para formación de masas, quede aquí abajo enunciado este apotegma, que brota de lo más hondo del escepticismo popular, que poder es obediencia; y sólo la necesidad de inconsciencia que al ejercicio de poder ha de acompañar por fuerza (y la misma inconsciencia en el líder que en sus masas) obliga a que esa ley de obediencia se oculte alternativamente bajo las máscaras de la fe en la voluntad de los grandes hombres o de la fe en el Destino y en el régimen de la estrellas sobre las vidas.

Hans Oppermann: Julio César. Salvat, Barcelona, 1984.

Fotografía superior: AGC en Ronda, tomada del blog de Antonio Selfa



viernes, 2 de noviembre de 2012

Difuntos


2 de noviembre, tiempo memorioso:
antes de que la luna nos diera calabazas
frente a las caras tísicas con el rímel corrido,
mucho antes del viento royendo la mañana
y la línea infinita de los altos cipreses
sobre la grava suelta de la explanada blanca,
antes del  lobishome y la bruja piruja
con su verruga gorda tapándole la napia,
antes de la cajita blanca sobre la mesa
entre nieblas del norte y entre petos de ánimas,
antes de aquellos dedos hinchados que de noche
trepaban por el muro hasta rozar mi cama,
antes de que Manrique dijera «qué se fizo»
y todas las vecinas contestaran «¡qué lástima!»,
y antes que el cónsul Firmin, borracho de deseo,
buscara a la Pelona para sentirse el alma,
y mucho mucho antes de todas estas cosas
que ahora a cada poco me la muestran de cara,
la muerte era tan solo un tedio no explorado
y también una voz que sin cesar cantaba
la lista interminable de los monarcas godos,
las más viejas leyendas de la patria.


Ataúlfo, Sigerico, 
Valia y luego Tedorico,
Turismundo, Teodorico 
el segundo, con Eurico 
y Alarico, Gesaleico 
y el más grande Teodorico,
Amalarico con Teudis, 
Teudiselo con Agila
y después Atanagildo, 
Liuva primo (en solitario), 
Leovigildo y Recaredo,
Liuva dos y Viterico,
Gundemaro, Sisebuto,
el segundo Recaredo
con Suintila y Sisenando
más Chintila y luego Tulga,
Chindasvinto, Recesvinto, 
Wamba, Ervigio (Quenojari)
Égica, Witiza, Agila  
y, ya por fin,
                       don Rodrigo,
al que siempre estaré viendo
devorado por la sierpe
mientras resuena su voz:
«¡Ya me come, ya me come
y qué bien sabéis por dó…!»

martes, 30 de octubre de 2012

Momias en tránsito


Acaba de llegar a las librerías, justo cuando el mes de noviembre está al caer, la última publicación de Sagrario Pinto. Es una obra de teatro infantil que, además, inaugura este género en la colección «Ala Delta», una de las más prestigiosas de la editorial Edelvives.

Las peripecias de las momias del faraón Yamesé II y la reina Nevercity, que anhelan escapar del museo en que están expuestas para volver a sus tumbas en el Valle de los Reyes, dan pie a situaciones muy divertidas. Es toda una aventura, desarrollada con hábiles resortes argumentales y con varios niveles de acción bien ensamblados, aunque puede que algún hilo suelto quede por ahí..., nada extraño tratándose de momias. Los personajes se mueven entre el más allá de las almas que andan en busca de su descanso eterno («en tránsito»), y el más acá de las pasiones y ambiciones que hacen circular la rueda de la vida: otra forma, tal vez la misma, de transitar.

En la escena comparecen personajes de una pieza, como el escriba Amenamén, al que sólo se le descubre una fisura en su condición de fiel cronista: está completamente seducido por el brillo de las nuevas tablillas digitales. O el dios Anubis, que intenta imponer en el desbarajuste general la seriedad de los ritos del Libro de los Muertos. O un singular coro de Gatos que, por momentos, hace que la obra tenga visos de comedia musical.

Pero hay también personajes de carne y hueso —es decir, vivos (a veces muy vivos)— que, en un curioso y suponemos que intencionado paralelismo, muestran dos formas bien diferentes de acercarse al pasado y sus misterios: el respeto o la codicia. Sin excluir esa tercera vía tan transitada que suele ser la ignorancia, la estupidez incluso.

Es una historia ingenua e intencionada, chispeante, imaginativa, pero a la vez con datos bien documentados sobre el antiguo Egipto. Y con guiños más o menos visibles a personajes históricos, como los propios faraones o el explorador Howard Carter, o a mitos de nuestro tiempo, como el inevitable Indiana Jones. Tiene además un tal vez inesperado sesgo romántico, que se resume en una tan hermosa como oportuna declaración de amor: «No podría seguir muriéndome sin ti». No está nada mal..., sobre todo si se tiene en cuenta que es «palabra de momia». Pero que nadie se espante: es una obra adecuada para todos los públicos, con un lenguaje cuidado pero de fácil comprensión. Y con una escenografía muy ágil, idónea para ser representada libremente en el ámbito escolar.

Las ilustraciones de la mexicana Valeria Gallo acentúan los rasgos más afilados de los personajes. Es la suya una lectura que, con gran tino visual, subraya los aspectos burlescos. A la vez que reinterpreta con elegancia y originalidad algunos lugares comunes de la imaginería egipcia.  Sus dobles páginas están llenas de detalles que bien podrían servir para inspirar los decorados y el atrezo de una puesta en escena.

El texto de la cuarta de cubierta dice que el argumento de la obra se le ocurrió a la autora viajando en una falúa por el Nilo. De primera mano (y espero que Sagrario no se enfade conmigo por desvelar este dato) puedo decir que en realidad el título se lo regaló un acompañante de aquel recorrido que, al ver reflejarse las sombras de unas nubes (¿o eran dos viajeros?) en las agitadas aguas del río, cerca ya de la esclusa de Esna, dijo en voz alta: «Mira, parecen momias en tránsito... ¿A dónde irán?» Ahora, ya lo sabemos. Su destino era llegar a este libro para contarnos su historia.

Sobre el Nilo - Foto Arqueoweb

Posdata 1 (4 noviembre 2012). La agencia EFE, a través de Lidia Yanel, da cuenta de la aparición del libro en esta nota aparecida el día en que se cumplen exactamente 90 años del descubrimiento de la tumba de Tutankhamón por Howard Carter.

Posdata 2 (4 diciembre 2013). Las momias han comenzado ya a transitar del papel a los escenarios:y la obra ha sido representada en algunos colegios e incluso en algún teatro privado, como en el de la Once de Huelva, de la mano de los alumnos de 4º de Primaria del Colegio «Los Pinos». El resultado puede verse aquí.

Posdata 3 (15 de junio de 2014). Sin ser desdeñable su valor como material de lectura, el destino natural de una obra de teatro es la representación en un escenario. En el ámbito escolar, esta premisa tiene un especial valor: pocas actividades pueden resultar tan completas, desde el punto de vista pedagógico, lúdico y cultural, como la de poner en marcha, muchas veces con un enorme esfuerzo y siempre con altas dosis de entusiasmo, el complejo proceso de montar una obra dramática, toda una completa «unidad didáctica» en la que se dan cita múltiples aspectos capaces de estimular y cubrir con creces el desarrollo de las más variadas competencias. El simple hecho de poner en marcha un proceso así es encomiable. Pero cuando, además, se culmina con el reconocimiento de un premio, conviene destacarlo. Es lo que ha ocurrido con el montaje de Momias en tránsito, durante los mese de mayo y junio de 2014, a cargo de los alumnos de 6º de Primaria del Instituto español Juan Ramón Jiménez, de Casablanca (Marruecos), bajo la dirección de la profesora y experta en pedagogía musical y dramaturgia Rosario Barrena. Se cuenta aquí.

viernes, 26 de octubre de 2012

La vía Iker-Xavi


Es solo fútbol, pero es más que fútbol, incluso mucho más: lo que significa la amistad de estos dos futbolistas, su demostrada capacidad para sobreponerse a las propias pasiones y armonizar los justos intereses particulares con los del otro, su maestría para no dejarse influir por consejos ilusos  o voceríos fanáticos y para superar las diferencias de carácter, de gustos, de querencias... es una lección que no podemos permitirnos pasar por alto. Y muchos menos cuanto más ruja la marabunta.  En tiempos críticos como los que vivimos y de cara al negro panorama que se dibuja en el horizonte, la vía Xavi-Iker o Iker-Xavi (la fórmula funciona bien en las dos direcciones: es un camino de ida y vuelta) debería ser un faro ejemplar de actitudes, el símbolo de una forma de conducta ciudadana que, por ejemplo y sin ir más lejos, podrían imponerse los políticos como una práctica deportiva obligatoria.

Imagen tomada de esta web.

La canción del olvido


Hace algunas semanas, meses ya, al enterarme, mientras viajaba hacia el oeste, de la muerte del actor Juan Luis Galiardo, la primera frase que vino a mi boca fue: «La canción del olvido». Y de inmediato o simultáneamente desfilaron por mi cabeza algunas escenas de la versión filmada de esta zarzuela que en su día hizo Televisión Española. Allí había un personaje que tenía la belleza y el descaro juvenil del actor, pero no estaba seguro de que mi recuerdo fuera cierto. Pero lo era. No sería sincero si no reconociese que, por encima de la solidaridad de quien se sabe también mortal, impuso su cosquilleo la alegría de comprobar que el olvido no era, todavía, mi canción.

Fotografía de Juan Luis Galiardo tomada de ABC

miércoles, 24 de octubre de 2012

¿Aleluya o réquiem?



Del gran L. E. Aute, en verdad grande por tantas cosas, no puede decirse que sea, precisamente, la alegría de la huerta. Quiero decir que la ironía y el humor de sus canciones, que sin duda existen, rara vez  suelen llevar aparejados gestos alegres. Y a nadie se le oculta que las letras de este excelente poeta y enorme verbívoro caen más del lado de la gravedad, lo serio, lo reflexivo, lo tierno y lo punzante, que de la risa franca. Piénsese, por ejemplo, en el concepto de "aleluya" (alegría) que desarrolla su famosa canción de ese título (en concreto, «Aleluya número 1»). ¿No son sus dísticos (sus "aleluyas") a modo de concisos partes de defunción que, uno tras otro, nos enfrentan a la cruel presencia de la pelona inmisericorde...?  Por si había alguna duda de que eso sea así (un aleluya en son de réquiem), aquí está esta impagable (de hecho, es gratis) versión de Los H.H. tomada de un viejo programa de TVE: una interpretación que subraya el perfil adusto de la letanía  hasta extremos cercanos al rigor mortis. Por la fecha (1967), la grabación debe de ser contemporánea del estreno de la canción, y de cuando pudimos escucharla y hasta bostezarla, niños aún, en boca de la gran (en todos los sentidos) Massiel. Que el programa donde se emitió la pìeza se llamara Teleritmo no deja de dar pie a sesudas reflexiones. Estamos vivos de milagro.

domingo, 21 de octubre de 2012