El pasado 14 de marzo de 2012, con el anuncio de la desaparición de la edición en papel de la Enciclopedia Británica, bien puede decirse que ha llegado a su fin la llamada Edad Contemporánea, ese periodo que según los antiguos manuales de historia iba desde la Revolución Francesa (1789) «hasta nuestros días».
El empeño de la Enciclopedia francesa, con su colosal esfuerzo por desterrar con la luz de la razón el poder opresivo del oscurantismo, tuvo en la caída del Antiguo Régimen su máximo logro. La Británica, junto con la
Universalis francesa, ha venido siendo la más valiosa heredera de ese afán enciclopédico e ilustrado de poner el saber de forma ordenada al alcance de todos. No es exagerado decir que el mundo contemporáneo, tal como lo hemos conocido hasta ahora, es hijo del espíritu de la tinta, es decir, de la divulgación de los conocimientos humanos por medios capaces de hacerlos accesibles al «público general».
Está claro que esa virtualidad no se cierra con la desaparición de las enciclopedias en papel, todo un tótem cultural cuya sombra acogedora se plantaba hasta hace poco en los hogares como símbolo ilustrado. Pero lo que está viniendo después, la ya emergente sociedad wikipédica y twitterizada, sin duda será, está siendo ya, otra historia.
Aunque sigamos atentos a las pantallas e incluso hiperactivos a uno y otro lado de ellas, esta desaparición de la Británica del ancho mar del papel impreso marca un hito. Me parece que somos muchos los que no podemos evitar sentir que algo así como una bruma melancólica se va apoderando de nuestro ánimo. Y, siendo conscientes de lo mucho que aún queda por hacer (ojalá), también hemos empezado a sentirnos un poco póstumos.
Así lo cuentan los espídicos muchachos del
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