lunes, 11 de octubre de 2010

Agustina



Esta mañana, a las siete y media, ha fallecido en el Hospital de San Rafael, de Madrid, Agustina Peña García, una gran mujer, generosa, valiente y luchadora. Un ejemplo de la gente común que muere cada día como nos ocurrirá a todos–, pero un ejemplo único, singular e irrepetible, pues tenía unas cualidades humanas nada comunes, como hemos podido apreciar todos cuantos la conocimos.

Agustina, de 64 años, ha sido derrotada por una grave enfermedad que la fue minando desde septiembre del año pasado, pese a los cuidados médicos y, sobre todo, al cariño y entrega absoluta con que hasta sus últimos momentos la rodearon los suyos, en especial su marido, Ginés, que la cuidó de forma admirable a lo largo de estos duros meses, durante la mayor parte del tiempo en su propio domicilio y sólo en las últimas semanas en el hospital. A él y a sus hijos, Silvia y Tato, junto al resto de una extensa familia, hacia la que Agustina vivió completamente volcada, quiero hacer llegar desde aquí mi sentimiento por su pérdida.

Hasta el momento en que la enfermedad se lo impidió y durante los anteriores 18 años, Agustina venía cada semana varios días a casa para ayudarnos en las tareas domésticas. Un trabajo que llevó a cabo, no solo con completa eficacia y una disponibilidad que iba más allá de lo exigible, sino con un afecto y una sensibilidad que se traducían en innumerables detalles de trato que la acabaron incorporando a nuestra vida como un miembro más de la familia. Y uno de los más importantes, por cuanto tenía el gran valor de hacernos la vida más amable.

Como homenaje a ella he colocado en la pared de la Posada la imagen de un vuelo de grullas en un paraje no muy lejano de los campos de Candeleda, el hermoso pueblo de la Sierra de Gredos en el que Agustina nació y al que seguía estrechamente vinculada. Allí pasó algunos de los momentos más agradables de una vida siempre entregada al trabajo y a demostrar con enorme dedicación el cariño que sentía por su familia y sus amigos, entre los que tuvimos la suerte de contarnos.


Gracias, Agustina. No te olvidaremos.


Imagen © José Luis González Grande 
Tomada de Fotos Naturaleza

sábado, 9 de octubre de 2010

La Transición de Cercas


La concesión del Premio Nacional de Narrativa a Javier Cercas por una obra que no pudo nacer como novela y para la que el autor necesitó inventarse un género híbrido, a mitad de camino entra la crónica periodística, el ensayo político y el relato heroico (incluso con su punto elegíaco), me parece que reconoce la culminación de un esfuerzo plasmado en un libro que desde hace meses figura en la biblioteca de la Posada y que nos ofrece un retrato exhaustivo, verosímil, y ya inexcusable como referencia, de los años de la Transición.

La interpretación del significado de cualquier periodo histórico es un tarea siempre incompleta. Mucho más si, como es el caso, aún se está viviendo en la cola del dragón, incapaces por falta de perspectiva de verle a la bestia la cabeza completa o todo el espinazo, y mucho menos el aludido apéndice caudal cuyas convulsiones aún son peceptibles y a veces amenazan con golpearnos.

Y justamente porque la Transición corre el peligro de convertirse, si no en un cadáver molesto, sí en una historia oscura y maniquea, que puede ser contada de forma interesada según las perspectivas, el libro de Cercas es una obra que tiene un gran valor añadido: no sólo es buena literatura sino que consigue que la literatura sea un excelente aliado para la comprensión de la historia cercana.

La metáfora de la congelación visual de un instante (unos pocos segundos en la historia hiperreal del 23-F) y el prodigioso análisis que de él hace Cercas en su libro, insertándolo dentro de la secuencia completa de lo grabado por la cámara de televisión cuyo ojo vigilante los golpistas no advirtieron, ponen en pie un relato que en más de un aspecto contradice lo que podríamos llamar la «versión oficial y autocomplaciente» de lo ocurrido en aquellas horas. Al mismo tiempo, proporcionan algunas claves muy bien argumentadas que permiten entender con gran profundidad lo que allí se dilucidaba. La obra se convierte así en la historia mejor contada de la Transición de la que hasta ahora disponemos, en parte porque asume, filtra y resume todo lo valioso de las investigaciones e historias precedentes.

Pero es también, y aquí radica su importancia, la fundación de la Transición como tópico literario, como sustancia narrativa que, tras negarse a correr por los cauces de la ficción convencional, fue rompiendo los diques de los géneros y vino a desembocar en una ficción mayor, capaz de asumir el relato de la realidad.

Anatomía de un instante es en el fondo (y, en parte, también en la forma) un fruto cervantino que avanza con soltura por un territorio tal vez no del todo inédito, pero raras veces frecuentado a la hora de dar cuenta de la naturaleza de la realidad, y al que ahora este premio, incluso forzando las costuras de su nombre genérico, acaba de reconocer con justicia como una pieza mayor de la imaginación.

jueves, 7 de octubre de 2010

Donde el 'don de' es también 'donde'

El poeta Claudio Rodríguez en 1998,
fotografiado por  Gorka Legarceji. 
Sin que quepa incluirla en la categoría de «error interesante», desde el punto de vista literario, a la que Jordi Doce ha dedicado una lúcida reflexión (Ensayo y error), la minúscula errata (por omisión) que aparece en el artículo sobre Claudio Rodríguez publicado por Juan Goytisolo en el último número de Babelia sí creo que propone una variante del título del primer e irrepetible libro del poeta digna de ser tenida en cuenta.

Porque ese Donde la ebriedad en que, hacia la mitad de la pieza de Goytisolo, se transforma el título real (y aquí sin el artículo "el" que por error se le añade tantas veces) de Don de la ebriedad, no solo apunta por azar hacia otra forma pertinente de llamar al poemario que reveló al poeta, sino que también sugiere una mención explícita del lugar en el que Claudio Rodríguez, como pude comprobar algunas veces, se sentía más a gusto: en las tabernas, mezclado con el pueblo y sus afanes, compartiendo la charla, el vino y, si venía al caso, algunas canciones populares con un grupo de amigos, tal vez de conocidos solo. 

Esa errata, con su culpa feliz, nos llevaría así a un lugar común y cotidiano que, sin embargo, iluminado por la claridad que tienen siempre las palabras del poeta, bien podría ser tomado a modo de cifra y manifestación de una idea utópica de la vida que también está presente en sus poemas: un lugar en el mundo donde cada ser, como en una «taberna de peregrinos», pudiera tocar «con alegría y con pureza el vaso aquel que es suyo». 

Intuir sobre qué experiencias y emociones concretas y con qué hilos de vida puedan estar trenzadas las imágenes que, en muchos poemas de Claudio Rodríguez, vuelan sobre las palabras como si les estuvieran señalando su verdadera dimensión, el espacio de su cumplimiento, es también un don, acaso más gratuito que ningún otro pero que produce la ilusión de hacer coincidir vida y canto («miserable el momento si no es canto», escribió en otro lugar el poeta) en un todo sin fisuras, lleno de sentido. ¿Y quién puede resistirse a una ilusión de esta naturaleza?

Aparte de eso, el artículo de Goytisolo es una ola más (aunque de gran empuje por quien la firma) de la marea cada vez mayor que está elevando la obra y la significación literaria del poeta zamorano hasta el punto más alto de la poesía española contemporánea.

Además, ofrece una buena excusa para volver a escuchar la inconfundible e inimitable (aunque algunos valientes y atrevidos no cejen en el esfuerzo) voz de Claudio Rodríguez. De cuya muerte, por cierto, se cumplieron el pasado 22 de julio once años ya (¡quién lo diría!).


Posdata: Del 25 al 27 de noviembre de 2010, dentro del Seminario Permanente Claudio Rodríguez y bajo el título El lugar de la utopía, tendrán lugar en la Biblioteca Pública de Zamora las IV Jornadas dedicadas a analizar la obra del poeta. Aquí, el programa.

sábado, 2 de octubre de 2010

El cuento de Contador


De todas las historias del deporte, las del ciclismo son las más tristes: casi siempre acaban mal.

Se resuelva como se resuelva el caso del presunto dopaje de Contador durante el pasado Tour, el mal ya está hecho. Agravado, además, por la coincidencia de que el mismo día en que saltó a la opinión pública el escándalo en que está enredado el corredor de Pinto, y que le ha valido una suspensión cautelar por parte de la UCI, se dieran a conocer otros dos posibles dopajes en la pasada Vuelta, que afectan al segundo clasificado, Ezequiel Mosquera, y a uno de sus gregarios, David García. Hoy mismo la campeona de mountain bike Marga Fullana ha admitido que tomó sustancias prohibidas durante el pasado mundial de la especialidad celebrado en Canadá. Es como si un pérfido guionista hubiera dispuesto la secuencia de estas muy malas noticias con la secreta intención de que el golpe a la credibilidad de un deporte que siempre ha tenido problemas para establecer con claridad sus casi inhumanas reglas de juego (y, sobre todo, para controlar su cumplimento) pueda acabar siendo de enorme contundencia, tal vez irreversible.

Las explicaciones dadas por Contador sobre cómo pudo llegar una insignificante cantidad de clembuterol a su sangre (el consumo de un carne contaminada) son tan creíbles como lo son su palmarés y su condición de deportista excepcional, con el que tanto hemos disfrutado. Por otra parte, todo el mundo admite que, aún suponiendo que el ciclista hubiera tomado voluntariamente ese producto (de uso casi exclusivamente veterinario aunque, según me informa mi bioquímico de cabecera, en humanos es "un broncodilatador muy eficaz"), las ventajas deportivas que de ello habría obtenido serían despreciables o incluso nulas. Se está reconociendo así de forma tácita que, en el ciclismo, lo que importa no es el espíritu de la ley sino sólo la letra, el estricto cumplimiento con las interminables listas de sustancias prohibidas, a las que siempre habrá que añadir alguna nueva recién puesta a punto por la industria farmacéutica.

Nadie pone en duda que la vigilancia y castigo de las prácticas tramposas debe formar parte de la competición deportiva. Pero en el caso del ciclismo, el interminable juego de «ratones y gatos» entre los encargados de aplicar las normas y los deportistas parece haber superado hace mucho tiempo todos los límites. Y nos sume a los aficionados en un estado que está a mitad de camino entre el desconcierto y la perplejidad.

La etapa del Tourmalet del Tour 2010, un "duelo de caballeros" entre Contador y Andy Schleck. Foto Reuters.

Dicho lo anterior, en mi opinión es completamente injusto que un deporte de tanta exigencia como el ciclismo se vea sometido a un grado tal de fiscalización que, en la práctica, no sólo condena a los ciclistas a soportar una condición permanente de presuntos culpables, sino que a la postre (como se viene demostrando) hace poco menos que imposible cumplir con su reglamento. Una normativa tan enrevesada que puede provocar situaciones como la que está viviendo Contador, un deportista que revivió en la propia carretera, tras un gravísimo problema de salud, y que con esfuerzo y entrega admirables fue capaz de traer nuevas esperanzas a un deporte al que un aciago demiurgo parece haber condenado a transformarse en una interminable relato de terror.

Ojalá que el «cuento» de Contador sea verdad y que esta triste historia concluya de un modo que le permita seguir demostrando sus admirables cualidades de deportista. Lo cierto es que el asunto, a medida que pasan las horas (incluso mientras escribo esta nota), va ofreciendo más de una arista y amenaza con convertirse en un argumento vidrioso. El periódico francés l'Equipe ha publicado que en la orina del corredor, además del mencionado clembuterol, habrían aparecido sustancias que podrían derivar de restos de las bolsas de plástico que se utilizan para las transfusiones de sangre, lo que daría pie, según conjetura el periódico francés, para sospechar que el ciclista podría haberse sometido a una transfusión de su propia sangre convenientemente oxigenada y tratada para mejorar su rendimiento. Una práctica que, al parecer, no es infrecuente en el mundo de la alta competición. De hecho, el positivo del estadounidense Floyd Landis, que le costó ser desposeído de su condición de vencedor del Tour de 2006, se debió a una de esas autotransfusiones que, en este caso, desembocaron en la presencia de testosterona sintética en el control antidóping.

En otros periódicos europeos, especialmente alemanes, las acusaciones contra Contador y, en general contra el ciclismo español, son aún más tajantes y algunos no se privan de incluir, como en el caso del Bild, montajes fotográficos claramente acusadores. Habrá que esperar acontecimientos.

Por mi parte, no es sólo que quiera creer en la inocencia de Contador. Pienso que, salvo pruebas palmarias en contrario, nada de lo que haya podido hacer puede poner en tela de juicio su entrega al deporte más hermoso y sin duda el más exigente, especialmente en sus tres grandes citas (Tour, Giro y Vuelta). Tan exigente que quizás haya llegado ya a los límites en que el esfuerzo humano es capaz de alcanzar la cima por sí solo.


Imagen superior: Alberto Contador durante la rueda de prensa en la que dio explicaciones sobre su presunto positivo. Fotografía tomada de DNA

martes, 28 de septiembre de 2010

Huelga 29-S: sírvase usted mismo


Por el carácter cada vez más autónomo de mi trabajo y por la condición cada vez más trabajosa de mi autonomía (y viceversa), no estoy en disposición de adoptar una conducta respecto a la huelga que tenga un significado real.  Por poner un ejemplo, ¿no colgar mañana un post en el blog es respetar la huelga? ¿El blog es un trabajo?

En estos tiempos cibernáuticos en los que lo que se ve es solo una parte ínfima de lo que hay (ha sido siempre así, pero nunca antes había sido tan visible) y en los que, por decirlo de algún modo, la realidad no cierra nunca, la huelga general es un oxímoron, una profunda contradicción: lo general, por definición, nunca está en huelga.

Pero naturalmente esas circunstancias y algunas otras cuitas no me eximen ni me privan ni me excusan de tener una opinión. Y de manifestarla. Sí a la huelga, con todas las dudas, la firmeza de fondo, y las salvedades afines que he encontrado aquí, gráficamente aquí y también aquí, y en algún lugar más que les ahorro (porque estoy en huelga).

Con todo, mi parecer más claro al respecto es el que emite la imagen que encabeza estas líneas. Sírvase fría. Tómese con plena libertad.

La escultura, titulada L.O.V.E,  es un gigantesco dedo corazón (11 metros), cargado de razones y emociones, y se expone ante la sede de la Bolsa de Milán. Es obra de Maurizio Cattelan.

Y esperemos, en todo caso, que no haya nada que pueda dar lugar a la reproducción de situaciones como las que recoge este vídeo.


Fotografía de Reuters, tomada de elpaís.com.


sábado, 25 de septiembre de 2010

Cuento d'Otoño


Era viernes y había luna llena.
Estábamos los cinco
–y lo invisible.

Los frutos de septiembre
llenaban con su aroma
no sólo el amplio espacio del patio en la penumbra
también nuestros recuerdos
los caminos andados
en diferentes rumbos
bajo los mismos astros
por puertos que no siempre
figuran en los mapas.

Todo tenía el brillo
y  la precisa estela
de la amistad
la larga mano amable
que allí nos reunía
después de tantos años
para reconocernos
en los viejos afectos compartidos
capaces de llenar aún las palabras
con suficiente luz
para no extraviarnos
en las intersecciones de las calles y el tiempo.

Y las viejas historias
con sus recalcitrantes recovecos 
mil veces visitados
pero aún frescos
como pinturas al fondo de una cueva
volvían a crecer interminables
y hacían aflorar
unas miradas cómplices
un brindis
las francas carcajadas
tal vez el sortilegio de la misericordia
y el cuerpo quebradizo
de las horas sin peso
bajo la luna llena.



Imagen: Luna y chimenea hacia el otoño. © AJR, 2010.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Super-(pero sin)-tramp


La longevidad de grupos como Supertramp y la tendencia de la historia a repetirse (aunque sea como farsa) hacen posible que algunos argumentos musicales del pasado vuelvan a cobrar actualidad. Uno de los momentos más curiosos de la reciente actuación del grupo británico en el Palacio de los Deportes de Madrid (15-09-2010) se produjo durante los minutos en que, para ilustrar varios temas, en una parte del escenario se recreaba visualmente la conocida portada del disco Crisis? What crisis?, publicado originalmente en 1975.

El irónico contraste que la portada sugiere entre los problemas sociales y el feroz individualismo sin duda había que entenderlo entonces en el contexto de la crisis del petróleo de 1973, aquella que lanzó al estrellato mundial siglas como las de la OLP. Pero vuelve a tener plena validez en estos ya largos meses de crisis económica mundial, llamada ahora financiera. Es como si el indolente y pálido bañista que en esa portada se protege parcialmente del sol sobre un paisaje en ruinas no se hubiera movido del lugar, pese a que han transcurrido nada menos que siete lustros.

Lo cierto es que esa sensación de inmovilidad no es gratuita ni casual. Los cuarenta años de historia (1970-2010), excusa de la gira internacional Supertramp 70-10 Tour que está realizando la banda liderada por Rick Davies y John Heliwell (y una vez más sin Roger Hodgson, pese a los rumores de retorno), no parecen haber hecho mella, ni para bien ni para mal, en una música que mantiene todo su poder envolvente, incluso hipnótico, con su mezcla de dulzura y rebeldía, sus afilados falsetes, sus poderosos teclados... y, en fin, su ejemplificación casi de manual de lo que se conocía como rock progresivo, muchas veces más pop que propiamente rock.

Para mi gusto, la mayor pega del espectáculo, y lo que impide que pueda ser considerado como una celebración completa de la «marca supertramp», proviene de la vieja ruptura antes citada entre sus componentes y en concreto del «pacto de caballeros» entre Davies y Hodgson que nos privó de poder disfrutar temas como la Fool's Overture, Even in the Quietest Moments o Babaji, entre otros que al parecer Hodgson ha decidido reservarse para sus conciertos en solitario.

Salvo esa pega, el grupo británico, ante un público complaciente en el que no era difícil ver miembros de al menos tres generaciones, ofreció dos horas largas de música apacible, de imágenes efectistas y ajustadas al milímetro, de lucimientos personales de Davies al piano -tocado en ocasiones con la contundencia del baterista que fue- y de Heliwell al saxo, con momentos de gran viveza rítmica en medio de un dilatado panorama de serenidad. Y el clic final (ver vídeo), pese a ofrecerse formalmente como una propina ante la insistente petición del público, volvió a transmitir la impresión de que todo estaba perfectamente previsto, encapsulado.

Podremos seguir disfrutando indefinidamente de esta música que, si envejece, lo hace con nosotros. Y que siempre tendrá la capacidad de recordarnos los años de nuestra juventud, puede que a veces entre algún apenas disimulado bostezo. ¿Es mucho? Quizás no, pero es. Y es tal cual, sin trampa y pese a que (y perdón de antemano por el chiste malo) cada vez vaya siendo más visible... el cartón. De todos y de todo.