jueves, 14 de enero de 2010
Haití: hay que arrimar el hombro
lunes, 11 de enero de 2010
Rohmer
En el cine de Rohmer las imágenes se nos muestran como hallazgos de una mirada capaz de hacernos ver lo que tantas veces tenemos delante de los ojos sin que lo advirtamos. Y los diálogos (los maravillosos e interminables diálogos de Rohmer, tan sesudos a veces, a veces de tan banal apariencia) nos revelan la quintaesencia de la comunicación posible a través de las palabras que compartimos con los otros.
La muerte de Rohmer, al tiempo que levanta con su aldabonazo de ciclo cumplido una marejada de melancolía alimentada a los pechos de su propio arte, nos propone también unos deberes que no será fácil cumplir, entre tantos avatares y seducciones como nos reclaman por todos lados: revisar su cine, completar la memoria, volver a recorrer de nuevo los lugares donde la vida se nos mostró una vez como un relato íntimo, bello, inteligente. Y donde, de algún modo que ahora nos parece remoto, fuimos felices, quizás porque, ingenuos y atrevidos, creíamos que aquella forma de estar en el mundo y de mostrarlo era un puerto seguro de nuestra propia existencia.
Arriba, cartel de Cuento de invierno, tomado de Tinypic.
sábado, 9 de enero de 2010
Claridad
Edipo dice que sus pies desnudos
sangran en sueños. Los adolescentes.
Vivir no es fácil. Cada laberinto
conduce al centro de otra marejada.
La sucesión. La noche. Los mendigos
que el día descubre en las aceras sucias.
El descorrer de una cortina. El noble
acontecer tan simple de la nieve.
Y siente Edipo que se desmorona
como la arcilla de la esfinge. Y calla.
Exedra del Parque de El Capricho, Madrid.
Foto © Ginette-Gigi2000, tomada de Flickr. Publicada con permiso de la autora.
miércoles, 30 de diciembre de 2009
Zulueta arrebatado
Recuerdo bien el impacto y desconcierto que su ya legendario largometraje Arrebato me produjo cuando lo vi por primera vez, probablemente fue en alguna sesión semiclandestina del antiguo cine Azul, el de las espaciosas butacas, allá por el año 1980. Aquella delirante y poética peripecia de un ser peterpanesco y acaso maldororniano, obsesionado por la filmación (fijación en imágenes) del tiempo, ha figurado desde entonces entre mis preferencias sostenidas del cine español. Una obra que sólo puedo contemplar (y la he vuelto a ver varias veces) en estado de fascinación.
Las interpretaciones de Will More, Eusebio Poncela, Cecilia Roth y de una adorable Marta Fernández Muro, incorporando trabajos muy notables (a veces únicos) de sus respectivas carreras, logran tejer una historia de vidas al límite, de sensaciones que, si tenían mucho que ver con inmediatas experiencias psicodélicas y promiscuas (no sólo en el obvio significado de esta palabra) propias del momento (eran los años de la tan cacareada «movida madrileña»), también conseguían avanzar por un camino de introspección enormemente arriesgado, de búsqueda de sentido al misterio de la vida, de indagación en el espeso bosque de una infancia que se resistía a perder sus tesoros. Un recuento del duro aprendizaje que supone vivir a fondo en la corriente de impulsos irreductibles, quizás de los riesgos que entraña la audacia de llevar hasta el límite los derroteros de una pasión, la indagación de un presentimiento.
Arrebato, que suele definirse como película de culto y obra experimental (a veces parece enlazar directamente con la técnica onírica del primer Buñuel), es en verdad una rara joya de nuestra filmografía y permanece como el legado personal de una sensibilidad afilada en el que merece la pena seguir ahondando. Y desde ella, en el resto de la obra de un creador que probablemente aún guarde secretos luminosos.
Este vídeo (uno de los muchos que pueden encontrarse en YouTube, incluidos algunos con comentarios del autor que aportan claves de interés) me parece un buen indicio del estilo y el tono de la obra.
martes, 29 de diciembre de 2009
Al revés
Aunque las protestas se multiplican, no parece del todo claro que ni el Gobierno español ni los del resto de países de la Unión Europea, ni las autoridades del mundo supuestamente civilizado, estén haciendo lo necesario para poner fin a este disparate. Una agresión vergonzosa y humillante que viene a subrayar con ominosa exactitud la lógica malvada del «mundo al revés».
Tampoco la prensa de mayor tirada parece estar prestando la debida atención informativa a un atentado mayúsculo, y perversamente ejemplarizante, contra quienes defienden el patrimonio de todos, la precaria salud de este planeta al que algunos se empeñan en dar por desahuciado, considerándolo pasto definitivo de un desarrollo no ya solo insostenible sino ferozmente agresivo. El delito de los militantes de Greenpeace no ha sido otro que el de denunciar una política complaciente (el cinismo no tiene límites) con las cada vez más claras señales del apocalipsis ecológico.
Da la impresión de que, quizás al socaire de una crisis económica que ha elevado hasta cotas insospechadas el fantasma del miedo, se hubiera extendido una especie de adormecimiento colectivo que es difícil no interpretar como el síntoma más preocupante de que la marcha atrás hacia el desastre ya es imparable, porque nadie con poder tiene verdadero interés en pararla.
Puesta así las cosas, si hace poco pensábamos que la Cumbre de Copenhague había sido un fiasco por la cicatería de los acuerdos logrados, ¿quién nos va a librar ahora de la sospecha de que realmente las autoridades mundiales han perdido por completo el norte de lo que el mundo se está jugando, y que se limitan a simular, con discursos vacíos si no directamente mendaces, su incapacidad para ser conscientes de los graves problemas?
El precedente de este atentando global contra la libertad de denunciar tal estado de cosas puede traer consecuencias inimaginables. O tan terriblemente predecibles, que su sola mención produce espanto.
No servirá de nada, pero hay que decirlo: con el encarcelamiento sostenido de los militantes de Greenpeace estamos en la cárcel todos los que aún mantenemos, aunque cada vez más remota, alguna esperanza de que que la especie humana no está condenada a aceptar como precio del supuesto progreso el camino minuciosamente programado (y denunciado con evidencias cada vez más palmarias) hacia su propia destrucción.
Por eso, en este final de un año crítico hasta su último suspiro, deberíamos hacer el esfuerzo de ser conscientes de que todos –y de qué modo– somos Juantxo. Y actuar en consecuencia.
En esta página de Greenpeace hay algunas sugerencias de lo que podemos hacer.
Foto de Reuters tomada de El País
martes, 22 de diciembre de 2009
Navidal*
De las muchas imágenes y tópicos con que, desde la más tierna infancia, la Navidad encandila, masajea y, a medida que pasa el tiempo, desborda nuestra sensibilidad, hay dos escenas del relato del nacimiento de Jesús que me siguen resultando conmovedoras.
Son diversos los romances, villancicos e historietas de la historia sagrada que han recreado y adornado con singular dramatismo la escena. A la luz de la nieve, que en los tiempos míticos de la infancia llegaba siempre puntual a su cita con los días más dulces del año (¿o era solo la harina que blanqueaba los corchos de las montañas del belén?), la angustia de los padres de Jesús yendo de puerta en puerta sin que nadie les diera cobijo resultaba de una crueldad difícilmente soportable y suscitaba una infinita ternura. Crueldad y ternura, dos emociones encontradas, contradictorias, que pugnaban por tener acomodo y comprensión en la sensibilidad de los pocos años.
El otro episodio navideño del que conservo vivo el recuerdo, y cuyos minuciosos ritos sigo practicando, es el de los Reyes Magos. La contemplación de las mágicas figuras de los sabios de Oriente siguiendo el brillo de la estrella por el desierto a lomos de sus camellos, además de tener por sí sola una enorme capacidad de ensoñación, estaba naturalmente asociada a la misteriosa llegada de los regalos, ese cuento prodigioso, casi exclusivo de la tradición hispánica, que quizás era la primera conspiración favorable que los adultos tramaban sobre nuestras vidas. Muchas veces, exagerando los términos de un descarado chantaje («si te portas mal, los Reyes no te traerán nada») hasta extremos capaces de dejar secuelas psicológicas. Algún colega conozco que tal vez aún no se haya repuesto de la terrible visión, a los pies de su cama, de un saco de carbón… dulce. Y otros que dedujeron que debían de ser muy malos porque sus padres eran más pobres. También tengo amigos, ya con hijos (incluso nietos), que se niegan a dejar de creer que los reyes sean… los reyes.
Para cerrar el círculo de las emociones evocadas, debo apuntar que la imagen superior, que bien podría intitularse Buscando Posada, es un detalle de un panel de azulejería talabricense del siglo XVI y puede verse en la Basílica del Prado de Talavera de la Reina, mi ciudad natal. Luintra es una pequeña localidad de la Ribeira Sacra ourensana, capital moderna del municipio de Nogueira de Ramuín, de una de cuyas aldeas provienen mis raíces gallegas.
Queda dicho: ¡Felices Fiestas!
*Navidal: un viejo profesor de lengua de mi época de bachiller, preocupado por la creciente invasión de anglicismos, batalló durante años para que esta palabra fuera adoptada por la RAE para designar las postales de felicitación navideña, en sustitución del emergente chritsmas (que viene a sonar “crisma” en el lenguaje común). Su empeño, es obvio, fue en vano. Aunque hoy el término probablemente tenga sugerencias más bien gastronómicas, me ha parecido oportuno rescatar la propuesta.