Maestro de Ávila (pble. García del Barco), El anuncio a los pastores,
panel izquierdo del Tríptico del Nacimiento, h. 1465-1476.
Museo Lázaro Galdiano, Madrid.
«... 🎶 se va
y nosotros nos iremos
y no...🎵»
...
*Vilancico: podría valer como vuelo fugaz de vilano. Contexto:
Maestro de Ávila (García del Barco): Tríptico del Nacimiento, h. 1465-1476. Museo Lázaro Galdiano, Madrid.
Si el contador de Blogger no falla, con esta entrada son exactamente MIL (1.000) las veces que en la paredes de la Posada se ha colgado algún escrito. No es una cifra excesiva para casi nueve años de existencia del blog (lo inicié el 31 de marzo de 2009). Pero tampoco me parece que sean despreciables, en estos tiempos tan movedizos y hasta volátiles, la duración y continuidad que esa cifra suponen. Ha sido —está siendo— una larga travesía, a la que llegué por sugerencia de algunos amigos, después de que se cerrara el foro ya mítico de poesia.com, y tras la mixtificación o fracaso de otros proyectos de redes sociales, anteriores a la gran invasión que supusieron Twitter y, sobre todo, Facebook. Campos enredados que, junto con algunos otros, como Instragram, se han ido convirtiendo en las grandes autopistas del tráfico y tráfago cibernáuticos, cada vez más rápidas, más fáciles, más populosas, más inmediatas, más compulsivas, más histéricas, más impersonales...
Es cierto que, como ha venido ocurriendo en la historia de las comunicación desde tiempos remotos, ningún nuevo medio, técnica o procedimiento acaba por completo con los anteriores. Pero no lo es menos que, a menudo, lo novedoso altera el panorama, o contribuye a modificar la fauna preexistente o va empujando a las viejas criaturas hacia una deriva que, en cierto modo, termina por desnaturalizarlas. O, como en el caso de los blogs, deja transformados sus habitáculos en viejos recintos por los que cualquier paseo tiene algo de caminata solitaria hacia el pasado, envuelta de modo inevitable en esa sustancia pegajosa (¿mucilaginosa?) que es la nostalgia.
El caso es que de los diferentes formatos que hasta ahora he conocido en el uso social de Internet el del Blog me parece, con mucho, el más atractivo. Sin dejar de ser rápido, exige o invita a un ritmo más pausado, reflexivo. Al no contar con métodos cuasiautomáticos, impulsivos e impersonales de respuesta (esos «me gusta» o retuits que son el santo y seña, además de la engañifa banalizadora, de Facebook o Twitter), el uso y frecuentación del Blog implica —al menos en principio— una mayor conciencia de la actividad, un trato más cuidadoso y personalizado, otro tipo de «clima emocional» en su manejo. Todo esto, claro, de forma muy general. Al final, la cualidad y calidad de la experiencia dependen del uso que se haga de los medios, ya que, con independencia de sus características y su mayor o menor tendencia a favorecer un determinada pulsión, en todos cabe un margen de distanciamiento, de pausa reflexiva, de consciencia... que permitan al usuario intervenir y controlar su uso.
Dicho sea todo esto a modo de celebración de esta ENTRADA MIL y como manifiesto, sencillo pero contundente, a favor de la variante comunicativa que implica el Blog. Que procuraré mantener, siquiera sea pegado a la actividad en Facebook, mientras dure, y, en menor grado, de Twitter, pero con un sentido claro de autonomía. E, incluso, como horizonte de intenciones, así como de usos estéticos y éticos, que guíe mis tratos con las demás redes sociales.
(Al paso, 🧞♂️23). «Ya sabemos que los jóvenes siempre quieren hacer lo contrario de lo prohibido», dice en la caja tonta una autoridad municipal respecto a una decisión sobre el consumo de alcohol de baja graduación por parte de menores. Stop. La frase me deja pensativo y, dándole vueltas, llego a la conclusión de que es uno de esos casos en que la, por así decir, doble negación termina dejando el sentido en una especie de zona neutral, incluso en un regreso al punto de partida, y en consecuencia, afirma justamente lo contrario de lo que a todas luces pretende. Si lo prohibido es, por ejemplo, “fumar”, lo contrario será “no fumar”, y ese sería, por tanto, lo que en ese caso querrían hacer los jóvenes. Quizás bastaría decir, en esa frase, «lo contrario de la prohibición» («no fumar») para que las aguas semánticas volvieran a sus cauces de sentido. Y así pudiéramos seguir celebrando, con tranquilidad, la festividad de los santos inocentes. Que sin duda somos legión.
De las fotografías de 2017 destacadas por el National Geographic en la categoría de «naturaleza», me quedo con la de este macaco japonés en cuyo rostro se adivina “el sueño de la especie”. Si uno se fija bien, es fácil verse reflejado en él.
Serafino Macchiati: Paul Verlaine, Bibi la Purée et Stéphan Mallarmé au café Procope,
1890. Col. privada.
«En este banco están sentados padre e hijo: el padre se llama Juan y el hijo ya lo he dicho». Planteado el acertijo, miraba con picardía a los congregados y volvía a su mecánica costumbre de darle cuerda al reloj.
(Al paso, 21).Canción improvisada de Navidad. El tiempo contado cae sobre el cuaderno en forma de escritura cincelada, no comprensible —o sólo con los ojos de la imaginación—, pero obediente a impulsos que tienen su fuente en búsquedas, acaso inhumanas, sin duda inútiles, y que discurren por la esfera más reservada del silencio íntimo, allí donde solo son visibles los cuerpos de los deseos no identificados, la materia bruta de los sueños, el escombro crujiente del final del día que uno se encuentra intacto, en un rincón del cuarto, con la primera luz del amanecer. De lo que no se puede hablar, decía Witt, hay que callar. La mano exenta, libre, voladiza, sabe arrancarle a la materia gráfica un puñado de minúsculas criaturas que, con sus juegos arabescos y sus giros malabares, son capaces de tatuarle al día preciso de la sexagésima tercia Natividad una senda de oscura mansedumbre. Y hasta el ánima libre del que despierta no duda en echarse a andar por ella. Y que comparezca el astro rey, al eco de un viejo villancico: «De una virgen hermosa / celos tiene el sol / porque vio en sus brazos / otro sol mayor». Feliz Navidad.
(Visiones en voz alta,📷 31). En la cambiante y compleja realidad que están configurando las nuevas herramientas tecnológicas y, sobre todo, el uso que de ellas hacemos, quizás haya llegado ya el momento de tomarnos realmente en serio la situación y cambiar el sentido de algunas preguntas. Deberíamos, por ejemplo, no preguntarnos tanto qué es lo que están haciendo las nuevas tecnologías con nuestro mundo como qué podemos hacer (o dejar de hacer) nosotros con ellas para contribuir a dibujar un mundo mejor.
En este sentido, las reflexiones y toma de conciencia de jóvenes profesionales, que han crecido y se han desarrollado ya dentro de la nueva situación, son un ejemplo muy valioso del camino que se puede seguir no sólo para frenar el evidente deterioro comunicativo que nos va envolviendo, sino para revertir la situación y emplear esas mismas herramientas —cuyo uso es ya inevitable— de forma consciente y, por así decirlo, comprometido con la felicidad común.
Este vídeo que comparto es una buena muestra de por dónde puede ir la búsqueda de esa nueva sensibilidad. En él, Bruno Galán, joven fotógrafo y documentalista cuya ya amplia y significativa trayectoria he tenido el placer de seguir desde sus inicios, nos ofrece una elocuente y eficaz lección de cómo es posible y necesario poner en juego elementos y recursos, acciones y reflexiones, de los que a menudo nos olvidamos en nuestros tratos con las nuevas herramientas. No se pierdan su breve pero sustancial disertación: con su sencillez, claridad y elegancia, es toda una brillante defensa del cada vez menos frecuente sentido común.
(Visiones en voz alta 🎥🏫, 30). Este pequeño corto documental es un acercamiento breve pero interesante al barrio madrileño de Prosperidad, mi barrio, nuestro barrio, desde hace ya casi cuatro décadas, toda una vida. Qué lejos queda aquel viaje en metro hasta la estación de Alfonso XIII, donde entonces concluía la línea 4, para ir a ver un programa doble al Cine Covadonga (que ya no existe, y durante un breve tiempo fue sede de la Filmoteca Nacional). Pudo ocurrir hacia 1976 y recuerdo bien que fue la primera vez que me acerqué a esta zona, en los aledaños del barrio de Salamanca, aunque por entonces me pareciera remota y algo forajida.
Vivía a la sazón (que ya es vivir) en la calle de La Bolsa, al pie de Sol, y no podía sospechar que estaba visitando la parte de la ciudad que se acabaría convirtiendo en algo más que un lugar de residencia: un paisaje, un ambiente, una querencia. Fundado todo en esa condición que tienen algunos barrios madrileños para ser y actuar, en buena medida, como auténticos pueblos dentro de la gran urbe. Una circunstancia que contribuye mucho a mitigar los inconvenientes de la metrópoli, al tiempo que permite disfrutar de forma más cómoda y relajada de sus ventajas.
La Prospe: puede que, además de alguna otra referencia sentimental, sea lo más parecido a una patria que haya sentido nunca. O matria más bien, que hay algo muy maternal y femenino en todo lo que el lugar me inspira.