El hombre que fue Borges
se le revela en sueños
al lector que ha cerrado,
no los ojos, el libro
de la noche sin fin.
Jorge Semprún retratado por Gorka Lejarcegi, 2001 |
Parece claro que este fin de semana el movimiento del 15-M se enfrenta a un reto crucial: el de superar la paulatina disgregación (e incluso degradación) de los escenarios principales de la protesta, con Sol como estandarte, y encontrar su relevo y prolongación en los diferentes barrios a los que, con mayor o menor éxito, comenzó a trasladarse desde el último sábado de mayo. Estuve ese día en la asamblea que se celebró en el barrio madrileño de Prosperidad, en la que como principal acuerdo se decidió una nueva convocatoria para mañana día 4. En algunos corrillos de la reunión se comentaba la noticia según la cual de un piso de la La Prospe habría partido, a través de un grupo de Facebook, la iniciativa de la efectiva organización de la protesta de los indignados.
La práctica del movimiento asambleario, con sus interminables y pacientes búsquedas de consensos por caminos muy fatigosos, no creo que pueda mantenerse por mucho tiempo. A veces produce el mismo cansancio que las tópicas y odiosas reuniones de muchas comunidades de vecinos. Y está sujeta a la misma inoperancia. Pero el aldabonazo del 15-M ya ha conseguido un efecto positivo nada desdeñable: de nuevo ha vuelto a verse en los barrios un espíritu cívico y participativo que en cierto modo recuerda el que existía en los primeros años de la Transición, cuando las asociaciones de vecinos fueron en muchos casos verdaderas escuelas de participación ciudadana que posibilitaron un aprendizaje de hábitos democráticos hasta entonces inéditos.
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En las imágenes, asamblea vecinal del distrito madrileño de Chamartín celebrada en la Plaza de Prosperidad el sábado 28 de mayo. |