Solo sé que doble o nada. Sé que doble o nada solo. Que doble solo o sé nada. Doble que nada o sé solo. Nada o que solo sé doble. Solo sé que o doble nada.
La frase que mueve el dado es un regalo, vía Twitter, de mi amigo @Al59. El título se inspira en una explicación que hace poco le oí a Luis Alberto de Cuenca, quien se manifestaba conforme con la calificación de «poeta popsocrático» que al parecer le había dedicado su amigo el cineasta José Luis Garci. Todo lo demás corre por cuenta de la música del azar. Y depende, claro está, de los oídos que escuchan el singular e irrepetible roce de los huesos sobre la mesa.
Imagen: Sócrates vagamente warholiano. Tomada de aquí.
He aquí el texto en que se basó mi presentación del libro El agua siempre encuentra su camino, de Alejandro González Terriza, más conocido como Al59 en las redes sociales. El acto se celebró el sábado 26 en la Fundación Concha de Navalmoral de la Mata y contó con la intervención de El Grupo en Ciernes, que cantó con gran sensibilidad algunos de los poemas del libro. Aquí puede verse una referencia del acto en la prensa local.
Alejandro durante la lectura de poemas. Foto de Minerva Talaván.
Sermón de las Nueve palabras
Aunque no estamos en semana santa ni
esto es Valladolid, me ha parecido oportuno organizar mis impresiones sobre el
libro de Alejandro que hoy presentamos bajo la forma de un sermón. Me acogeré,
sin más explicaciones, al sentido que el término tiene en su acepción latina (donde
sermo vale por “habla”, “conversación”, “palabra”) y
al uso que de él han hecho, entre otros autores, el maestro Agustín García Calvo, para considerarlo
no sólo pertinente sino reconfortante. El que el sermón sea de “nueve palabras”,
y no de tres o de catorce, obedece a un motivo bien preciso: nueve son las partes o estancias (habitaciones) en que se divide este libro cuya
estructura Luis Alberto de Cuenca,
en el muy elogioso y ajustado prólogo, define como “eneádica”. ¿Una palabra por apartado, pues? No
exactamente, aunque algo de eso hay. De igual modo que, al fondo de todo esto,
con sonrisas burlonas o sólo mohosas, acaso nos estén contemplando las Nueve Musas.
1. Emboscada. Bajo sumuyligero, incluso algo
escuchimizado, si bien elegante aspecto editorial, El agua siempre encuentra su
caminoesun libro emboscado
y un libro-emboscada. Emboscado, porque
al adentrarnos en él, alegres y confiados por su aparente poca espesura, y
empujados por la cercanía de su lenguaje, no tardamos en percibir que tras los
claros se bifurcan senderos en varias direcciones. Que los nudos en las
cortezas de los árboles se multiplican. Que a las palabras comienzan a
crecerles ramas tupidas. Y que algunos rincones del bosque de signos incluso resultan
algo tenebrosos. Entonces nos asalta la sospecha de que el libro pueda ser una emboscada: una trampa bien urdida cuyo
fin principal no ha de ser otro que capturar nuestra atención. De hecho, las
nueve partes que forman la estructura del libro están estratégicamente
dispuestas para lograr ese efecto. Tienen un orden de lógica narrativa que va desde las poéticas iniciales, a modo de pórtico, hasta la
televisiva y algo burlona «Carta de ajuste» final, pasando por las evocaciones
de la vida familiar, los juegos de la infancia, los senderos del amor y el
desamor, los trazos de la canción (pop) y la tradición (folclórica), el homenaje
a los maestros («los Vivientes») y un somero repaso a algunos de los más
perentorios asuntos de la res publica. Fíjense hasta qué punto no será
emboscado el libro, y su propuesta toda una completa emboscada, que cada una de
estas partes bien podría ser un libro en sí misma. De hecho, algunas lo son. Y
da la impresión de que todas podrían haber crecido más. Estamos, sin duda, ante
una obra de largo recorrido.
2. Juego. De
esta palabra me ahorro el comentario. Pronunciarla tan sólo es ya poner las
cartas sobre la mesa. La ilustraría de buena gana leyendo el poema o conjuro
de la brujas, «Epodo». Aunque, por reflejo del naipe, me conformaré con esta
copla: «Objeción sobrevenida,/ la experiencia avisa en vano:/ nadie devuelve la
mano/ a quien perdió la partida»,
Mañana, sábado 26 noviembre, en la Fundación Concha de Navalmoral de la Mata, se presenta el último libro de poemas de Alejandro González Terriza,El agua siempre encuentra su camino. Será un placer acompañar al autor y a otros amigos en darle la bienvenida a este pequeño gran libro, que ya está dejando un rastro de admiración y entusiasmo entre los que van teniendo la suerte de conocerlo. Quien pueda, no se lo pierda. Aquí una muestra:
CONJUGACIONES Ahora que soy pequeño como el prólogo de un sueño y mis zapatos húmedos aprenden a volar, no quieras ya tirar de la costura del recuerdo, no vayas a quedarte, como el sol, a medio arder. No hay nada tan urgente que no sea irremediable caer en que no puedes pronunciarlo sin mentir. Es la palabra el único tesoro que persiste: el lápiz con que puedes dibujar cualquier color. AGT
Desde el pasado 20 de este noviembre invernal está en las redes y sus calles laberínticas el número 7 de Cuaderno Ático, revista de creación literaria que edita Juan Manuel Macías, contra viento y marea y con un poco común manejo de las artes tipográficas. Es un número que ofrece varias horas de intensa lectura a través de poemas (sobre todo), notas diarísticas, prosas y miniensayos, aforismos, traducciones y otros textos de una treintena de colaboradores, entre los que tengo el honor de figurar.
De una primera ojeada y hoje@d@», me han llamado la atención la traducción por Aurora Luque de Sintra, poema en dísticos latinos de la humanista taranconense Luisa Sigea (h. 1522-1560); los poemas tan cercanos y luminosos de Antonio Rivero Taravillo; los haikus y tankas de Sergio Berrocal Sánchez; un envolvente y espumoso texto sobre la cerveza y sus modos de consumo, obra de Juan Manuel Villalba. Y las "hilachas" aforísticas sobre poesía del propio anfitrión.
Especial impacto me ha producido el relato La verdad sobre Odiseo, de Helena González Vaquerizo, un texto de contenido iniciático y cariz autobiográfico que me ha hecho añorar, y de qué modo, una tarde ya lejana en la que estuvimos buscando el laberinto entre los riscos cretenses de Górtis.
Hay más traducciones: del griego Costas Reúsis, por Mario Domínguez Parra, y de la británica nacida en Hong Kong Sarah Howe, por Carlos Alcorta. Se incluye asimismo una semblanza de la poeta granadina Elena Martín Vivaldi por Carmen Canet, Y en la sección «Biblioteca», se da noticia de la aparición de los libros No estábamos allí, de Jordi Doce, y Los nuestros, deJuan Carlos Reche, ambos publicados por Pre-Textos.
En suma, 142 páginas de apetecible lectura, muy adecuadas para transitar con buen pie por los fugaces y casi subterráneos días del otoño.
No ha de faltar quien relacione el mutis por el foro que acaba de hacer Leonard Cohen con el triunfo electoral de Trump. Y lo cierto es que no cabe descartar ninguna hipótesis. Aunque bien es verdad que el poeta y cantante canadiense ya había dicho públicamente adiós en una larga y valiente entrevista, que alcanzó una gran resonancia. El elegante y sensible caballero fue un hombre de palabra hasta el final. De hecho, el que puede considerarse su testamento vital y artístico, You want it darker (ver vídeo abajo), explicita con meridiana claridad que ya está listo para emprender el viaje definitivo. En más de un detalle, su despedida me ha traído a la memoria la que hace unos meses hiciera David Bowie con su Lazarus. De las varias ocasiones en que la figura o la obra de Leonrad Cohen se han asomado a La Posada, rescato ahora, como homenaje más que póstumo intemporal, esta crónica de su actuación en Madrid en el otoño del 2009. Que sigan sonando sus palabras y su música: la íntima e inconfundible forma de decir las primeras, y el singular y sensible modo de convertir la segunda en una de las manifestaciones más creíbles, lúcidas y conmovedoras de la plegaria. Será difícil volver a escuchar ninguna de sus canciones sin que se nos salten, otra vez, las lágrimas. O se nos dibuje, también, una sonrisa. Y, naturalmente, estaremos llorando y riendo por nosotros mismos. Descanse en paz.
Mr Cohen inaugura el otoño
El verano, que me dejó la luz de la música de Irlanda mezclada con viejos sueños infantiles y las voces de sus poetas dando nombre exacto a muchos presentimientos, se resistía a marcharse y amenazaba con prolongar su sugerencia de vida aplazada, cuando el caballero zen y su grupo de artistas prodigiosos vinieron a poner las cosas en su sitio e inauguraron las armonías e incertidumbres del otoño.
Tuve la suerte de asistir la otra noche al recital que Leonard Cohen dio en Madrid y creí comprender definitivamente por qué las melodías susurradas y de apariencia monótona de este irónico, romántico y elegante poeta tienen tanto peso en la banda sonora de muchas vidas (disculpen el tópico pero creo que es justamente así). Y desde hace tanto tiempo: en la mía desde al menos 30 años.
La razón es sencilla: se llama emoción compartida, capacidad de dibujar con aguda precisión los paisajes cordiales de la mente y sus territorios derruidos, de mantener vivo, pese a todo, el instinto de la alegría y el impulso no domesticado para seguir creyendo que alguna forma de felicidad común es posible. A mi entender, el arte de Leonard Cohen se funda en la emoción que nace de la celebración del encuentro de los cuerpos más allá de las trampas que nos vuelven a todos cazadores y presas en esta jungla de espejismos en que se ha convertido el mundo (si es que alguna vez fue otra cosa).
Aunque, según dicen las crónicas, los motivos inmediatos de la vuelta del artista canadiense estén directamente ligados a los problemas financieros surgidos de una traición (al parecer no sólo económica), el completo y generoso repaso que Cohen hizo de su discografía, en una especie de «concierto total», transformó su presencia ante un público apacible y entregado en una ocasión memorable.
Las canciones y la poesía de Cohen, que brotan de una misma fuente, poseen junto a su precioso ritmo envolvente una gran capacidad narrativa. No sólo enuncian estados de ánimo o formulan opiniones sobre esto o aquello. También, y sobre todo, cuentan historias. Relatan diversos episodios, incluidos los más escabrosos o más mitificados, de una extensa peripecia vital en la que el fulgor del deseo, las delicias y las ruinas de la vida en pareja, los claroscuros del compromiso político, la afirmación del espíritu libre, la denuncia de la estulticia o la mirada compasiva sobre la lucha del ser humano enfrentado a sus limitaciones, entre otras muchas experiencias, se plasman en imágenes y melodías iluminadoras sostenidas por un lenguaje vivaz y un tono meditativo que dejan abierta una puerta para que por ella penetre la chispa del humor o el doble filo de la ironía –punzante o tierna pero nunca autocompasiva–, de modo que el saldo final siempre cae del lado de la inteligencia.
No hay que olvidar, aunque puede resultar un envoltorio engañoso, el matiz litúrgico, de ceremonia sagrada, con que el artista se entrega a la celebración de un arte en el que la música parece nacer desde el interior de las palabras. Esa marcada apariencia de ritual envuelve su actuación en un clima que lo acerca a una experiencia cuasi religiosa. Una “misa profana”, sin mayor (ni menor) trascendencia que la de poner en juego el esfuerzo por vivir la intensidad de los sentidos. Y es quizás este aspecto, que a veces puede parecer un poco sobreactuado, el que hace de Mr Cohen un caballero audaz, un viejo resistente que se arrodilla ante su público (quién sabe si también ante una divinidad inspiradora: la fuente de su sensibilidad) para mejor decir su arte y mostrar que, pese a los estragos de la edad (desvanecimientos, como el de Valencia, incluidos), conserva intacta la capacidad de conmoverse y conmovernos.
Leonard Cohen, en el otoño pleno y elegante de su vida (hoy mismo cumple 75 años), cerrará esta noche en Barcelona (si todo ha ido bien) una gira veraniega que no ha hecho más que aumentar su leyenda. En Madrid, como supongo que haría en los demás lugares donde ha actuado, agradeció al público el haber mantenido vivas sus canciones durante su larga ausencia de los escenarios. Y aunque eso sea verdad, la recíproca no es menos cierta: sus canciones son un recuento fiel e insustituible del puñado de razones y sentimientos que nos mantiene vivos.
Ahora, además, nos vuelven un poco más capaces de encarar con buen pulso las inevitables mudanzas del otoño.
Foto: By Dominique Isserman (tomada del programa del concierto).
Octubre, que se va tan a destiempo, tan sin saberse otoño ya vencido, se lleva de la mano a un buen amigo: Pancho Valiente, un alma en ser de perro. Fueron plenos sus días y fue pleno el afecto a su lado, siempre vivo, siempre dispuesto a festejar contigo o a soportar la espera con sosiego. Pancho llegó al final entre el cariño de la manada que creó en su entorno y nos dejó el ejemplo de sus días. Cuánta viveza en forma de ladrido. Cuánta ternura en su animal de fondo. Cuánto echamos de menos su alegre compañía.
Pancho murió el pasado 10 de octubre, tras unos días muy difíciles a causa de un progresivo pero veloz deterioro de su salud. Le faltaban poco más de cuatro meses para cumplir 16 años, así que la suya se puede considerar una vida cumplida. Ha sido una suerte compartirla con él. Y aunque ya le estamos echando de menos, nos ha dejado tantas vivencias agradables, que estoy seguro de que su recuerdo no tardará en ser uno de los motivos más gratificantes de complicidad familiar.