José de Ribera: Ticio, 1632. © Museo Nacional del Prado. |
En el sueño, la culebrilla había saltado de las aguas densas del pantano y, tras meterse por debajo de mi camisa, iba clavando sus afilados y níveos alfileres dentales debajo de mi tetilla derecha y, siguiendo un camino sinuoso, avanzaba por el costado y pasaba a la espalda para detenerse a la altura del omóplato y desaparecer. Pensé que aquel recorrido formaba una especie de escritura en una lengua extraña y me pasé el resto del sueño intentado descifrar los signos. No conseguí gran cosa. Al despertar, la culebrilla, o mejor su piel seca y rojiza, todavía estaba allí.
(LUN, 827 _ De la vida misma)
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