(Ilustracón sonora: Carlos Núñez)
Le pregunto al poema si sabe que yo existo.
Y él, como acostumbra, tuerce el gesto
e ignora —o finge hacerlo— que he venido a buscarlo
donde siempre:
al lugar del crimen.
Al poema, monarca caprichoso,
no le gusta nada
—pero nada de nada—
que yo diga de él
que es el lugar del crimen.
Pero lo es. Lo es.
Y bien lo sabe.
Lo que el poema ignora
—o finge hacerlo—, sin embargo,
mientras se alza la solapa adversativa,
es quién será aquí la víctima,
quién el testigo
(el verdugo se da por descontado).
Yo sí lo sé. Lo sé. Aunque lo calle.
(Hojas sueltas del Lunes, 63; “La noche sin excusa”)
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