(Lecturas en voz alta, 📝9). Entre tanta tinta triste y tanta tinta tonta, consuela, y mucho, leer la sensatas y sensibles palabras de ese octogenario ilustrado y marchoso que es Mario Vargas Llosa, el único Nobel en español que permanece en activo.
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Artista en Barrio Gótico, julio 2017 ©AJR |
Para quienes pertenecemos a una generación y pico, o dos, posterior a la suya, la evocación de primera mano que Varguitas hace de las Ramblas y aledaños, en compañía de nombres que tan cercanos y queridos nos resultan, viene a ser como un viaje a la Barcino que descubrimos, aun antes o al mismo tiempo que en el Quijote, en las canciones de Serrat y --¡quién lo diría!--, Lluís Llach, en los poemas de Espriu o Miquel Martí i Pol, en las novelas de Marsé, Vázquez Montalbán, Goytisolo, Luis Romero o Terenci Moix..., incluso en los poemas menos venecianos de Gimferrer.
Es la esencia de la ciudad abierta, moderna, europea que, desde el corazón de la meseta, veíamos como un faro envidiable de cultura y libertad. Un referente que sin duda tuvo su punto culminante en los Juegos Olímpicos del 92 y que se perdió, tal vez muy pronto, para generaciones posteriores, al irse adentrando, y nosotros con ella, en el confuso, maquiavélico, o simplemente más complejo, panorama del cambio de siglo.
Por eso, cuando alguien evoca con buena cabeza, precisión y generosidad aquellos tiempos, sin duda ennoblecidos por el peso del pasado, pero ciertos en su invencible realidad, sentimos cómo se abre paso en nuestro interior un benéfico consuelo ante las heridas del presente. Y lo valoramos como un bálsamo que se va extendiendo por las zonas más sensibles de la memoria y nos cura, o al menos nos alivia, de la cruda intemperie de estos días miserables.