Es un amor más grande y tiene garras
que esconde cuando pone
su mano sobre mí.
Su inclemencia es también viscosa y húmeda,
se enreda entre mis piernas en invierno
y trata de que dé con
mis huesos en la tierra removida.
Hay, sin embargo, en sus maneras algo,
al acercarse por la espalda
para mirar, como si no estuviera,
estas líneas que escribo para ella
—y ella quizás lo sabe—,
algo tan sobrenatural y ajeno a todo,
que temo defraudarla
o perderla de nuevo —si me vuelvo.
Por eso intento que mi letra sea clara
y que la sombra de mi mano,
al recorrer las líneas enemigas,
no le ponga barreras a su curiosidad.
A estas alturas no podría
soportar su desprecio
ni el error de saberla
que vive indiferente
o que es igual que yo
(distraída, insustancial, vacante)
y que ensaya, cautiva
de una costumbre fósil,
su gesto al desdecirse
para luego olvidarme.
«Oh, sí, te he visto...»,
le susurro entre dientes.
Y la oigo reír del otro lado
mientras agita,
como si fuera el viento,
la hoja en la que escribo.
Imagen
Remedios Varo: Creación de las aves, 1957.
Rescatada de los Arcones de La Posada.
Primera publicación: 6//12/2013 a las 3:00 h
(hace ahora justamente dos años).
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