«(Parentesco) El perrito sentado sobre las patas traseras tiritando de frío junto al aldeano inmóvil sentado con las piernas extendidas en mitad de la pradera y al que el escudero se acerca a preguntar en El séptimo sello es sin duda el tatarabuelo del que viene trotando entre las patas del caballo en El caballero, la muerte y el diablo», escribe Rafael Sánchez Ferlosio en uno de los pecios, o textos rescatados del naufragio de escribir, recopilados y publicados hace ya unos meses bajo el título de Campo de retamas (Pecios reunidos). Es una de las muchas resonancias y conexiones que este maestro del idioma sabe poner en primer plano al llevar las palabras --y en este caso las imágenes-- hasta un punto que acaso se parezca a lo que Roland Barthes llamó «el grado cero de la escritura», un espacio o postura en los que es posible tensar la cuerda del arco al máximo y, en consecuencia, la flecha o la palabra o la imagen pueden alcanzar su más alto vuelo.
Esta perspicaz lección de zoología pone de relieve, además, una de las cualidades que la escritura de Ferlosio concentra como pocas: hacerse insustituible y subyugante por su capacidad de precisión. Leyendo esos logros expresivos, que en este libro son muchos, queda de manifiesto la verdadera naturaleza del genio creativo de su autor: es el del poeta, el hacedor de mundos. Aunque para ello apenas escriba versos. Y digo apenas porque, curiosamente, el libro, que se abre con un poema de su hija Marta y se cierra con otro gesto amoroso, incluye también una muestra, tan breve como atinada, de la habilidad con que el habitante más ilustre de La Prospe, maestro de una sintaxis que a menudo pone a prueba las circunvoluciones cerebrales, sabe manejar el renglón corto.
Esta perspicaz lección de zoología pone de relieve, además, una de las cualidades que la escritura de Ferlosio concentra como pocas: hacerse insustituible y subyugante por su capacidad de precisión. Leyendo esos logros expresivos, que en este libro son muchos, queda de manifiesto la verdadera naturaleza del genio creativo de su autor: es el del poeta, el hacedor de mundos. Aunque para ello apenas escriba versos. Y digo apenas porque, curiosamente, el libro, que se abre con un poema de su hija Marta y se cierra con otro gesto amoroso, incluye también una muestra, tan breve como atinada, de la habilidad con que el habitante más ilustre de La Prospe, maestro de una sintaxis que a menudo pone a prueba las circunvoluciones cerebrales, sabe manejar el renglón corto.
2 comentarios:
El renglón corto, dices. Ahora que hay tantos que disfrazan su vulgaridad expresiva haciendo que los renglones no lleguen a su final, quiero decir disimulando, disfrazándolos de versos, la prosa de Ferlosio es siempre la flecha dispuesta, lo tenso del lenguaje, la precisión del camino.
Buen año, amigo Alfredo. La cerveza sigue fría.
La impostura, amigo Paco, está a la orden del día. Hay que conceder, con todo, que los poetas, además de maestros de la tensión, suelen ser un poco vagos y a menudo tienden a tirar por la calle de enmedio. Menos mal que, en los mejores casos, sus atajos conducen a los lugares imprescindibles, si es que alguno hay. Que no se calienten esas birras [el corrector de blogger se empeña en corregirme y pone "burras", qué cruz], porque con algo de suerte, y a poco que nos de cuartel la confluencia de los astros, acabarán mojando nuestros gaznates. O sea que... Un abrazo y parabienes.
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