La escritura se parece mucho al sexo:
el deseo la mueve y la imagina,
le descubre posturas y fronteras
que parecen estar
al borde de la zona respirable
y más allá del horizonte.
le descubre posturas y fronteras
que parecen estar
al borde de la zona respirable
y más allá del horizonte.
Pone en marcha caravanas de dioses
y de cuerpos
sombreados por la misma calígine,
luz dispersa girando
sobre el mar
de la página
y los rostros.
Se inventa descubriendo
sus propios manantiales
y otras fuentes
que deben ser calladas.
Se extravía en los signos
y en los símbolos:
un botón sonrosado, un dulce lóbulo,
la palabra que vale su misterio,
promontorios y abismos insondables.
Alza los velos últimos
del templo oculto en la espesura
y descubre los ojos transparentes
de la pequeña muerte
con que el dios de la dicha
oculta su sonrisa.
Y al igual que el amor –o solo sexo–,
revelación del tiempo irrepetible,
memoria poderosa de la fugacidad de todo paraíso,
la escritura a menudo naufraga en la tristeza.
Imagen tomada de El escondite de las palabras.
Entrada recuperada de los baúles de la Posada.
Primera publicación: 21/07/2009 20:04.
1 comentario:
Sean como sean, vengan de donde vengan ¿qué haríamos sin ellas?
"Y al principio fue el verbo..."
Bellos versos Alfredo.
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