Ha muerto el poeta Juan Luis Panero. Durante años tuvo que afrontar el equívoco de ser el «hermano malo», pedante y antipático, de El desencanto. Algo así como el cómplice estético, aunque no moral, de su padre, el ogro de aquella historia que sin duda fue el primer estriptis completo (aunque muy particular) de algunos de los demonios familiares de toda una época. Por ciertos gestos e incluso por la manera, algo engolada, de estar ante la cámara vino a quedar como un decadente frente a la irrupción salvaje del vidente libertario (Leopoldo María, en los inicios de su lenta y casi pautada empresa de «autodemolición») y a merced de la crítica directa de la parte más joven de la tribu (Michi). Lo curioso, pasado el tiempo, es que los nerviosos diálogos, con su filo familiar de ajuste de cuentas, entre el hermano mayor y el pequeño, algunos de ellos ante la presencia de esfinge de la madre, son escenas de la película que aún siguen resultando elocuentes. Cuando las aguas del fervor malditista se remansaron y fue posible ver con una perspectiva más amplia, en el mayor de los Panero se reveló un poeta de hechuras clásicas, de querencia borgiana (tal vez más anunciada que cumplida) y de fondo un tanto previsible, pero de voz bien acordada y cadencia sentenciosa. Muy consciente, sobre todo, de las máscaras. Y capaz de desvelar, tras la última, quién sabe, la carencia de rostro: los infinitos pliegues en que nos envuelve la cultura; su abrigo frente al frío de la muerte. «Niño, saluda al Sr. Eliot», recordaba en la película que le había dicho su padre en Londres, un día de su infancia. Juan Luis Panero es un poeta que nos permite estar a su lado (no siempre puede decirse eso de su hermano). En sus libros la poesía aparece como una variante noble de una imagen que él mismo utilizó, en plural, como título de uno de sus poemas y que me parece que es una definición brillante del escribir: un juego para aplazar la muerte, para hacer frente a sus trucos. A la postre, ya se ve, tarea inútil. ¿Pero qué otra cosa pueden, podemos, hacer los mortales ante el truco final? Ya lo decía también JLP en su poética, que copio abajo, como mínimo y sentido homenaje. Descanse en paz.
Arte Poética La larga, lenta lengua de la muerte ha lamido la mano del que escribe. lucidez o locura, nadie sabe: solo quedan palabras, palabras deshaciéndose.
2 comentarios:
Coincido plenamente con esta magnífica semblanza que has hecho, Alfredo.
Descanse en paz.
Gracias, Juan Manuel. Está visto que la Parca no da tregua. Un abrazo.
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