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Hacia San Xoán de Cachón. Foto XR, 26 julio 2013 |
Hace solo unos días, a finales de julio, paseaba en familia por las frescas corredoiras de la Ribeira Sacra, abruptos caminos en penumbra que se adentran en los bosques de robles, castaños, verdes helechos arborescentes y espesa madreselva, al pie mismo de las terrazas levantadas en cuidadosos estratos sobre el Sil, en el cañón de aguas embalsadas que el río recorre justo antes de su desembocadura. Es el paisaje que desde niño llevo en los sentidos y en la memoria. Y más aún: las imágenes que primero se encienden en mi cabeza cuando pienso u oigo decir la palabra «paisaje».
Ya en los días pasados en el
Monasterio de Santo Estevo y en sus alrededores (en
Cerreda, sobre todo, la aldea familiar, y al final en
Santa Tecla, en Tierra de Caldelas), se comentaba lo peligroso que podía ser el resto del verano en cuanto a los incendios. Los temores no tardaron en cumplirse. Primero se produjo un fuego, por fortuna rápidamente controlado, en las cercanías del embarcadero del que parte el catamarán que permite hacer un paseo turístico por el Sil en dirección a
Abeleda. Hace tan sólo unas horas ha podido ser controlado otro incendio, más grande, que ha arrasado la extensión equivalente a unos 75 campos de fútbol en las proximidades de la aldea de
Pombar. Aún está por hacerse el balance de daños.
Ojalá me equivoque, pero no parece que estos vayan a ser los últimos desastres candentes en la zona. A los que, además, deben añadirse otros muchos fuegos declarados en diferentes puntos de Galicia. Y en el resto del país, en tierras como las del
valle del Tiétar, que también me resultan muy cercanas. Es la misma canción de todos los veranos. Desde aquellos tiempos ya remotos de la publicidad del «cuando el monte se quema, etc., etc....», raro ha sido el año en que no hemos tenido que rebuscar en el cajón de los tópicos para librar de la chamusquina del aburrimiento algunas palabras contra el fuego, contra los intereses inmobiliarios o madereros o industriales que son capaces de cualquier cosa para extender sus negocios, contra la incuria pública y política que abandona los montes y le pone a las llamas una alfombra altamente inflamable, contra... Es tedioso seguir. Aunque no haya más remedio que hacerlo.
Yo no sé si ustedes conocen la Ribeira Sacra. Sé que algunos lectores de este blog, muy cercanos, sí. Y que la aprecian tanto o más que yo. Para quienes aún tengan ese déficit grave en su existencia, y como antídoto, y hasta sortilegio, contra la aún vigente amenaza incendiaria del verano, les dejo este hermoso reportaje fílmico de Juan Manuel Blázquez. Es uno de los capítulos de su estupenda serie Cuadernos de paso, que puede verse completa en los archivos de RTVE. El documental, con un magnífico guion y espléndidas imágenes, da cuenta de las principales claves paisajísticas, históricas, artesanales, humanas y hasta mágicas (o solo folclóricas) de una comarca que, generosamente, admite como hijos adoptivos a todos cuantos se dejen cautivar por su belleza. Tarea, por lo demás, sumamente fácil. A las pruebas me remito.